El análisis de la economía política clásica en las «Teorías sobre la plusvalía» (III)

Una vez más puntuales cuan reloj suizo, Marx desde Cero vuelve para regocijo de pequeños y mayores. Con la vista puesta en el centro capitalista europeo que empieza a emitir señales de cambio en la actual doctrina económica imperante, esto es, «suavizar» la política de recortes (ojo, que no eliminarla) y realizar inversión pública en sectores que puedan atraer dineros e inversionistas privados; nos preguntamos como encajar en tan píos deseos el problema del sistema bancario y su recapitalización (o si también en esto variará las futuras decisiones).

Sea como fuere nos felicitamos, en parte. Quizás la política económica cambie algo y afloje la presión sobre lxs que menos tienen. Quizás sea el resultado de las luchas y resistencias a lo largo del continente europeo, o no. Quizás sea la conclusión a la que han llegado los poderosos, que el camino era equivocado y que hay que buscar otros para alcanzar el mismo fin. Lo que desde luego no nos serán devueltos (o al menos sin luchar, sin pelear por recobrarlos) son todos los recortes y pérdidas de derechos.

Mientras observamos pacientes la deriva que esto toma, continuaremos con nuestras cosas de la formación y del debate teórico. Vamos a realizar la tercera y última entrega (esperamos) sobre el trabajo de Pérez Royo acerca de las Teorías sobre la plusvalía de K. Marx. Como recordaréis, en la última entrega el profesor Pérez Royo abordaba el análisis de A. Smith. En esta última entrega retomamos el tema con otro economista clásico, David Ricardo.

Un saludo, A. Olivé

El análisis de la economía política clásica en las «Teorías sobre la plusvalía» (III)

Javier Pérez Royo

 

 

DAVID RICARDO

 

En mucha mayor medida todavía que con A. Smith quedan superados los límites del propósito inicial de Marx con Ricardo, al que está dedicada la casi totalidad del volumen II de las Teorías... No es necesario añadir aquí absolutamente nada, porque todo lo que se dijo antes en relación con el análisis de la obra de Smith y de la necesidad de ir más allá de la simple exposición de su teoría de la plusvalía, tiene vigencia en mucha mayor medida para Ricardo.

 

A) El significado histórico de la teoría de Ricardo

 

Marx destaca, ante todo, como la gran aportación teórica de Ricardo la superación de la ambigüedad de la teoría smithiana y de toda la Economía Política en general, que no había sido capaz de llevar a esta ciencia más allá de donde la había dejado la Riqueza de las naciones (44). Frente a la doble determinación del valor de A. Smith, Ricardo lo define con toda claridad, sin dejarse engañar por la forma de manifestación de los fenómenos económicos, y pretende dar razón a continuación sistemáticamente de dichos fenómenos por su congruencia con el valor unívocamente definido. Escribe Marx: «Pero finalmente interviene Ricardo y grita a la ciencia: ‘¡Alto! El fundamento, el punto de partida de la fisiología del sistema burgués —de la comprensión de su proceso vital y de su conexión orgánica interna— es la determinación del valor por el tiempo de trabajo’. De aquí parte Ricardo y obliga a la ciencia a abandonar su rutina tradicional y a dar cuenta de en qué medida las demás categorías por ella presentadas y desarrolladas —las demás relaciones de producción y circulación— son formas que corresponden o contradicen a este fundamento, al punto de partida; en qué medida, en general, la ciencia que simplemente reproduce, traduce las formas de manifestación del proceso (y por tanto, estas mismas formas de manifestación) corresponde (n) al fundamento sobre el que descansa la conexión interna, la fisiología auténtica de la sociedad burguesa o que constituye su punto de partida; qué ocurre en general con esta contradicción entre el movimiento real y el movimiento aparente del sistema. Este es, por tanto, el gran significado histórico de Ricardo para la ciencia» (45).

 

Ahora bien, si está fuera de duda la importancia histórica de este modo de proceder de Ricardo para el desarrollo dela Economía Política, no menos evidentes resultan, según Marx, las deficiencias del mismo. Pues si, por una parte, Ricardo pretende reducir todas las formas de manifestación de la riqueza burguesa a su unidad interna —y en esto reside el carácter científico de su obra—, por otra, Ricardo parte de estas formas de manifestación de la riqueza como de presupuestos ya dados y no las desarrolla genéticamente las unas a partir de las otras hasta llegar a la fuente originaria. Ricardo intenta realizar la reducción de forma inmediata, sin el desarrollo de las mediaciones necesarias, e intenta demostrar, de forma igualmente inmediata, la identidad de la fuente de estas formas de manifestación de la riqueza (46). Dicho con otras palabras: Ricardo no investiga cómo se constituye la plusvalía, el beneficio o la renta de la tierra, sino que parte de estas relaciones como de algo ya constituido, ya formado, e investiga después si estas categorías son compatibles o no con la ley del valor; o lo que es lo mismo, Ricardo comprueba la vigencia de la ley del valor en las categorías de capital, beneficio y renta de la tierra. Ricardo procede subsumiendo lo concreto en lo abstracto. Si esta subsunción es posible en su totalidad o dentro de límites de poca entidad, la ley del valor es válida; de lo contrario, no.

