De las crisis del capital al capital en crisis

«Es sabido que el movimiento del capital en pro de su reproducción ampliada no sólo se ve sometido a recurrentes crisis de valorización y de realización, sino que éstas adquieren una dimensión mayor según logra sobreponerse a las anteriores. Desde la crisis de los años 70 del siglo XX, el capital en movimiento ha intentado diversas medidas contratendenciales capitalismo-es-crisistendentes a iniciar un nuevo ciclo de acumulación. Más allá de la polémica sobre si lo ha conseguido o no, el artículo describe algunas de aquellas medidas y sus contradicciones, a través de las que se desprende que las resoluciones de la valorización generan atascos en la realización que ponen en entredicho a su vez la capacidad de legitimación del orden socioeconómico frente a las pretensiones de rentabilidad del capital.

La crisis en la que entra toda esta espiral de contratendencias que dieron contenido a la etapa postfordista y postkeynesiana (“neoliberal”) del capital está de momento paliada en parte por la contención de la agencialidad del Trabajo, como objetivo originario y primordial con el que surgió el neoliberalismo.

Sin embargo, la creciente reducción de las posibilidades reformistas abre mayores oportunidades para la subjetivación de las condiciones objetivas de antagonismo.»

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DE LAS CRISIS DEL CAPITAL AL CAPITAL EN CRISIS

AGOTAMIENTO DE LAS POSIBILIDADES DEL REFORMISMO EN EL CAPITALISMO TARDÍO

Andrés Piqueras

 

De las contradicciones: tendencias, contratendencias y huidas

El capital es capaz, y así lo ha mostrado históricamente, de aumentar los niveles de vida de unas u otras poblaciones mediante la elevación general de la productividad y de la riqueza total generada en una sociedad. La única condición es que obtenga más ganancia que el Trabajo con cada aumento de la producción (en realidad, de la productividad): esta es la plusvalía relativa, e implica una participación cada vez menor de los salarios en el total del ingreso en cada formación social.

Sin embargo, para el capital hay un problema vital en toda esta relación, del que nunca puede escapar y que marca su carácter intrínsecamente contradictorio.

Por una parte, como se ha dicho, está obligado a producir de forma continua plusvalía relativa. Por otra, debe convertirla en ganancia. Sin embargo ésta depende de dos factores: 1/ de la plusvalía apropiada a costa de la fuerza de trabajo comprada, y 2/ de la composición en valor del capital (CVC), esto es, de los gastos de inversión y de producción [los medios de producción de los que se dispone y que son gastados], dentro de los cuales contamos los insumos y materias primas consumidos en dicha producción (“capital circulante”) más la inversión en tecnología o mecanización que se haya hecho (composición técnica del capital -CTC- o “capital fijo”), y los gastos en salarios (“capital variable”). Este último factor (el de la CVC) resta al primero (el de la plusvalía), de manera que la fórmula, simplificada, sería:

g (ganancia) = p (plusvalía) / CVC

Donde CVC (composición en valor del capital) es el cociente entre capital constante [= capital circulante (materias fungibles en el proceso productivo) + capital fijo (tecnología e instalaciones)] y capital variable (salarios de la fuerza de trabajo).

A esto hay que añadir que cuanto más aumenta la composición técnica del capital (cuanto más se invierte en maquinaria y tecnología) más productividad se puede conseguir, pero menos plusvalía proporcional (ya que ésta sólo se extrae de los seres humanos). Por tanto, con la sustitución de seres humanos por máquinas, o lo que es lo mismo, al aumentar la proporción de “capital fijo” (máquinas) sobre el “capital variable” (asalariados), y en igualdad de condiciones de explotación, va disminuyendo la tasa de ganancia capitalista. Tampoco la plusvalía aumenta proporcionalmente a la explotación de la fuerza de trabajo, sino de forma decreciente. Lo explicamos a través del ejemplo (cuadro A):

CUADRO A

La composición orgánica del capital ha seguido aumentando a pesar del creciente recurso a la explotación intensiva y también extensiva de fuerza de trabajo. El incremento de la proporción de maquinaria en relación a la mano de obra ha tenido lugar en todos los sectores vinculados a la actividad de las empresas transnacionales. Especialmente responsable de ello ha sido la informatización de los procesos productivos.

Las tecnologías intensivas en capital hacen que la utilización de fuerza de trabajo por unidad de capital invertido sea significativamente menor, provocando una tendencia hacia la eliminación de empleos y lo que es realmente grave para el funcionamiento capitalista, una sobreacumulación de capital invertido por unidad de valor que se es capaz de generar. La sobreproducción de capital es una sobreproducción de mercancías como medios de producción cuando el valor producido por el capital invertido no incrementa lo suficiente o incluso llega a ser menor que el producido antes de la inversión. La consecuente desinversión contrae también la compraventa entre empresas capitalistas (los pedidos que unas se hacen a otras), rompe la cadena de cobros y pagos que se resuelve normalmente en la quiebra y cierre de empresas, incremento de la desocupación y depreciación del capital en funciones, incluido el capital variable, esto es, los salarios. Todo ello arroja una creciente cantidad de “capitales excedentes” que en buena parte o bien buscan su valorización en otros territorios, o bien adquieren la forma de activos financieros en búsqueda de mayor rentabilidad.

En la primera opción la competencia por atraer aquellos capitales excedentes se transforma en competitividad de los más exitosos, que no es otra cosa que su eficacia en explotar en mayor grado a su fuerza de trabajo. De manera que si en una formación social se incrementa la tasa de explotación, se prevé que en principio aumente también su capacidad para atraer flujos internacionales de capitales productivos (y financieros). Tal suposición comienza a tener menos probabilidades de realizarse, sin embargo, cuando todas las formaciones sociales “compiten” por lo mismo en los mismos términos.

Además, la inversión externa directa de capitales tiende a trasladar parecidos problemas de sobreacumulación a zonas periféricas que hasta entonces se hallaban fuera de esa contradicción. Más adelante veremos a qué conduce la segunda opción, la financiera.

Digamos, por ahora, que la automatización o, en general, la tendencia al desarrollo de las fuerzas productivas, que es inherente a la acumulación capitalista (y que conlleva la permanente mudanza de las condiciones de vida en cualquier formación social), presenta dos grandes procesos contradictorios.

