La mundialización como fantasma del comunismo

Muy buenas tardes lectoras y lectores de Marx. Una vez pasada la marea futbolística (ojo, está bien divertirse, no será Marx desde cero quien afirme lo contrario), el subidón patriótico (hoy el nacionalismo se expresa en los eventos deportivos, especialmente el fútbol) se calma y la prima de riesgo junto a sus compinches, las agencias de rating, vuelven a hacer de las suyas, nosotros retomamos el ritmo marxista de la formación y reflexión.

Hace ya algunos años, en plena vorágine del fin de la Historia y del capitalismo como mejor de los mundos posibles -Francis Fukuyama dixit-, un filósofo francés nada sospechoso de ser «de la cosa esta marxista», Derrida, harto de lo realmente existente hacía una advertencia contra la idea de enterrar alegremente a Marx y el marxismo. Esta obra titulada Espectros de Marx, es un curioso trabajo sobre fantasmas, fantasmones, marxismo y Shakespeare -bueno, es mucho más que eso- que recomendamos leer. Pues bien, en relación con lo fantasmagórico que plantea Derrida, su autor, Savas Mikhail-Matsas profundiza esta línea de reflexión, analizando la mundialización capitalista y sus efectos, y como ésta puede posibilitar la llegada del comunismo. Este trabajo apareció en la revista internacional «Marx ahora» que se edita en La Habana, Cuba.

Espero que os resulte igual de interesante que a mí me ha parecido. Saludos.

A. Olivé

 

La mundialización como fantasma del comunismo

Savas Mikhail-Matsas (Grecia)

1. En 1978, la grotesca aparición de los así llamados “nuevos filósofos” marcó un viraje a la derecha, el ahogo de la radicalización “sesentaiochista”, los comienzos de la ofensiva neoliberal apoyada por la desregulación de los mercados que acababa de iniciarse; en 1993, la publicación de Spectres de Marx por Jacques Derrida representa otro viraje, esta vez de signo opuesto, un viraje a la izquierda,  el final de la euforia capitalista que siguió a los cataclismos históricos de 1989-1991 en el Este de Europa, una oposición y una resistencia crecientes al neoliberalismo y el “regreso del expulsado”, la reaparición del fantasma del comunismo, que no ha dejado de recorrer el mundo capitalista desde la publicación del Manifiesto del partido comunista, hace 150 años.

La sorpresa fue inmensa, lo mismo entre los marxistas –la mayor parte de los cuales se encontraban todavía inmersos en una situación de estupor y confusión extremas, después del derrumbe del “socialismo real”- que entre los antimarxistas “postmodernos”, quienes acababan de perder su punto de referencia privilegiado en su rechazo al proyecto de emancipación revolucionaria. Era como si a la implosión dela UniónSoviéticay del “campo socialista” le siguiera la implosión del campo “postmoderno”.

En su condenación moral y política inequívoca del triunfalismo capitalista, los Fantasmas de Derrida iban mucho más lejos: ponían al descubierto la falta de sustancia, la inmaterialidad de la victoria alcanzada por los “dueños del mundo”.

Mucho más que una huella del pasado, los Spectres de Marx son una anticipación de un «mundo -que- viene», la manifestación de esa «fuerza mesiánica débil», de la que habla Walter Benjamin y a la cual vuelve Jacques Derrida.

Se conocen ya numerosas lecturas discordantes de los Spectres de Marx por marxistas y no marxistas, numerosas críticas fundadas y otras carentes de fundamento. Situándonos en todo momento en un campo materialista dialéctico-histórico, inaceptable para la deconstrucción, y conservando nuestros propios puntos de crítica, sostenemos que los Spectres de Derrida mantienen un valor teórico que rebasa su valor como síntoma de un cambio de coyuntura o su importancia política, como una valiente toma de posición en un momento histórico en extremo difícil para todos los que participan en la lucha y alimentan la esperanza de una transformación radical del mundo. 