De ahí derivan una serie de lagunas o de armonizaciones forzadas entre las diferentes categorías económicas en la obra de Ricardo, de las que Marx se ocupa de forma detallada en las Teorías…

B) Valor y plusvalía: Identificación de la plusvalía y el beneficio

«El valor de una mercancía o la cantidad de otra mercancía por la cual es cambiada depende de la cantidad relativa de trabajo necesario para su producción y no de la remuneración mayor o menor que se pague por este trabajo» (47). Ricardo abre sus Principios rebatiendo la confusión de A. Smith entre la determinación del valor de las mercancías por el tiempo de trabajo en ellas contenido y por el valor de cambio de la fuerza de trabajo, es decir, por el salario. El valor de la mercancía es independiente del salario que se pague al trabajo necesario para producirlas. Salario y valor de las mercancías son dos magnitudes que no tienen ni por qué coincidir, ni por qué contradecirse.

Ahora bien, a pesar de que esta solución al problema del valor es en principio la correcta, sin embargo, Ricardo no resuelve con ella el problema de fondo al que responde la confusión de A. Smith. Valor del trabajo y cantidad de trabajo son expresiones equivalentes en la medida en que se trata de trabajo objetivado. Dejan de serlo tan pronto como se cambian trabajo objetivado y trabajo vivo. Ambas mercancías, el trabajo objetivado y el trabajo vivo, son exclusivamente formas diferentes de trabajo. ¿Por qué, siendo la diferencia simplemente formal, tiene vigencia para una de ellas una ley que no la tiene para la otra? Esta es la cuestión que A. Smith no supo resolver y que le llevó a disociar la teoría del valor de la teoría del capital-plusvalía. A Ricardo no le condujo a esta conclusión, pero no porque le diera una respuesta adecuada, sino porque ni siquiera vio en ella la existencia de un problema (48).

Para Ricardo, por tanto, el proceso a través del cual es creada la plusvalía no constituye ningún problema. Valor del trabajo y cantidad de trabajo son magnitudes desiguales. En esta desigualdad, precisamente, consiste la plusvalía o el beneficio del capital. Eso es todo.

Esta forma de resolver el problema del valor soslayando la cuestión del intercambio entre el capital y el trabajo, si bien le evita a Ricardo incurrir en el error de A. Smith, tiene, sin embargo, repercusiones importantes para su teoría del beneficio. Al no investigar el proceso generador de la plusvalía, Ricardo la asume de forma acrítica como algo que se explica por sí mismo, como algo evidente, como un simple excedente apropiado por el capital. Esto le lleva a confundir la plusvalía con el beneficio y a falsificar bien las leyes de la plusvalía, porque las expone de forma inmediata como las leyes del beneficio, bien —lo más frecuente en Ricardo— las leyes del beneficio, porque las expone de forma inmediata como las leyes de la plusvalía (49).

De ahí su teoría errónea de la transformación de los valores en precios de producción, de la tasa media de beneficio y de la renta de la tierra.

 

C) Transformación de los valores en precios de producción y tasa media de beneficio

 

A diferencia de A. Smith, que no intuyó nunca la existencia del problema, Ricardo sí se da cuenta del mismo y le dedica dos secciones —la IVy la V— del capítulo I de los Principios. En la investigación de este problema Ricardo, consecuentemente con su falta de análisis del proceso generador de la plusvalía, prescinde por completo de todas las determinaciones procedentes del proceso de producción del capital, no investiga la composición orgánica del capital, ni produce los conceptos de capital constante y capital variable, sino que se ocupa exclusivamente de «las diferencias en las formas del capital y de las diferentes proporciones en las que el mismo capital asume esas formas diferentes, es decir, de diferencias formales tal como proceden del proceso de circulación, como, por ejemplo, capital fijo y circulante, capital más o menos fijo (es decir, capital fijo de diferente duración) y desigual velocidad de circulación o de rotación del capital» (50).

 

Sin embargo, en la sección III del mismo capítulo Ricardo plantea, aunque de forma imperfecta (51), la cuestión de fondo que podía haberle llevado a solucionar el problema de forma general. «El valor de la mercancía —dice— no está influido exclusivamente por el trabajo empleado de manera inmediata en su producción, sino también por el trabajo empleado en instrumentos, maquinaria y edificios que sostienen al trabajo gastado de forma inmediata» (52). El valor de la mercancía depende tanto del trabajo inmediato que la produce como del trabajo objetivado, pasado, utilizado en su producción. La introducción del capital es, pues, perfectamente compatible con la ley del valor.

Ahora bien, si el valor de las mercancías, si las cantidades de trabajo en ellas contenidas, no se ve afectada en absoluto por las proporciones en las que intervengan en su producción el capital constante y el capital variable, lo que sí se ve afectado por dichas proporciones es la cantidad de plusvalía contenida en esas mercancías, que son, a su vez, productos del mismo tiempo de trabajo. La composición orgánica del capital no afecta inmediatamente al valor de las mercancías; mercancías producidas por el mismo tiempo de trabajo (objetivado y vivo) tienen el mismo valor; lo que varía es la plusvalía contenida en esas mercancías según la participación del trabajo objetivado y del trabajo vivo en su producción. Precisamente para evitar esa desigualdad, para que capitales de la misma magnitud se apropien cantidades iguales de plusvalía, es por lo que los valores de las mercancías se transforman en precios de producción diferentes de aquéllos. De esta forma se constituye la tasa media de beneficio. La composición orgánica del capital es la causa última y general de la transformación del valor en precio de producción, es la causa de que los valores de las mercancías no coincidan nunca con los precios de producción.