1. Por una parte y en general, la automatización tiende a reducir el trabajo en la producción directa y a reestructurar las cualificaciones de la fuerza de trabajo. Proceso que lleva implícita la desvalorización de la fuerza de trabajo, sustituyendo el saber obrero por la máquina. Pero al reducir significativamente el trabajo manual, la automatización redefine las demandas sociales del trabajo en dirección al trabajo intelectual, vinculando la productividad al aumento del valor de la fuerza de trabajo, que pasa a depender del aumento del tiempo de formación del trabajador y del avance del saber social en su conjunto1. Esta contradicción tiende a ser resuelta por el Capital, en cuanto que sujeto de clase, a través de la sobre-explotación de la fuerza de trabajo, mediante el desempleo estructural, para reducir los precios de la fuerza de trabajo por debajo de su valor (de esta manera, el valor de la fuerza de trabajo, lo que es capaz de producir a cambio del coste de lo que consume, quedará muy por encima de su precio, esto es, el salario que recibe a cambio de lo que produce). Dentro de ese proceso el esfuerzo presente está encaminado a disminuir el precio de la fuerza de trabajo intelectual, a través de la reestructuración educativa que se lleva a cabo en todo el planeta y que en el espacio europeo cobra cuerpo en el denominado “proceso de Bolonia”.

2. La otra contradicción de la automatización es que al reducir la masa de valor representada por la fuerza de trabajo, restringe cada vez más los impactos de los aumentos de la productividad en la elevación de la tasa de plusvalía, y limita también la conversión de plusvalía extraordinaria en ganancia extraordinaria, que es el objetivo básico de la inversión capitalista. Además, la eliminación de fuerza de trabajo de los procesos productivos (desempleo masivo estructural), generada de manera decisiva por la automatización y respaldada por el desplazamiento espacial del capital, se une a estos factores en la significación del aumento de la composición orgánica del capital y la correspondiente caída relativa de la tasa de ganancia.

Sin embargo, el Capital ha sido capaz hasta ahora de contrarrestar estas tendencias mediante todo un entramado de medidas

 Aumentando significativamente la tasa de explotación de la fuerza de trabajo, (difusión generalizada de la sobreexplotación).

 Abaratando el coste de las materias primas (mediante la incorporación de alta composición de capital para su obtención, fabricación sintética, apropiación directa de las mismas ya sea mediante implantación de las transnacionales o a través de invasiones militares…).

 Efectuando una desvalorización, si bien insuficiente, de capitales obsoletos a través de bancarrotas, anexiones y fusione (a pesar del salvataje estatal de grandes empresas no competitivas, o la inyección de dinero público para reflotarlas).

 Abaratado el empleo de capital constante: a) aumentando el volumen de producción (p.e. a través de la prolongación del tiempo de trabajo, con turnos ininterrumpidos, horas extras…); b) utilizando más racionalmente materias primas y energía, o ahorrando en medidas de protección laboral (seguridad social, condiciones de seguridad laboral…)

 Reduciendo en sus sectores más avanzados el tiempo de rotación del capital y de su renovación, acortando eficazmente el tiempo entre la producción y la venta.

 Buscando nuevas localizaciones para la valorización de los capitales excedentes (movimiento tendencial hasta ahora de los centros a las periferias).

 A todo ello se ha sumado el intento de “inmaterialización” de la economía 2.

Paradójicamente, los intentos de sobreponerse a sus crisis de valoración, consiguiendo aumentar la plusvalía o generación de ganancia potencial, conducen al movimiento del capital a crecientes dificultades para convertir aquélla en ganancia real, mediante la venta de lo producido. Lo que hace enfrentarse al sistema con crisis de realización.

Veamos, el modelo neoliberal desatado con la transnacionalización del capital y basado en la depresión de la demanda o deterioro del poder adquisitivo de las poblaciones (reducción de los salarios reales –y a menudo nominales-, enorme aumento de la precariedad laboral, expansión del desempleo, fuerte incremento de la concentración de capital con su correlato de exacerbación de la pobreza o pérdida de la capacidad de reproducción de una creciente proporción de la fuerza de trabajo mundial), no puede conducir sino a serios problemas de realización de la plusvalía en ganancia. Es decir, una sobreproducción de mercancías que no pueden ser vendidas.

De hecho, la competencia universal por reducir los costos salariales no ha llevado sino a la profundización de la brecha entre el incremento de la producción y la capacidad de consumo en la mayor parte de formaciones sociales. Con ello no sólo se evidencia como falsa la salida a través de la competitividad en la exportación de mercancías, sino que se acentúan los motivos de desinversión capitalistas, generando una masa mayor de capitales excedentes.

En la búsqueda de valorización los consiguientes desplazamientos de capital van a incrementar notablemente la competencia intercapitalista. La disolución de las fronteras económicas arrojará a la mutua competencia a capitales antes confinados en los límites estatales, o bien hasta entonces ocupados en un solo sector. Este ha podido ser el más importante contrapeso durante la globalización ascendente al carácter agencial coordinado transnacionalmente de la propia clase capitalista.

Sin embargo, pese a tales obstáculos estructurales esa propia clase capitalista transnacional ha logrado dar importantes pasos en su articulación como sujeto en su acción de clase 3, consiguiendo también en el plano de la realización imponer medidas contratendenciales de relativa eficacia, en cuanto que respuestas insertas en la reordenación de la producción y el consumo. Los principales dispositivos han sido:

 Recurso a mecanismos impulsores al máximo de la utilización decreciente de las mercancías como bienes de consumo. Obsolescencia física programada y acortamiento artificial de la vida media de productos básicos (a través, por ejemplo, de las “fechas de vencimiento” arbitrarias de ciertos productos, como los alimenticios). A lo que se unía la obsolescencia psicológica de otros, a través de la publicidad y las modas y la constante generación de necesidades derivadas de ellas.

 Acrecentamiento del porcentaje de subutilización crónica y el acortamiento artificial del ciclo de amortización de las maquinarias e instalaciones. Se estimula la fiebre de la “innovación” y consiguiente “renovación tecnológica”, atendiendo a los requerimientos de la competencia en el mercado, por encima de las necesidades reales de la población.