El concepto de fantasmal -o mejor, la «constelación de la fantasmalidad», para utilizar el término de Frederic Jameson- en todas sus resonancias, correspondencias, raíces en la tradición marxista que se remontan hasta sus orígenes y a el Manifiesto de 1848, puede resultar sumamente útil, hasta vital, en un trabajo encaminado a autoemancipar el marxismo de toda «ontologización», de toda reducción a una metafísica (el ejemplo staliniano es el más monstruoso y denunciado, pero dista de ser el único y de estar superado). Al mismo tiempo, la elaboración del concepto de la fantasmalidad en el campo marxista puede ofrecer una perspectiva nueva para el examen de procesos complejos, con frecuencia oscurecidos por la significación en boga de «mundialización».

La exploración puede y debe ir más allá de la región ya examinada por Derrida. Incluso puede y debe avanzar en la dirección opuesta a la que sigue la deconstrucción: en el espacio de la crítica de la economía política a la manera de Marx, basada metodológicamente en la lectura materialista renovada y siempre abierta de la dialéctica hegeliana.

En esta perspectiva, la mundialización y el comunismo pueden ser comprendidos no como objetos estáticos, cerrados ellos mismos y ubicados en una relación exterior de oposición permanente, de mutua exclusión, sino, por el contrario, en su relación interna histórica.

Esta última se encuentra inscrita ya el núcleo teórico central del Manifiesto del partido comunista.

Apartándose de todos los reformismos, los utopismos abstractos y los otros simulacros de socialismo, el  Manifiesto muestra que la perspectiva y el carácter internacional de la revolución social y del comunismo son  engendrados en el seno de la sociedad burguesa, en sus contradicciones, sus tendencias a revolucionar y mundializar las fuerzas de producción, que a partir de un cierto grado de desarrollo histórico, escapan a todo control capitalista. La época burguesa, en ruptura con todas las épocas precedentes, por la universalidad y la permanencia de las conmociones que introduce, desemboca en la más radical de las rupturas: la ruptura comunista con todas las formas de propiedad, de divisiones de clase, de explotación, de opresión y con todas las ideas recibidas de una historia que hasta vuestros días no es otra cosa que la historia de las luchas de clase.

Sobre esta base establecida por el Manifiesto, ese que aparece, sobre todo a sus enemigos, como el fantasma del comunismo, se va transformando en una fuerza social en acción, el proletariado organizado en cuanto clase revolucionaria, en Partido armado políticamente, con su Manifiesto y su programa.

2. Podemos explorar la lógica de esta transformación dialéctica del fantasma, nacida de las tendencias mundializantes de la sociedad burguesa, en Partido proletario de la revolución comunista mundial.

Nuestro enfoque se apoya y articula en torno al paso del Ser a la Esencia, corno se presenta al comienzo del libro segundo de la Ciencia de la Lógica de Hegel. Allí comienza «el camino que lleva a salir del ser, o más bien a entta en éste» (Hegel, Science de la Logique, primer tomo, libro segundo, La doctrina de la esencia, traducción [al francés, N. del T.], presentación y notas por P. J. Labarrière y Gwendolyn Jarezyk, Abubier 1982, p. 1). Este pasaje de la inmediatez del ser respecto a su movimiento interno constituye la entrada y al mismo tiempo el hilo de Ariadna para internarse en el laberinto de las apariencias, los fenómenos y la efectividad de la mundialización capitalista contemporánea.

La esencia en el sentido hegeliano (y marxiano) carece de contenido metafísico. Ella no es un más allá ni un «atrás» del ser, ni un sustrato estable, sino «su propia dimensión en profundidad, la interioridad de su movimiento y de su devenir» (ver nota I op. cit.).

Ese momento es negatividad o reflexión, para utilizar el lenguaje hegeliano. Entonces  la relación interna entre las tendencias hacia la mundialización y hacia el comunismo en el seno de 1a sociedad burguesa puede ser considerada como una relaci6n de reflexión, de negatividad que niega a su carácter negativo, desarrollándose a través de momentos distintos. Siguiendo el orden lógico hegeliano, pueden distinguirse tres momentos de desarrollo.

I. La reflexión que pone, la negación que pone la relación en la inmediatez. II. La reflexión extrínseca que separa los polos de la relación y III. La reflexión determinante, un acto-de-determinar que retoma en sí las determinaciones opuestas (ver Hegel: Science de la logique, op. cit., pp. 17-33).