Ricardo, por el contrario, pasa por alto esta cuestión que tenia planteada en la sección III y analiza en las siguientes las posibles modificaciones que pueden experimentar los valores de las mercancías como consecuencias de fenómenos que tienen lugar en la esfera de la circulación. Ricardo parte de la coincidencia inmediata del valor y del precio de producción, de la tasa individual de beneficios con la tasa media, e investiga a continuación las posibles «excepciones» a la regla. El presenta, como dirá Malthus posteriormente, como regla lo que es la excepción y como excepción lo que es la regla. Pero esto, una vez abandonada la investigación de la plusvalía y la composición orgánica del capital, no tenía más remedio que ser así. Es con este planteamiento general con el que Ricardo aborda el problema de la renta de la tierra, que es el que Marx analiza a continuación en las Teorías...

 

D) La teoría de la renta de la tierra de Ricardo

«Queda, sin embargo, por considerar —dice Ricardo en el capítulo II de los Principios— si la apropiación de la tierra y la creación consiguiente de la renta ocasionarán alguna variación en el valor relativo de los bienes, independientemente de la cantidad de trabajo necesaria para su producción» (53).

En realidad, la solución de este problema está ya en el capítulo anterior, en el que Ricardo ha llegado a la conclusión de que los valores de las mercancías coinciden con sus precios de producción, la plusvalía con el beneficio, el beneficio individual con el beneficio medio, etc. La renta de la tierra no es, para Ricardo, más que un subproblema dentro del problema general abordado en el capítulo I. La tasa media de beneficio es la categoría que expresa la ley de distribución del producto social correspondiente a la clase capitalista. Dicha tasa de beneficio no está en contradicción con la determinación del valor de la mercancía por el tiempo de trabajo, sino que, a lo sumo, introduce algunas modificaciones de menor importancia en la vigencia de la ley del valor. Este es el problema general dentro del cual plantea Ricardo el de la renta de la tierra. Si la tasa media de beneficio que expresa la ley de distribución del producto social correspondiente a la clase capitalista no está en contradicción con la ley del valor, ¿lo estará la renta de la tierra que es la categoría que expresa la ley de distribución del producto social correspondiente a la clase terrateniente?

Ricardo pasa por encima de esta cuestión sin formularla en sus términos exactos, ya que sólo plantea el problema de la renta diferencial, es decir, el problema de las diferentes magnitudes de renta procedentes de la diferente rentabilidad de distintas clases de tierra, y deja sin plantear el problema de la renta absoluta, es decir, de una renta que procede del hecho de que el capital es invertido en la agricultura en lugar de en la industria y que es independiente de la renta diferencial o de los beneficios superiores que produce el capital invertido en las mejores tierras (54).

Esto era absolutamente necesario una vez que se había partido de la identidad valor-precio de producción. La renta absoluta está necesariamente en contradicción con este punto de partida, ya que si el precio de los productos agrícolas, además del beneficio medio produce una renta, dicho precio tiene que estar por encima del precio de producción, pues éste consiste exclusivamente en el capital consumido más el beneficio medio. Si los precios de los productos agrícolas están por encima de sus precios de producción y proporcionan necesariamente un beneficio extra, estarían por encima de su valor. No quedaría, por tanto, más solución que considerar que dichos productos son vendidos constantemente por encima de su valor, lo que presupondría a su vez que todos los demás productos son vendidos por debajo de su valor, o que el valor es algo diferente a lo que se había entendido por él en la teoría. La misma cantidad de trabajo (objetivado y vivo) produciría en la agricultura un valor superior al que produciría en la industria. El valor de la mercancía no estaría determinado por el tiempo de trabajo en ella contenido. El fundamento dela Economía sería negado en la práctica. En consecuencia, Ricardo concluye, de acuerdo con su punto de partida, que no existe renta absoluta de la tierra, que sólo existe la renta diferencial. Es decir, Ricardo supone que el valor del producto agrícola producido por la tierra de peor calidad es igual al precio de producción del producto. Como en cualquier otra mercancía, valor y precio de producción coinciden. El capital invertido en la tierra de peor calidad es un capital que sólo se distingue del capital invertido en la industria por la diferente esfera de la producción en la que es invertido. De esta forma se mantiene la validez general de la ley del valor. La renta diferencial no es más que el beneficio extra que producen los capitales que trabajan en mejores condiciones que las condiciones medias en cualquier esfera de la producción y que en la agricultura, en lugar de ser apropiado por el capitalista, es apropiado por el propietario de la tierra (55).

Ricardo no hace más que trasladar su solución del problema del valor y del precio de producción al análisis de la renta de la tierra. El valor de la mercancía es igual a su precio de producción. No es posible, por tanto, que el precio de producción de un producto, además del beneficio medio, incluya una renta. En consecuencia, la renta absoluta no puede existir.