 Aumento del endeudamiento a corto y largo término como sustitutivo del deterioro de los ingresos. Lo cual además refuerza el disciplinamiento de la fuerza de trabajo (un trabajador endeudado es un trabajador debilitado en su capacidad antagónica, más fácilmente dominable o más tendente al autodisciplinamiento).

 Canalización del ahorro popular hacia las inversiones en bonos o acciones, activos cuyos precios terminan influyendo decisivamente sobre el consumo.

 Orientación de una mayor parte de la producción hacia el consumo sofisticado, o lo que es lo mismo, potenciación del consumo de las capas con medio-alto y alto poder adquisitivo de las sociedades centrales, así como de las tradicionales burguesías compradoras de las sociedades periféricas. Medidas que se complementan con la generación de nuevos sectores consumistas de las periferias “emergentes”.

 Expansión del complejo industrial-militar para sustraer cada vez más producción del mercado (el Estado es en este punto un comprador seguro), lo que además de ser una fuente de continua inflación termina realizando la identificación del consumo (de la mercancía producida) con la destrucción.

Aquí nos encontramos con la contradicción resultante devenida del intento de resolución de las dos anteriores, que resultará clave en el capitalismo actual o tardocapitalismo. Los denodados y hasta cierto punto exitosos intentos por contrarrestar las tendencias que en la valorización y en la realización del capital tienden a bajar su tasa de ganancia, van agotando la capacidad del capital de desarrollar fuerzas productivas o hacerlo sólo a costa de la un creciente incremento de las fuerzas destructivas (con una gran entropía social y ecológica), acentuando los siguientes procesos concomitantes:

 Uso intensivo de la naturaleza. Creciente depredación de recursos.

 Uso intensivo de capital en procesos de creación destructiva, acortando la vida de los bienes de consumo y los bienes de equipo.

 Expansión del valor de cambio, cada vez más  contradictorio con los valores de uso (es decir, con las necesidades humanas).

 Creciente proporción de seres humanos sobrantes o desechados 4.

Esto supone que el capitalismo se muestra crecientemente como un sistema histórico que agota sus posibilidades en cuanto que fuerza progresista para la humanidad, medida por la capacidad de desarrollo de las fuerzas productivas (o si se quiere, de la generación de riqueza material e inmaterial).

Esa incapacidad parece proporcional al aumento de la importancia que adquiere su componente “ficticio”, que viene primero de la mano de la sustitución de capital productivo por capital financiero, y después por la vertiente especulativa y parasitaria de este último 5.

Los pasos en que se produce esta nueva fase de financiarización del sistema capitalista aparecen detallados en el Cuadro B 6.

CUADRO B

El control de las finanzas internacionales por parte de las sociedades centrales permite utilizar el dinero de los demás para paliar en parte la propia incapacidad de acumulación, y posibilita seguir comprando el mundo sin inversión previa (lo cual no ayuda, sin embargo, a su capacidad de mejorar la rentabilidad del capital como “productor” de más capital).

Efectivamente, la financiarización es una forma de recaudar dinero aprovechándose de la plusvalía que han generado los demás, o lo que es lo mismo, de convertir a la representación del valor de las cosas [el dinero] en valor en sí mismo, en virtud de un complejo entramado de creencias sobre creencias (como por ejemplo, en que alguien respaldará el dinero-papel o dinero-moneda con algún equivalente de valor material). Veamos, para obtener dinero las empresas emiten pasivos o acciones (dinero financiero) en la participación de la riqueza que se supone que han generado previamente. La emisión sin control de aquéllos hace que en realidad no correspondan a la riqueza real con la que una empresa puede responder (haciendo del dinero financiero un capital ficticio), por lo que si todo el mundo exigiese la recuperación de acciones y pasivos las empresas quebrarían. Cuando se pierde la confianza o la creencia en alguna entidad financiera o bancaria, sobreviene el ‘pánico’ de los inversores o ahorristas: todo el mundo quiere retirar su dinero al tiempo, y el negocio montado sobre una irrealidad se hunde. También, paradójicamente, incluso cuando una entidad financiera ha tenido mucho ‘éxito’ y ha dado réditos importantes puede ‘activar’ involuntariamente la señal de que es bueno recoger ahora las ganancias, con lo que estimula que se retiren los inversores mejor informados, que suelen ser los que más masa dineraria tienen depositada, provocando efecto de arrastre en los medianos y después en los pequeños inversores, que como siempre son los que más posibilidades tienen de perderlo todo, pues cuando quieren reaccionar tiende a ser demasiado tarde y ya se ha producido la suspensión de pagos de la entidad. Este complejo entramado de creencias irreales y de intereses privados de afán de lucro rápido cuenta con una creciente complicidad popular, posible gracias a la construcción histórica del individuo posesivo, en el que el ansia de ganancia rápida, la posesión de objetos y la satisfacción a través del consumo incesante e instantáneo de mercancías llega al paroxismo. De todas formas, y por si esto fallara, Gobiernos y cúpulas sindicales vienen pactando la entrada en Bolsa obligada de pensiones y otros activos de la fuerza de trabajo, con lo que la “plusvalía financiera” se nutre también crecientemente de la parte no consumida de los salarios.

De igual forma, cuando las grandes empresas emiten aquellos pasivos pretenden que éstos no sean exigibles (es decir, que todo el mundo confíe en su solvencia), y por tanto los utilizan a menudo para comprar otras empresas menores o activos de las mismas que se supone que se van a revalorizar (buena parte de la actual absorción o “adquisición” de la riqueza de unas empresas por otras se realiza en realidad sin que se efectúen pagos en metálico). Es por eso que cada vez más la ganancia de las grandes corporaciones empresariales se obtiene no tanto a través de la producción de valor o, valga decir, de riqueza, sino de la adquisición de la que ya estaba generada (ampliando crecientemente la concentración cada vez en menos manos de la misma) 7. O sea que las actividades ligadas a la producción pierden peso a favor de las especulativas, generando, como dice Naredo (2006), dos tipos de empresas (y se podría añadir también de formaciones sociales) capitalistas:

1/ las que tienen capacidad de crear dinero financiero [quitando con ello a los Bancos la exclusividad en la intermediación financiera, razón por la que éstos han de depender crecientemente del crédito para su ganancia];

2/ las que tienen que conseguir su ganancia-dinero mediante la producción y venta de bienes y servicios.