3. De acuerdo con lo visto, podemos bosquejar un plan general de análisis de esta espiral de relaciones de la manera siguiente:

I. La mundialización como positividad que se opone al comunismo (reflexión que pone) o

La mundialización como aquello que reduce el comunismo a fantasma. 

            a) La mundialización ha llegado a ser la referencia ideológica dominante en este fin de siglo, y el sinónimo de “la victoria completa y final del capitalismo sobre el comunismo histórico”.

El carácter vacío de esta declaración no puede conducirnos al extremo opuesto, a creer que la mundialización no pasa de ser un artificio mediático capitalista. Su forma ideológica es una reflexión deformada y deformante de un proceso real profundo, de larga duración histórica.

En su fase más reciente, la que se caracteriza por una financiarización desregulada a escala planetaria, ese proceso de mundialización se ha convertido en la base de la ofensiva internacional (y de las ilusiones) del neoliberalismo.

Al mismo tiempo, la mundialización capitalista ha ejercido gigantescas  presiones sobre las sociedades y economía del tipo llamado soviético, exacerbando todas sus contradicciones internas, que se fueron acumulando durante decenios de aislamiento y gestión burocrática, y se ocultaban tras las burocracias dominantes al amparo de “la victoria completa y final del socialismo en un solo país”.

El estancamiento y la caída de los regímenes burocráticos stalinianos en 1989-1991 y el viraje sin ambages hacia la restauración capitalista por la iniciativa de la misma elite dirigente, rompiendo toda relación, inclusive la de tipo retórico, con la herencia revolucionaria de Octubre de 1917, han provocado una enorme conmoción, sin precedente histórico en todo el mundo. Toda la armazón de la apologética capitalista, del neoliberalismo, del «pensamiento único», etcétera, se movilizaron para explotar al máximo esa conmoción histórica, presentando la mundialización capitalista como una fuerza natural irresistible que ha logrado, con gran éxito, reducir el comunismo a un espectro del pasado, al fantasma de un muerto. 

               b) La mundialización en esta forma ideológica grotesca, que anuncia el final no lo del comunismo, sino también de la Historiacon mayúscula, el final de la lucha de clases, la desaparición de las clases, la muerte de la política, etcétera, etcétera, se ha convertido en la ideología de la no ideología. A nombre de la superación de las discrepancias ideológicas, ha cobrado fuerzas un ultraideologismo que pese a su victoria auto-proclamada, no cesa de escalar sus cruzadas de desfiguración sistemática del devenir histórico y de descomposición de todo concepto.

Una de las formas más actuales de este ultraideologismo consiste en separar de modo dualista del espíritu del comunismo su cuerpo histórico: toda su historia de luchas, de partidos obreros, de organizaciones políticas y sindicales, de tendencias, de escisiones, de reunificaciones, de programas y políticas diferentes y opuestos, de victorias, de tragedias, en suma, toda la Tradición de los Oprimidos, como la llamaba Walter Benjamin.

El cuerpo debe descansar bajo la tierra, o mejor, bajo el fango, en el lugar reservado a los muertos, a fin de que su espíritu, que se niega a desaparecer, permanezca inofensivo.

Hay un precedente histórico: cuando terminó el primer período revolucionario del cristianismo primitivo, y comenzó su estatalización e institucionalización constantiniana, la doctrina greco-pagana de la inmortalidad del alma vino a sustituir la espera mesiánica de la venida inminente del Reino de la Libertad sobre la tierra y de la Resurrección de los cuerpos.

Ahora el único marxismo aceptable debe adoptar la forma de un fantasma de otro mundo.

El irreductible Marx se reduce a un «economista» o «filósofo» que ofrece «una contribución interesante, incluso importante, pero limitada dentro del marco del siglo XIX». Por otra parte, todos aquellos que encuentran inspiración en Marx y han luchado o luchan por el desarrollo y la realización de sus ideas, son arrojados al infierno de los «Libros Negros» del nuevo negacionismo.

            c) Pero por obra de esta misma separación dualista, el Espíritu desencarnado está siempre de regreso; debe regresar a fin de ser conjurado.

El espectro de Marx se le aparece hasta a George Soros o a la redacción del Wall Street Journal, que son atormentados por el temible fantasma y se ven obligados a pronunciar su nombre inefable. Esta obsesión persistente es la manifestación  fetichista de las contradicciones insolubles del propio capital.