Como puede verse, el análisis del MPC a partir de la ley del valor realizado por Ricardo, o bien deja sin resolver de forma expresa el intercambio entre el capital y el trabajo, o bien resuelve mediante una armonización forzada el problema de la congruencia de la ley del valor con la tasa media de beneficio y con la renta de la tierra. Ricardo o no explica en absoluto el proceso generador de plusvalía, o explica de forma inadecuada las leyes que rigen la distribución de la plusvalía entre las clases capitalista y terrateniente. Es decir, Ricardo no llega a explicar convincentemente las relaciones entre las tres grandes clases del MPC. Ninguno de los economistas clásicos posteriores llegará a encontrar una solución satisfactoria para estos problemas. La insuficiencia de las explicaciones de Ricardo les llevará más bien a negar el fundamento de éstas: la teoría del valor. Con ello se producirá lo que Marx llama la disolución de la Economía Política como ciencia.

EL PROCESO DE DISOLUCIÓN CIENTÍFICA DE LA ECONOMÍA CLASICA

El volumen III de las Teorías… está dedicado al estudio del proceso de disolución científica de la Economía Política clásica, proceso que gira casi en su totalidad en torno a dos de las cuestiones básicas que Ricardo había dejado sin resolver: el intercambio entre el capital y el trabajo y la transformación de los valores en precios de producción. Sobre ellas vuelven constantemente los economistas posteriores, sin ser, sin embargo, capaces de darle solución. Incapacidad que les conducirá a tirar por la borda lo mejor de la teoría de Ricardo: la determinación del valor por el tiempo de trabajo.

«La polémica contra la determinación del valor de Ricardo —escribe Marx— la efectúa Malthus a partir de las tesis presentadas por primera vez por el propio Ricardo sobre las variaciones producidas en los valores de cambio de las mercancías, independientemente del trabajo en ellas contenido, como consecuencia de la diferente composición del capital tal como resulta del proceso de circulación del capital… Malthus toma estas contradicciones contra la determinación del valor por el tiempo de trabajo, no para resolverlas, sino para retroceder exclusivamente a representaciones incongruentes y para presentar la simple expresión de las manifestaciones contradictorias, su traducción verbal, como la solución de las mismas. El mismo método —continúa Marx— lo veremos también en el análisis de la disolución de la escuela de Ricardo; veremos cómo James Mill y McCulloch intentan de forma charlatana hacer coincidir directamente las manifestaciones contradictorias con la ley general mediante definiciones y distinciones escolásticas y estúpidas, eliminando el razonamiento sobre la cuestión, con lo cual se pierde, además, la base misma (sobre la que todo se plantea)» (56).

La aportación de la Economía postricardiana no va a consistir, pues, en solucionar las contradicciones en que incurrió Ricardo, que ya se han analizado, sino en ponerlas de manifiesto a fin de negar con ello la ley del valor.

Así Malthus argumenta con razón que las «excepciones» de Ricardo constituyen más bien la regla y que lo que es la regla para Ricardo es más bien la excepción en la realidad. «El estado natural de las cosas —dice Malthus— contradice la medida del valor de Ricardo, ya que dicho estado conduce a que con el progreso de la civilización aumente constantemente la cantidad de capital fijo empleado y a que los tiempos de circulación del capital circulante sean cada vez más diferentes y desiguales. El mismo Ricardo —continúa Malthus— concede que existen considerables excepciones a la regla; pero si se investigan los supuestos que entran en sus excepciones…, entonces se descubre que estos casos son tan numerosos, que la regla debe ser considerada como la excepción y las excepciones como regla» (57).

Malthus afirma correctamente que la determinación del valor de las mercancías por el tiempo de trabajo está en contradicción con la forma de manifestación de los fenómenos económicos en la superficie de la sociedad. Pero Malthus no pasa de aquí. En lugar de investigar las relaciones que existen entre la forma de manifestación de los fenómenos económicos y la determinación interna de los mismos, Malthus se limita a poner de manifiesto la contradicción entre unas y otra, para negar la propia existencia de la determinación interna, del valor de la mercancía.

De forma similar proceden también los economistas que se presentan, no como adversarios de Ricardo, como ocurría con Malthus, sino como sus discípulos. Su incapacidad para explicar las contradicciones en las que incurre Ricardo les llevará, bien a negar la vigencia de la ley del valor en la producción capitalista y a desplazarla a una época precapitalista (Torrens), bien a intentar explicarlas mediante un juego de palabras (Mill), bien a negar de la forma más absoluta la teoría del valor (McCulloch). Pero lo que distingue a estos autores, según Marx, es que cada uno va llegando, en su intento de solución de las contradicciones de Ricardo, a soluciones cada vez más absurdas e incongruentes. Si Torrens recurre a A. Smith, cuya teoría del valor era mucho más imperfecta que la de Ricardo, es decir, da un paso atrás en el desarrollo de la ciencia económica, Mill y McCulloch llegan a la negación más absoluta de la ciencia económica y de toda posibilidad de la misma.

«Capitales iguales o, en otras palabras, cantidades iguales de trabajo acumulado, ponen a menudo en movimiento cantidades desiguales de trabajo inmediato; esto, sin embargo, no afecta en absoluto a la cuestión (es decir, al hecho de que capitales de la misma magnitud produzcan el mismo beneficio)» (58).