Gracias al actual papel del Estado, a escala interna, y al de las instituciones de gobierno mundial (OMC, FMI, Banco Mundial, G-20, OTAN…), al nivel global, la enorme y creciente masa de capital excedente se emplea también en la compra de bienes y servicios que antes eran públicos o estatales y que pasan a convertirse en mercancías para la ganancia privada, tanto en los países centrales como periféricos: recursos energéticos y naturales básicos (agua, gas, combustibles fósiles, redes eléctricas, bosques, tierras, etc.), redes telefónicas, de correos, de transporte, sistemas educativos, de salud, etc., etc. Tal dinámica constituye uno de los puntales del presente proceso, planetario y brutal, de desposesión de seres humanos y sociedades, que sólo tiene parangón en la “acumulación primitiva de capital” (en los orígenes del capitalismo) 8. Aquélla es complementada con la provocación de crisis financieras parciales en determinados sectores (por ejemplo, aeronáutica, industria pesada, etc. …) o en unos u otros territorios (sureste asiático, Rusia, México, Argentina…), provocando la devaluación o sobredevaluación de numerosos activos locales, que luego son comprados a precio de saldo por el capital excedente central.

De los límites: de la deslegitimación al irreformismo

Todas estas vías de fuga de sus tendencias cíclicas a la crisis, son objetivamente racionales dentro de la lógica capitalista. Es decir, que no son un capricho, ni radican en la “maldad” del género humano, y por tanto no se trata tampoco de apelar a ideales regulativos de tipo neokantiano ni al “diálogo” entre agentes sociales, o a la “cordura” para volver a un capitalismo “organizado” (el que a menudo se añora vinculado al keynesianismo), como desde tantos ámbitos filosófico-ideológicos se pretende. De la misma manera que, en contra de lo tan a menudo vertido en los medios masivos de socialización y de ideologización, tampoco las crisis sistémicas son por causa de una mayor distribución de la riqueza -o dicho de otra forma, por la menor obtención de plusvalía a costa de los salarios (los cuales, no lo olvidemos, son siempre un factor dependiente)-, sino debido a la contradicción inherente a la imposibilidad de mantener la tasa de ganancia en la producción (Cuadro A).

Las medidas emprendidas evidencian, en cambio, una extensión de las contradicciones de la dinámica capitalista también al ámbito de la legitimación (o de la incorporación subordinada de las grandes mayorías a su proyecto). Así, por ejemplo, según la presente crisis se hace más grave y profunda el Capital se ve forzado a la paradoja de desmantelar los grandes dispositivos anticrisis que se habían ido construyendo en los últimos 50 años (el Estado Social, la negociación colectiva, Estatuto de los Trabajadores, derechos sociolaborales, etc. …). A esa ofensiva actual del Capital contra el Trabajo se la conoce como neoliberalismo, y se desenvuelve vinculada a la transnacionalización monopólica capitalista (conocida como globalización), que no es sino su máxima expresión histórica de disciplinamiento de la fuerza de trabajo (reduciendo al mínimo sus conquistas y resistencias), de difusión universal de la sobre-explotación del trabajo (que se exporta de las formaciones sociales periféricas a las centrales) y de desposesión de seres humanos y sociedades a escala planetaria. Todo eso requiere el creciente recurso a la fuerza.

Aquí es donde se evidencian los límites de las opciones reformistas en general y de la socialdemocracia en particular.

La principal contradicción intrínseca a esta última es que para tener alguna relevancia social necesita que las cosas le vayan bien al capital, es decir, que éste emprenda o afirme una onda de acumulación, de manera que sea más fácil conseguir cierta mejor distribución social de la riqueza. Por eso cuando la tasa de ganancia se ve en peligro, casi siempre la socialdemocracia clásica y siempre la neosocialdemocracia intervienen con todos sus medios en favor del capital, haciendo cuanto está a su alcance para disciplinar al Trabajo, posibilitando los consiguientes “ajustes”. Del mismo modo, se mantienen atentas para desbaratar los intentos de la fuerza de trabajo por superar (“desestabilizar”) las reglas de dominación socioeconómica.

Desde la década de los años 70 del siglo XIX, es decir al poco de nacer como proyección política del Trabajo, la socialdemocracia comienza a vincular su evolución al entramado institucional de la sociedad capitalista, mediante su propia institucionalización (la socialdemocracia inglesa primero y la alemana después, son paradigmáticas de ello). Esto en principio fue pretendidamente estratégico, teniendo como meta la superación del capitalismo a través del anticipamiento en su propio seno del sistema que le superaría: el socialismo. Pronto, sin embargo, la Segunda Internacional daría una variada gama de pruebas de que su propio devenir quedaba ligado de forma subordinada al del mismo sistema que decía querer transcender.

Efectivamente, en cada ocasión que éste mostraba señales de tambalearse, el cuerpo mayoritario de la socialdemocracia acudió en su ayuda, frenando o simplemente reprimiendo (a veces con la eliminación física –como en los casos de Luxemburg y Liebnich-) los intentos de sobrepasarlo. Sin entrar en detalles sobre la colaboración en la I Guerra Mundial, podemos hacer mención a su claudicación en los momentos críticos por los que atravesó la República de Weimar en Alemania (su desastrosa política de connivencia con el lado más salvaje del capital terminó con su entrega al nazismo, dejando en la más absoluta desorientación y desprotección a grandes masas de población trabajadora), y su correlato en Austria. También hay que recordar su estrecha relación política y estratégica con el Capital en contra de la URSS –y otras experiencias de transformación-, y su alianza contra los partidos comunistas en buena parte de la geografía europea (que tiene una de sus más notorias expresiones en España, mediante su complicidad con la dictadura de Primo de Ribera, en los años 20).