El mérito de esta afirmación de Torrens consiste en que llama la atención sobre el hecho de que capitales iguales ponen en movimiento cantidades desiguales de trabajo inmediato. En consecuencia, si el valor de las mercancías es igual al trabajo en ellas realizado, está claro que la plusvalía no puede ser igual para capitales que ponen en movimiento cantidades desiguales de trabajo vivo, independientemente de que esta diferencia sea consecuencia del proceso de producción inmediato o del período de circulación. En esto consiste el mérito de Torrens, en plantear la cuestión en términos correctos.

Ahora bien, ¿qué es lo que deduce Torrens de esto?, pregunta Marx. Lo siguiente: «Que en la producción capitalista se produce una inversión de la ley del valor, es decir, que la ley del valor que es abstraída a partir de la producción capitalista contradice sus manifestaciones externas. Y, ¿qué coloca en su lugar? Nada, excepto la expresión grosera e incongruente del fenómeno que hay precisamente que explicar» (59).

A continuación, Torrens recurre a A. Smith para negar la vigencia de la ley del valor en el modo de producción capitalista. La ley del valor es desplazada a la «época primitiva de la sociedad» previa a la acumulación de capital. Por el contrario, «tras la división de los individuos en capitalistas y trabajadores es la suma de capital, la cantidad de trabajo acumulado, la que determina el valor de cambio» (60).

Puede verse, apostilla Marx, cómo los economistas, que ven, por un lado, los fenómenos reales tal como se presentan en la competencia, y que no comprenden, por otro, la mediación entre la ley del valor y el precio de producción, se refugian en la ficción de que es el capital y no el trabajo el que determina el valor o, mejor dicho, que no existe el valor (61).

Más incongruentes todavía son las soluciones de James Mill y McCulloch a las contradicciones de Ricardo. Para Mill sólo existe en la exposición de Ricardo un problema: el tiempo. «El tiempo —dice Mill— no puede hacer nada…» En consecuencia, se pregunta: «¿Cómo puede aumentar el valor? El tiempo es una mera expresión abstracta, una palabra, un sonido. Y es tan absurdo hablar de una unidad abstracta como medida del valor, como hablar del tiempo en cuanto creador del valor» (62).

Mill observa, pues, correctamente que el tiempo en cuanto tal no produce nada y que, por tanto, tampoco puede producir valor. Ahora bien, ¿cómo concuerda esto con el hecho de que un capital, como dice Ricardo, simplemente porque necesita más tiempo para circular, produce el mismo beneficio que un capital que ha puesto en movimiento más trabajo vivo, pero que circula más rápidamente? Si el tiempo no produce nada, aquí hay un problema no resuelto por Ricardo.

La solución de Mill consiste en convertir la acción del tiempo (por ejemplo, la fermentación del vino en la bodega) en gasto de trabajo. «Si el vino conservado en la bodega aumenta en su valor por este hecho en 1/10, se puede suponer con razón que se ha gastado en él 1/10 más de trabajo» (63). De esta forma el problema real de que el mero transcurso del tiempo, el período de circulación del capital, no produce valor, pero influye en la determinación del beneficio que se apropian los capitales individuales, es resuelto por Mill mediante un juego de palabras: sencillamente suponiendo que en el capital que tiene un período de rotación más largo se ha gastado una cantidad de trabajo superior a la que realmente se ha gastado. La solución se efectúa mediante una simple ficción verbal, cambiando, como dice Marx, vera rerum vocabula (64). A esto se reduce la aportación de Mill al problema de la transformación.

Pero la negación más absoluta de Ricardo y de la ciencia económica en general procede, sin lugar a duda, de McCulloch. Para éste el trabajo no es exclusivamente una actividad humana, sino una actividad tanto de los hombres como de las cosas. Las mercancías son trabajadores exactamente igual que los individuos, ya que, según McCulloch, «puede ser definido con razón como trabajo toda clase de acción u operación que tienda a la producción de un resultado deseado, independientemente de que sea realizado por hombres, animales inferiores, maquinaria o fuerzas de la naturaleza» (65). El trabajo no es, por tanto, una actividad privativa del hombre, sino común a los hombres, a los animales, a las mercancías producidas por los hombres y a la naturaleza.

En consecuencia, una vez transformadas las mercancías en trabajadores, resulta evidente que estos trabajadores, además del valor que poseen por el hecho de ser trabajo acumulado, tendrán que recibir un «salario» por las «acciones» u «operaciones» que realizan. Estos salarios de las mercancías son apropiados por los capitalistas, son «salarios del trabajo acumulado», pues «el beneficio del capital no es más que otro nombre para designar el salario del trabajo acumulado» (66). De esta forma queda demostrado que «el hecho de que capitales iguales obtengan un beneficio igual, independientemente de la cantidad de trabajo vivo que pongan en movimiento, es una consecuencia inmediata de la determinación del valor por el tiempo de trabajo» (67).

Esto es todo lo que los discípulos de Ricardo aportan a la solución de las contradicciones del maestro. Realmente Marx no se excedió en su rigor al describir su aportación como «disolución de la escuela de Ricardo».

LA CONTRAPOSICIÓN PROLETARIA EN LA ECONOMÍA POLÍTICA

Una vez analizada la disolución de la escuela de Ricardo, Marx continúa examinando el proceso de disolución de la Economía clásica por parte de los autores que se sitúan en defensa de los intereses del proletariado (68).