Tras la Segunda Guerra Mundial, la socialdemocracia “clásica” de las formaciones centrales se confinó a sí misma dentro de los límites del keynesianismo a partir del Congreso de Bad Godesberg del SPD alemán, en 1959 (en adelante ya no contemplaría al sistema capitalista como un orden a superar). Tiene una de las máximas expresiones de su derrotero burgués en la política del que fue una de sus figuras más emblemáticas, Willy Brandt, quien al finalizar la década de los años 60 declaró que “debía buscarse la desintegración progresiva de la Europa de economía no capitalista”. Más tarde, en 1975, el Ministro para Asuntos Ambientales de Inglaterra, Anthony Crosland, intentó de alguna forma dar una limpieza de imagen a una socialdemocracia europea cada vez más comprometida con el proceso de acumulación capitalista y con su geoestrategia imperialista, mediante los que se conocerían como principios de Crosland (democracia con justicia, anteposición de la dignidad humana a la rentabilidad económica, equidad entendida como redistribución). Todo ello quedaría, lógicamente, en nada. A partir de la década de los 90’, con la transnacionalización del capital, la socialdemocracia se hunde un escalón más al plegarse al nuevo orden de cosas impuesto bajo el pseudónimo de “neoliberalismo”, convirtiéndose (neosocialdemocracia) en el pretendido apéndice “humano” suyo en forma de “Tercera Vía” (no tan preocupada ya por la redistribución, sino por la paliación y prevención de ciertas marginalidades, sobre todo las potencialmente disruptivas, y el mantenimiento de ciertos poderes adquisitivos entre las capas medias de la población).

Para no ser menos, los Partidos Comunistas que no habían claudicado mucho antes perdidos en la ciega pleitesía estalinista, se desplazaron hacia la derecha intentando ocupar el espacio que dejó vacío la socialdemocracia, renunciando a preparar la transformación socialista en aras de la “real politik”, traducida ahora por intentar preservar ciertas conquistas sociales (el autodenominado “eurocomunismo” fue el gran impulsor de todo ello –pero esto también puede ser aplicado a muchas otras organizaciones políticas antes “radicales”-). Sus “frutos” han sido la pérdida constante de apoyo popular y de militancia, acompañadas a menudo de su hundimiento electoral (y es que el oportunismo de medias tintas suele dar como resultado estas consecuencias).

En unos y otros casos, los sujetos provenientes del capital monopolista de Estado en su modalidad keynesiana para las formaciones centrales (los cuales ejercieron un notable dirigismo sobre las restantes), tienden a continuar categorizando e interpretando las nuevas condiciones con los recursos teóricos y táctico-estratégicos propios de esa fase en la que el capital era susceptible de reformismo. Pero el capital monopolista transnacional (que aquí consideramos como capitalismo tardío), ha hecho depender cada vez más la acumulación de la superexplotación y de la desposesiónmarginación, ha reducido considerablemente la calidad ‘democrática’ de las sociedades, procurando instituciones de gobierno político, dirección económica y administración social preocupadas básicamente por garantizar el libre movimiento del capital y su reproducción ampliada a través de la apropiación privada de todos los órdenes de la vida y el mantenimiento de la ‘gobernabilidad’ (esto es, del disciplinamiento del Trabajo). Este nuevo orden de dominación ha vaciado al Estado como medio de constitución de ciudadanía y como espacio de resolución de contradicciones interburguesas, perdiendo además su exclusividad como agente regulador de la dinámica del capital.

El movimiento del capital como sistema entra así cada vez más en una dinámica de menor posibilidad de negociación.

La guerra de clase unilateral del Capital

La guerra de clase unilateral que desata el Capital como ofensiva para dar respuesta a la crisis estructural de larga duración en la que está sumido, es responsable del tremendo Ajuste Distributivo que se está dando en las formaciones sociales centrales en favor de aquél 9.

Igualmente el Capital obliga al Ajuste Estructural en las periferias para poder seguir extrayendo ganancia del conjunto de la población mundial (a través del incremento de la apropiación de sus recursos y del aumento de la rentabilidad del capital invertido, también mediante la elevación de su carácter parasitario al extraer cada vez más capital excedente de las más pujantes de esas formaciones sociales, que es depositado en el sistema financiero controlado por las sociedades centrales, para aumentar así el capital de éstas -centralización del capital-).

Los resultados a los que tanto ha ayudado el proceso histórico de desposesión, más el de los recientes Ajustes Distributivos y Estructurales, serían escandalosos si no fuera porque en un medio social capitalista la desigualdad se naturaliza como parte del aire que se respira y todo el mundo está enseñado a vivir con ella y aceptarla. Así, el Instituto Mundial para la Investigación de Desarrollo Económico de la ONU (IMIDE), en su informe de 2006, mide la riqueza como el valor neto que los individuos tienen. El valor neto es el resultado del total del valor de activos físicos y financieros con el que aquéllos cuentan, menos los pasivos (digamos, lo que deben por créditos, préstamos, hipotecas, etc.). Esto se traduce en la propiedad de capital que tiene cada quien. Pues bien, según el IMIDE, en el año 2000 el 1% de la población adulta del mundo poseía el 40% de los activos globales y el 10% tenía el 85% de éstos, mientras que la mitad de la población adulta mundial sólo contaba con el 1% del total de los activos. El índice de Gini global, que mide la desigualdad (1 es la desigualdad total, 0 es la igualdad total) daba un resultado de 0.89, lo que significa que de cada 10 personas 1 se queda casi con el 99% de la riqueza, y las otras 9 con el 1%. Jamás la humanidad había alcanzado tan groseros niveles de generalizada desigualdad (que arroja toda clase de interrogantes sobre cómo puede mantenerse un orden así -¿aumentando cada vez más su componente antidemocrático?-). El informe advierte que incluso en las sociedades consideradas “ricas” hay muchas (cada vez más) personas cuyo valor neto es negativo (tienen más pasivos que activos). Lo cual habla de un tipo de pobreza que a menudo (todavía) no es reconocida como tal.

Si el Capital hasta ahora no ha llegado más lejos en esta ofensiva es porque por una parte (al menos en las sociedades centrales) no puede desmantelar todos los mecanismos distributivos y de salario indirecto que acabarían definitivamente con la más mínima solvencia de demanda; pero sobre todo, por la perenne resistencia del Trabajo (la negación de la vida a ser negada) acumulada en forma de logros históricos plasmados en conquistas de derechos, correlaciones de fuerzas y disposiciones institucionales y regulativas de las sociedades.