A diferencia de lo que ocurría con los economistas «burgueses» los economistas «proletarios» se aterran a la determinación del valor de la mercancía por el tiempo de trabajo exclusivamente y pretenden extraer de ella todas sus consecuencias.

Si el valor de la mercancía sólo consiste en trabajo, la plusvalía sólo puede consistir en plustrabajo, y ello quiere decir que únicamente el trabajo es productivo, en tanto que el capital no lo es en absoluto. Lo cual supone a su vez que, al ser el trabajo la única fuente de la riqueza, del valor, todo debe pertenecerle a dicho trabajo y que si el capital se apropia algo en el cambio con el trabajador, está cometiendo una estafa. Ahora bien, como ellos son incapaces de comprender la producción sin la existencia del capital, la conclusión que sacan no es la de que el capital, al ser superfluo, no debería existir, sino que se limitan a proponer como solución la disminución de la participación del capital en la producción social y el aumento de la participación del trabajo o, lo que es lo mismo, «que el trabajador debe apropiarse una cantidad superior de su propio trabajo y el capital una menor» (69).

Es decir, los economistas «proletarios» polemizan contra el modo de apropiación del capital y no contra el modo de producción del mismo. Dicho con otras palabras, se pretende suprimir el efecto del MPC sin suprimir la causa, sin ir a la raíz de la apropiación capitalista, que no es más que una forma de manifestación diferente del proceso productivo sobre la base del capital.

En última instancia, la contraposición proletaria es incapaz de superar la base misma sobre la que la economía clásica había desarrollado las leyes de la Economía Política, al no comprender la necesidad histórica del capital y del modo de producción basado sobre éste como instrumento necesario para el desarrollo de las fuerzas productivas materiales, así como tampoco las condiciones de su superación, que no pueden consistir en un hipotético «derecho del trabajador al producto íntegro de su trabajo», sino en la liquidación de las condiciones que convierten a los medios de producción en capital y al trabajo en trabajo asalariado.

LA ECONOMÍA VULGAR: LA TEORÍA DEL INTERÉS

Las páginas finales de las Teorías… están dedicadas a lo que Marx llamala Economía vulgar, a una forma de explicación y reproducción apologética de las relaciones de producción burguesas, que, como el mismo Marx subraya, tiene que ser distinguida «muy mucho» (70) de la Economía clásica.

Marx pasa revista a este proceso de vulgarización de la Economía Política a partir de Say, quien «se presenta todavía como un crítico no partidista, porque encuentra las contradicciones todavía poco desarrolladas en A. Smith» (71), pasando por Bastiat, «el apologeta y armónico de profesión», «quien se encontró la contradicción ya desarrollada dentro de la misma Economía enla Economíade Ricardo y desarrollándose en el socialismo y en las luchas de la época» (72), hasta llegar a la «última forma» dela Economía vulgar, la «forma profesoral», que procede «históricamente» y con sabia moderación escoge «lo mejor» de todas partes, con lo cual las contradicciones pierden toda la importancia, no teniéndola más que la «totalidad» (73).

Pero lo que a Marx le interesa sobre todo, no es la calificación positiva o negativa de la Economía vulgar, sino el análisis de la explicación del MPC por ésta. De lo que Marx se ocupa en las páginas finales de las Teorías… es de la estructura de la Economía vulgar, de su forma de reproducir las relaciones de producción capitalistas.

Para ello Marx recurre a la contraposición entre la Economíaclásica yla Economíavulgar.La Economía clásica intenta reducir las diferentes formas de manifestación de la riqueza burguesa a su unidad interna e intenta despojarlas de la configuración en la que se presentan la una al lado de la otra sin conexión entre sí. Dicho con otras palabras, la Economía clásica pretende comprender la estructura interna del MPC frente a la multiplicidad de las formas de manifestación de los fenómenos económicos. En consecuencia, reduce la renta de la tierra a un beneficio extra, con lo que deja de presentarse como forma independiente y es separada de su fuente aparente: la tierra. Le suprime también al interés su forma independiente y demuestra que sólo es parte del beneficio. Reduce, por tanto, todas las formas bajo las cuales las clases no trabajadoras participan en el valor de las mercancías a la forma de beneficio. Pero éste a su vez se disuelve en plusvalía, ya que el valor de la mercancía no es más que trabajo: trabajo pagado-salario-renta de la clase trabajadora; trabajo no pagado-plusvalía-renta de las diferentes clases no trabajadoras en las formas de beneficio, interés y renta de la tierra (74). Ya se han visto los errores en los que, según Marx, incurre la Economía clásica al no separar la plusvalía de sus formas de manifestación, pero no hay duda sobre la pretensión científica de su análisis.

La forma en que procede la Economía vulgar es, por el contrario, completamente diferente. Para ésta no se trata en absoluto de analizar la unidad interna que existe entre las diversas relaciones de producción de la sociedad burguesa, de examinar cómo el proceso de producción capitalista engendra formas determinadas de distribución del producto social que pueden ser reconducidas a la determinación del valor de la mercancía por el tiempo de trabajo y al subsiguiente reparto de dicho valor entre las diferentes clases de la sociedad, sino que la Economía vulgar parte precisamente de la distribución del producto social, de las rentas que perciben las distintas clases y de las fuentes de las que inmediatamente proceden, presentando la mera traducción verbal de estos fenómenos como la explicación de los mismos.