Sólo el Trabajo, con sus luchas, pone freno a la racionalidad irracional del Capital, inyectándole dosis de razonabilidad [lo razonable, a diferencia de lo racional, no sólo mide fines respecto a medios o recursos, sino que también evalúa éstos en función de las consecuencias (–sociales y ambientales- es decir, en relación a lo que hoy llamaríamos algo así como un “ecobienestar”)]. Esto es, pretende la realización práctica en la estructura de lo que se proclama en la metaestructura. 10

Abandonado a su propia dinámica (sin las luchas sociales que le han dotado de cierta razonabilidad) hace tiempo que el capital se hubiera devorado a sí mismo y hubiera depredado el hábitat planetario. Es decir, que puede decirse también que la socialdemocracia (como -enjuto- resultado de las luchas sociales) pospuso por un tiempo las crisis del capital, permitiéndole una vida más larga.

Pero precisamente otra de las graves consecuencias de la drástica ofensiva que el Capital emprendió contra el Trabajo a escala planetaria en su fase neoliberal, es la reducción de la capacidad por parte de éste de generar razonabilidad alternativa. En contra de lo que ocurrió en otras fases de crisis estructural (en las que aumentó la conciencia radical del Trabajo), la previa ofensiva contra los sujetos organizados antagónicos, la eliminación, cooptación o integración de muchas de sus expresiones y la creación de una especie de ideosfera capitalista, acentúan la explotación cualitativa de la fuerza de trabajo [a diferencia de la explotación cuantitativa, que se mide por la diferencia de valor generado y apropiado, aquélla expresa la colaboración del Trabajo en la reproducción de las condiciones de su propia explotación (y autoexplotación)].

De los límites: persistencia de la crisis, agudización del antagonismo

El tiempo extra que el capital se ha concedido a sí mismo a través de su última huida hacia la financiarización, parece asimismo agotarse. En las formaciones sociales centrales, y muy especialmente en el eje Wall Street-Londres, caen al final de la última década del siglo XX una tras otra las piezas de la denominada “nueva economía”, que supuestamente, al “inmaterializar” los procesos económicos, permitiría un nuevo ciclo de acumulación capitalista. Efectivamente, se había supuesto que las nuevas tecnologías de informática y gestión permitirían reducir las existencias y los costes de las empresas, haciéndolas menos vulnerables a las crisis cíclicas. Tanto es así que las principales empresas no financieras asociadas a esta nueva huida hacia adelante del Capital comenzaron a recibir la confianza de los inversores de todo tipo, en forma de altísimas cotizaciones bursátiles. Tan altas que enseguida el valor de sus acciones superó el patrimonio neto generado por aquéllas (si en 1991 el valor de las acciones de las empresas no financieras representaba el 81% de su patrimonio neto, en 1995 pasó al 114%, y en 1999 al 195%). Con estas premisas no fue de extrañar que en breve los escándalos en la “nueva economía” se sucedieran (empresas como Enron fueron símbolo de este desinflamiento especulativo, con la detención de sus principales gerentes y accionistas).

El Capital necesitaba una ‘salvación’ rápida, y ésta le vino a través del fatídico 11 S. A diferencia de la crisis bursátil del 29, cuya recuperación se dejó al “libre mercado”, Estados Unidos se sirvió de la terrible conmoción del 11-S para poner en marcha unas extraordinarias medidas expansivas en la economía, acompañadas de un despliegue de fuerza militar con muy pocos precedentes. Tales medidas fueron tanto de corte fiscal, con reducciones de impuestos y aumento del gasto público (esto último según la ortodoxia neoliberal era prácticamente un sacrilegio), como de cariz monetario (con sucesivos recortes de los tipos de interés para reflotar la demanda). También se permitió la autocartera de las empresas para animar las cotizaciones bursátiles y el relanzamiento general de la economía una vez más a través del enorme gasto militar (base tradicional del crecimiento de la economía estadounidense). Gasto que no se limitó a contribuir en el ámbito económico a través de la fabricación armamentística, sino que también lo hizo mediante su despliegue efectivo en forma de intervenciones e invasiones encaminadas no sólo a controlar los últimos recursos energéticos, sino a realizar una exhibición mundial de fuerza tendente a hacer recuperar la confianza en el dólar como moneda refugio (amparada por los misiles del ejército USA), frente al euro. Esa exhibición de fuerza se mostró realmente convincente, pues las cotizaciones bursátiles de Estados Unidos subieron como la espuma, hasta el punto que la Reserva Federal se vio obligada a realizar subidas del tipo de interés para controlar la inflación. Subidas que de paso reforzaron la atracción de capitales ejercida por el dólar y de los activos financieros nominados en esa moneda. Todo lo cual evitó la ‘natural’ limpieza de capital no competitivo que se supone que realiza la economía de “libre mercado” capitalista, dejando por una parte un lastre de capital sobreevaluado (no competitivo) sin capacidad de generar más patrimonio, mientras que por otra hizo aumentar de nuevo muy peligrosamente la liquidez internacional sin respaldo en riqueza real. Montañas de “dinero sobrante” (qué cruel designación) buscaron un nuevo refugio para colocarse: el negocio inmobiliario.

Los ámbitos de la especulación en que se materializó todo el proceso de financiarización económica o de hinchazón de los mercados financieros, fueron diversificándose y cambiando según se desinflaban las posibilidades de obtener ganancia en los que les habían precedido. Primero fueron los NIC y nuevos NIC, Siguiendo esa brecha abierta se volcaron las esperanzas especulativas en la “nueva economía” o economía inmaterial a través de la “revolución de internet” y la búsqueda de una nueva frontera de expansión del valor, esta vez virtual. Cuando esa “nueva economía” se derrumbó a comienzo de los años 2000, la especulación financiera se hiperconcentró en el sector inmobiliario, hasta que hizo estallar la burbuja generada en torno a acciones y precios inflados muy por encima del valor real, comenzando a manifestarse el desajuste en 2007 para generar la crisis subsecuente de los años siguientes. Sin embargo, los agentes financieros mejor posicionados ya habían comenzado a derivar inversiones hacia los sectores energético y alimenticio (agroindustria y agrocombustibles), asegurados, como el inmobiliario, por su imprescindibilidad. De esta manera, se hicieron subir rápidamente los precios en ambos, a la espera de un nuevo y mayor desajuste, sin haber corregido todavía el inmobiliario, que permanece larvado.