Y aún más.La Economía vulgar no sólo toma como punto de partida las distintas clases de renta y las fuentes de las que inmediatamente proceden, sino que dentro de este punto de partida general toma como primer eslabón la forma más fetiche de manifestación de las relaciones de producción burguesas: el capital portador de interés.

 La forma de expresión vulgar del sistema de la Economía Política debería haberla llevado a presentar la tierra como fuente de la renta de la tierra, el capital como fuente del beneficio y el trabajo como fuente del salario. Y puesto que se trata del análisis del MPC, a tomar como punto de partida la relación económica dominante en dicho MP: capital-beneficio. Y, sin embargo, no es así. La Economía vulgar no toma como punto de partida el beneficio, sino el interés. Para la Economía clásica el beneficio era la forma originaria de manifestación de la renta del capital, siendo el interés una mera forma derivada a partir de aquélla. La Economía vulgar, por el contrario, invierte los términos de la cuestión y presenta como forma originaria la derivada y a la inversa.

Esta inversión de las categorías no es casual, sino que tiene su lógica. El capital portador de interés es la forma más fetiche de manifestación de las relaciones de producción burguesas, forma que, tomada como punto de partida, excluye toda posibilidad de explicación de las relaciones del MPC como relaciones sociales, es decir, como relaciones entre los individuos y las presenta como resultado de la acción de las cosas. En el capital portador de interés nos encontramos con el «punto de partida originario del capital —dinero— y con la fórmula D~M-D’, reducida a sus dos extremos: D-D’. Dinero que produce dinero. Es la fórmula originaria y general del capital reducida a un resumen sin sentido» (75). En el capital portador de interés el fenómeno del dinero que, en cuanto cosa tangible, engendra más dinero, es presentado como algo independiente del proceso a través del cual el dinero engendra más dinero y es expresado como la cualidad de una cosa. El capital deviene algo misterioso e incomprensible. No expresión de las relaciones sociales entre los individuos, sino efecto del dinero en cuanto tal. Esta es la razón por la que el capital portador de interés es la forma más fetiche de manifestación de las relaciones de producción burguesas, la forma en que las relaciones entre los individuos, los resultados de las relaciones sociales se presentan en su máxima potencia como propiedades de las cosas.

En efecto, todas las demás formas de renta y sus fuentes respectivas, desde la pareja trabajo-salario hasta la tierra-renta pasando por el capital (industrial-comercial)-beneficio, si se las examina aisladamente, sin analizar la conexión que existe entre todas ellas, son de por sí formas fetiches, formas invertidas de expresión de las relaciones de producción. Pero ninguna llega a alcanzar el nivel del capital portador de interés.

El trabajo como fuente del salario y la forma salario como expresión del «valor del trabajo» son de suyo bastante mistificadoras. En primer lugar, porque confunde el trabajo con una forma social específica de realización del mismo, con el trabajo asalariado. Y en segundo lugar, porque confunde el producto del trabajo asalariado para el trabajador, el salario, con el producto del trabajo. «Pero la representación vulgar está aquí tan en consonancia con la cosa misma, que para cualquier individuo que esté en su sano juicio está claro que el trabajo produce su propio salario» (76).

Del capital industrial, en la medida en que actúa en el proceso de producción, se tiene siempre más o menos la idea de que es un instrumento para apropiarse trabajo ajeno. Esto puede ser o no ser justificado, puede ser considerado como algo «justo» o «injusto», pero la relación del capitalista con el trabajador está siempre presupuesta en esta forma de capital. El beneficio del capital industrial aparece, pues, conectado con el proceso de producción social (77).

Más fetiche es la forma beneficio del capital comercial, en la medida en que la idea vulgar del mismo la hace derivar de un mero recargo del precio por parte del comerciante. Pero «en cualquier caso, el beneficio es explicado a partir del cambio, es decir, de una relación social y no de una cosa» (78).

E incluso la tierra como fuente de la renta de la tierra es menos fetiche que la forma capital-interés, pues en este caso «mediante una agradable confusión del valor de uso y del valor de cambio, a la representación vulgar le queda el recurso a la fuerza productiva de la naturaleza, que por arte de birlibirloque se personifica en el terrateniente» (79).

En el capital portador de interés, por el contrario, el fetiche está consumado. El capital ya acabado —unidad de proceso de producción y circulación— que en un determinado período de tiempo produce un determinado beneficio, es la representación del capital subyacente al capital portador de interés. Pero en esta última forma queda simplemente la determinación de la obtención del beneficio sin la mediación del proceso de producción y circulación. En las formas capital-beneficio existe todavía el recuerdo de su pasado. En el capital portador de interés este recuerdo ha desaparecido por completo. Se trata del valor que se auto valoriza, del dinero que produce más dinero, y en esta forma no presenta ninguna señal indicativa de su génesis. La relación social es presentada como relación de las cosas consigo mismas (80).

Ahora bien, ésta es la forma en que el capital existe básicamente para la representación vulgar, es el capital par excellence (81). De ahí que el interés se presente como la plusvalía que le corresponde al capital en cuanto capital, a la mera propiedad del capital, una plusvalía que, por tanto, el capital lleva latente en sí. «El beneficio industrial, por el contrario, se presenta como la parte de la plusvalía que le corresponde al capitalista no como propietario del capital, sino como propietario que hace funcionar el capital. Como todo en este modo de producción se presenta de forma invertida, así también la última inversión se presenta en la relación entre interés y beneficio, de forma tal que la parte del beneficio separada bajo una rúbrica especial, el interés, se presenta más bien como el producto que realmente le corresponde al capital, mientras que el beneficio industrial se presenta como una mera adición injertada a aquélla» (82).

En consecuencia, concluye Marx, para el economista vulgar que quiere presentar al capital como una fuente autónoma de valor, esta forma le viene de perlas, ya que se trata de una forma en la que la fuente del beneficio no es reconocible y en la que el resultado del proceso capitalista —separado del proceso— obtiene una existencia autónoma. En D-M-D’ existe todavía la mediación entre los dos extremos de la fórmula. En D-D’ tenemos la forma incomprensible del capital, la inversión y cosificación de las relaciones de producción en su máxima potencia (83).

Como puede verse, la elección del capital portador de interés no es una elección inocente, sino cargada de sentido. Se trata de una elección que hace imposible la comprensión de la estructura interna del MPC y se limita a expresarlo en las «formas irracionales y alienadas en las que los agentes reales de la producción se sienten como en su casa» y que «corresponden simultáneamente al interés de las clases dominantes, en la medida en que proclama la necesidad natural y la justificación eterna de sus fuentes de ingreso y las eleva a la categoría de dogma» (84). De ahí el doble calificativo de vulgar (en la medida en que traduce exclusivamente las representaciones que de sus relaciones sociales tienen los individuos implicados directamente en ellas) y de apologética (en la medida en que expresa de forma directa los intereses de las clases dominantes) con que la califica Marx.

Este es el contenido del manuscrito de Marx, que, como puede verse, va mucho más allá de una simple exposición histórica de las teorías sobre la plusvalía. Con él se cierra casi por completo el trabajo de investigación preparatorio de El Capital.

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NOTAS

(44) MARX, Theorien , MEW, T. 26.2, págs. 162-163

(45) MARX, Theorien , MEW, T. 26.2, pág. 163

(46) MARX, Theorien , MEW, T. 26.3, págS. 490-491

(47) MARX, Theorien , MEW, T. 26.2, pág. 397

(48) MARX, Theorien , MEW, T. 26.2, pág. 399-400

(49) MARX, Theorien , MEW, T. 26.2, pág. 376

(50) MARX, Theorien , MEW, T. 26.2, pág. 171

(51) MARX, Theorien , MEW, T. 26.2, pág. 170

(52) MARX, Theorien , MEW, T. 26.2, pág. 170

(53) RICARDO, Principios de Economía Política, pág. 51. Se cita por la edición del Fondo de Cultura Económica.

(54) MARX, Theorien , MEW, T. 26.2, págs. 239-241

(55) MARX, Theorien , MEW, T. 26.2, págs. 241-242

(56) MARX, Theorien , MEW, T. 26.3, pág. 23

(57) MARX, Theorien , MEW, T. 26.3, pág. 25

(58) MARX, Theorien , MEW, T. 26.3, pág. 67

(59) MARX, Theorien , MEW, T. 26.3, pág. 68

(60) MARX, Theorien , MEW, T. 26.3, pág. 68

(61) MARX, Theorien , MEW, T. 26.3, pág. 78

(62) MARX, Theorien , MEW, T. 26.3, pág. 82

(63) MARX, Theorien , MEW, T. 26.3, págs. 82-83

(64) MARX, Theorien , MEW, T. 26.3, pág. 84

(65) MARX, Theorien , MEW, T. 26.3, pág. 179

(66) MARX, Theorien , MEW, T. 26.3, pág. 180

(67) MARX, Theorien , MEW, T. 26.3, pág. 180

(68) MARX, Theorien , MEW, T. 26.3, pág. 231

(69) MARX, Theorien , MEW, T. 26.3, pág. 251

(70) MARX, Theorien , MEW, T. 26.3, pág. 445

(71) MARX, Theorien , MEW, T. 26.3, pág. 492

(72) MARX, Theorien , MEW, T. 26.3, pág. 492

(73) MARX, Theorien , MEW, T. 26.3, pág. 492

(74) MARX, Theorien , MEW, T. 26.3, pág. 490

(75) MARX, Theorien , MEW, T. 26.3, pág. 445

(76) MARX, Theorien , MEW, T. 26.3, pág. 446

(77) MARX, Theorien , MEW, T. 26.3, pág. 446

(78) MARX, Theorien , MEW, T. 26.3, pág. 446

(79) MARX, Theorien , MEW, T. 26.3, pág. 446

(80) MARX, Theorien , MEW, T. 26.3, pág. 447

(81) MARX, Theorien , MEW, T. 26.3, pág. 447

(82) MARX, Theorien , MEW, T. 26.3, pág. 468

(83) MARX, Theorien , MEW, T. 26.3, pág. 454

(84) MARX, Das Kapital, Das Kapital, NEW, T. 25, págs. 838-839

 

 

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