En el cómputo total, la degeneración del movimiento del capital tiene unos límites cada vez mayores sobre los que saltar por encima, haciéndose más vulnerable a la intervención organizada del Trabajo (por lo que el principal objetivo de su ofensiva neoliberal fue deshacer la constitución de éste como sujeto político). La agudización de la “escasez11 con el freno de las fuerzas productivas; el incremento del trabajo excedente y a su vez el agotamiento de las posibilidades de seguir aumentándolo; la expansión de la producción fuera de los centros de trabajo (la capacidad del Trabajo socialmente combinada como sujeto de producción más allá del capital fijo); la extensión de la valorización a todos los ámbitos de la vida (de la producción al consumo, al descanso, al placer; al ocio, a las relaciones íntimas humanas), son algunos de los factores que otorgan una base objetiva a la socialización del antagonismo. Hay que considerar además que el Capital, como sujeto, ha estado siempre urgido por una delicada y difícil compensación entre las crisis de rentabilidad y las de legitimidad, debiendo enfrentar constantemente las fuentes del poder del Trabajo como productor (como fuerza de trabajo) y como reproductor social (como Trabajo generizado, como vida…), en un permanente intento de debilitarlas. Hoy, sin embargo, le resulta cada vez más difícil congeniar ambas. Es decir, frenar la subjetivación de la objetividad antagónica.

La sobredimensión de la vertiente policíaco-militar y la patente mayor decantación de clase del Estado e instituciones globales, son las salidas que en la actualidad se muestran más evidentes. Pero con ellas también el incremento de la visibilización del antagonismo. Esta es una encrucijada histórica en que el aumento de condiciones objetivas de ese antagonismo se va haciendo más susceptible de coincidir con la percepción del mismo, tanto más cuanto las posibilidades de reforma internas al devenir-del-capital se debilitan, agotándose por tanto también las vías de integración consensuada de las poblaciones.

Bibliografía citada

Berterretche, J.L. (2009). “De la gran quema de capital ficticio a la depresión”, en http://correosemanal.blogspot.com/2009/02/de-la-gran-quema-de-capital-ficticio-la.html.

Bidet, J. y Duménil, G. (2007). Altermarxismo. Otro marxismo para otro mundo. El Viejo Topo. Barcelona.

Carcanholo, R, y Sabadini, M. (2009). “Capital ficticio y ganancias ficticias. Dos visiones críticas sobre el futuro del capitalismo”, en Observatorio Internacional de la Crisis, La gran depresión del siglo XX. Causas, carácter, perspectivas. DEI. San José.

Chesnais, F. (dir.) (2004). La finance mondialisée: racines sociales et politiques, configuration, conséquences. Editions La Découverte. Paris.

Chesnais, F. (2008). “El fin de un ciclo. Alcance y rumbo de la crisis financiera”, en Herramienta, nº 37. Buenos Aires.

Fernández Durán, R. (2003). Capitalismo [financiero] global y guerra permanente. Virus. Barcelona.

Martins, C.E. (2009). “A teoria da coyuntura e a crise contemporânea”, en Polis, nº 24. Universidad Bolivariana de Chile. Santiago.

Naredo, J.M. (2006). Raíces económicas el deterioro ecológico y social. Siglo XXI. Madrid.

Piqueras, Andrés (2002). Movimientos sociales y capitalismo. Historia de una mutua influencia. Germania. Alzira.

NOTAS

1 La ciencia va más allá del trabajo colectivo para establecer el trabajo universal, que se acumula infinitamente a través de generaciones, configurando un stock de conocimiento gratuito que interviene crecientemente en la producción (ver Martins, 2009). Algunos autores, como Negri, han hablado de que disminuye la participación del trabajo inmediato en la cadena de producción general del valor, a favor del obrero social como complejo de relaciones de cooperación en los procesos de trabajo no necesariamente vinculados de forma directa a la producción (extensión de la producción de valor al conjunto de la sociedad). Por lo tanto, el saber social (o general intellect) se desprendería en alguna medida también del capital fijo, al que en principio Marx le había vinculado definiendo aquél como una fuerza productiva Inmediata en desarrollo, proporcional al incremento de éste.

2 Estos dos últimos procesos descritos están comenzando a alterar la división internacional del trabajo. Efectivamente, la meta de rebajar la composición orgánica del capital (del capital fijo, en este caso) ha motivado que se introduzca la sofwetización como elemento punta de la industria en las sociedades centrales más poderosas, al tiempo que se da un desplazamiento productivo a las formaciones periféricas (a las que se lleva las fases productivas que requieren menor incorporación tecnológica), con la consiguiente reestructuración de las relaciones productivas centros-periferias.

3 Quizás una de las circunstancias que más hay que tener en cuenta a la hora de referir el carácter contradictorio del Capital como clase es que actúa cada vez más de manera coordinada a escala planetaria por lo que se refiere a la extracción de plusvalía (es decir, en cuanto a su acción de clase frente al Trabajo), mientras que entra en feroz competencia entre sí por lo que toca a la obtención de ganancia.

Esa competencia se expresa no sólo entre capitales de un mismo tipo sino que adquiere una expresión decisiva en la manera en que se reparte la plusvalía total generada: entre el beneficio, el interés y la renta.

4 Ver sobre estos puntos Berterretche (2009).

5 El capital a interés promueve la idea de que toda suma de dinero genera una remuneración, pero también la ilusión contraria, que toda remuneración regular tiene como origen la existencia de un capital. Esto en sí no tendría más importancia si no fuera porque a menudo el derecho a tal remuneración está representado por un título que puede ser comercializado, vendido a terceros. Se entra así en el terreno del capital ficticio. Éste puede tener 3 orígenes: a) la transformación del capital a interés en títulos negociables; b) aumento aparente del valor del capital a interés a través de acciones y títulos públicos; c) valorización especulativa de los diferentes activos. Ver sobre esto, Carcanholo y Sabadini (2009).

6 Puede seguirse la explicación de muchos de estos puntos en, entre otros, Fernández Durán (2003), Chesnais (dir.) (2004), Chesnais (2008).

7 Así por ejemplo, como consecuencia de su ubicación en la zona euro, la atracción de capitales ejercida por los Bancos y por la venta o canje de títulos en los mercados financieros ha sido la principal fuente de enriquecimiento de la economía española, capaz de compensar sus enormes déficits comercial y por cuenta corriente.

La creación de ‘dinero financiero’ por las empresas españolas –en forma de acciones emitidas- llegó a suponer el 6% del PIB en 2000, superando ampliamente la creación de ‘dinero papel’ y ‘dinero bancario’. Se trata de pasivos no exigibles, en cuanto que en la práctica no van a necesitar ser devueltos. Y esto es así porque los países “desarrollados” pueden emitir pasivos que son comprados de buen grado por el resto del mundo como depósito de valor o como inversión segura, y que a la postre no se van a exigir (ni implican hacerse con el control de las entidades que los emiten). Mientras que como los países “periféricos” no pueden hacer lo mismo, deben recurrir a préstamos o a pasivos sí exigibles, o bien recibir inversiones que tienen como contrapartida la propiedad o control de sus propias empresas, recursos o actividades.

Es con el ahorro del resto del mundo, pues, con el que la economía española (como buena parte de las sociedades centrales) ha podido erigirse en compradora de la riqueza de los demás (de aquellos mismos que la dan dinero para que se apropie de su riqueza). Esto es fruto de su “modelo de desarrollo” parasitario, que por otra parte la hace una economía crecientemente vulnerable a los avatares financieros y bursátiles, y con escasa soberanía productiva, sea industrial o alimentaria.

Todo ese capital excedente que no se convierte en capital productivo, se invierte en Bolsa o en las cada vez más diversas modalidades de interés bancario.

Sirve también para la inversión en la industria del ocio-espectáculo (ferias, parques temáticos, grandes edificios emblema que exhiben la ‘riqueza’ del capital excedente, acogimiento de muestras y exposiciones internacionales, etc.), con el sobredimensionamiento de actividades como el fútbol [que ha hecho de España el principal inversor-especulador en ‘fuerza de trabajo futbolística’ y todos los negocios que le son anejos (su ‘importancia’  económico-política viene testimoniada por ser la noticia que más tiempo ocupa en los telediarios, frente a cualquier otra)], etc.

Los límites de este modelo, sin embargo, han empezado por fin a hacerse patentes.

8 Este gigantesco mecanismo de apropiación de riqueza social que ya había sido generada, ha tenido una de sus máximas expresiones en la compra a saldo de la riqueza material y social que tenían los países del Segundo Mundo (el Este europeo). Como es consustancial a este capital de rapiña, se ha mostrado incapaz o desinteresado de regenerar la maquinaria productiva de esos países, que (con la lógica excepción de Alemania oriental) sufrieron con su cambio de sistema un proceso de “tercermundización” o de drásticas caídas en los parámetros productivos, sociales y de vida. Por su parte, el capital productivo se muestra claramente incapaz (afluye insuficientemente) para integrar a esos países al capitalismo europeo desarrollado, por lo que en vez de una “integración” europea lo que se está dando en realidad es un proceso de colonización parasitaria de tales países del Este por los del Oeste (aunque las clases dirigentes del Este aspiran a aprovechar la integración en el euro para hacerse también atractoras de los capitales del mundo).

Por su parte, el capital excedente de las principales economías productivas del mundo, como la China, también viene adquiriendo riqueza de las sociedades periféricas y compra cada vez más de las centrales.

9 En España, por ejemplo, la tasa de explotación pasó del 70% en el año 60 –en pleno franquismo-, al 90% en 2001, y la acumulación de capital ha sido constante independientemente de la supraestructura política –tipo de Gobierno capitalista- de cada momento: al acabar los años 70 la participación de los asalariados en el PIB español era de algo más del 55%; en los años 2000, ha bajado a menos del 48%. Y es que el salario real no ha parado de descender desde 1993, con uno y otro Gobierno, como recoge Eurostat en su informe “Los ingresos brutos en Europa”, 2005. Tal empobrecimiento de la fuerza de trabajo es sólo compensado con más jornada laboral o con el pluriempleo de muchos de quienes trabajan remuneradamente, o bien con la incorporación al trabajo remunerado de otros miembros familiares, especialmente las mujeres [que enfrentan así una agotadora doble jornada (si las unidades domésticas –los patrimonios familiares- tienen que encargarse de garantizar la supervivencia de la fuerza de trabajo, sobre todo de la más joven, ya que con el salario no basta para ello, el aprovechamiento del trabajo femenino no pagado en el interior de aquéllas se afirma como indispensable)]. Mientras que la enorme concentración de capital se manifiesta en las impúdicas ganancias de las principales entidades bancarias españolas, que superan los 5.000 millones de euros anuales, y hasta los 9.000 en algún caso.

10 La relación de clases moderna que inauguró el capitalismo se basaba en la referencia a una relación racional (económica), sustentada en una relación razonable (jurídico-política) ligada a la declarada igualdad y libertad de los individuos. De ahí extraía legitimidad de origen.

Sin embargo, Marx desveló que lo razonable era solamente una ficción (el individuo desposeído no puede ser un individuo libre, y las partes no concurren, por tanto en igualdad de condiciones ante el mercado), que confundía la referencia a la libertad con la libertad misma. Esto es, la metaestructura declarada es sólo ficción, mientras que la estructura realiza en realidad su contrario: la dependencia y la explotación. Más detalles al respecto en Piqueras (2002) y Bidet y Duménil (2007).

11 Recordemos que el capitalismo fue el que creó el concepto de “escasez” como cualidad crónica, permanente, de la vida. Al ser un “sistema” basado no en la satisfacción de necesidades para las grandes mayorías, sino en la creación de más y más necesidades para las reducidas minorías que en el mundo pueden consumir a discreción, generó con ello la permanente sensación de insatisfacción ligada al consumo (omnipresente por más que se consuma); identificada además con el supuesto imponderable de la escasez de recursos (los recursos siempre serán escasos para un consumo sin límites, propio de la civilización industrial-capitalista). Tal supuesto no acompañó a la humanidad en la mayor parte de su historia, como la Antropología no se ha cansado de mostrar, sino que el consumo suficiente con reposición de recursos para poder seguir consumiendo a un semejante nivel en el futuro fue un común denominador de muchos pueblos y culturas. Ese consumo suficiente estaba acompañado, lógicamente, de menor tiempo de trabajo, por lo que el tiempo de vida sin trabajar (dedicado entre otras muchas cosas al solaz) era mucho mayor. Ahí hay algo que aprender para una futura civilización.

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