II. La mundialización como espectralización (reflexión extrínseca) o

La mundialización fuera del mundo

Las contradicciones internas del capital se manifiestan en un primer tiempo como un espectro amenazante, ya sea bajo el nombre de comunismo o bajo la forma indeterminada de un «peligro social» difuso, que se asemeja de una maniera bizarra a los viejos fantasmas de la época del Manifiesto y de 1840. En su desarrollo ulterior, las mismas contradicciones tienen la tendencia a reducir, cada vez más, al capital mismo a la condición de fantasma.

            a) La mundialización del capital se transforma en el proceso de su espectralización bajo la forma de la financiarización.

Los “Treinta Gloriosos años” de la expansión capitalista de posguerra, que se basó en el keynesianismo internacionalizado e institucionalizado por los acuerdos de Bretton Woods, condujeron a una crisis de superproducción del capital sin precedente histórico.

Esa crisis de superacumulación fue la fuerza motriz de la mundialización financiera que la siguió. El capital ha huido de la producción hacia la esfera de la especulación en los mercados financieros que se desregulan y se mundializan. Numerosos estudios han establecido que la famosa «globalisation»o mundialización, la palabra mágica de los «wiz kids» de Staanford, Harvard y Columbia University, corresponde sobre todo y ante todo a una mundialización del capital financiero y de los mercados financieros, y no a una integración de las actividades productivas mundiales (ver por ejemplo, el libro colectivo bajo la coordinación de François Chesnais: La mondialisation financière Genèse, coût et enjeux, Syros 1996).

Hilferding ya había caracterizado correctamente al capital financiero llamándolo capital abstracto. Se trata del capital que hace abstracción de sus condiciones de génesis, y se opone a ellas como  una fuerza alienada y alienante.

El carácter fetichista del capital asume su forma (y su fuerza) más extrema en el capital ficticio, abstracto o financiero.

En épocas anteriores, en las condiciones del modo de producción capitalista, la alienación se identificó falsamente con la objetivación de las fuerzas creadoras del trabajo y se ocultaba tras esa identificación (ver sobre ese punto vital los análisis  de Marx correspondientes  y, más recientemente, los trabajos sobre la alienación de Bertell Ollman y Istvan Mészaros).

En nuestra época, y sobre todo en este fin de siglo, llegamos a ser testigos de una transposición de las más extrañas: la alienación ya no se oculta t as la objetivación, sino tras la desaparición  aparente de la objetivación. Se celebra el «final del trabajo»  al mismo tiempo que la  “omnipotencia» mítica de los mercados financieros-mundializados, en su esplendor artificial, producto de una «independencia» espectral respecto a toda base material productiva. Es bien conocida la brecha abismal que existe entre las finanzas y la economía real, una brecha imponente y que crece cada minuto: de cada 1 400 mil millones de dólares de transacciones cotidianas en el mercado cambiario, apenas del 5 al 8 % corresponden a una transacción internacional «real» de mercancías y servicios (cf. F. Chesnais: op. cit., p. 14).

La alienación sin el velo de su identificación ilusoria con la objetivación, no está expuesta a las miradas; por el contrario, encuentra su disfraz más opaco y misticador en la desobjetivación aparente, en la espectralización.

La fuente última de todas las grandes ilusiones relacionadas con el capitalismo de este fin de siglo se encuentra en esa superhinchazón de la esfera financiera mundializada, que detrás de su «autonomización» fantasmal respecto a la producción material, oculta sus nexos insolubles con esta última. El capital ficticio no puede existir sin el capital productivo, sin apoyar en definitiva, en la producción de la plusvalía, y sin demandar una parte de ella.

El mundo espectral de las finanzas mundializadas es un parásito monstruoso, que se alimenta, a la manera, de los caníbales, del mundo real del trabajo vivo.

          b) La dominación del capital financiero en la época del capitalismo en decadencia llega a su apogeo en el periodo de financiarización mundializada de finales del siglo XX. La dictadura de los mercados financieros que no están sujetos a regulación no es otra cosa que esa » dictadura de 1as abstracciones», de la que Marx habló, además de hacer su pronóstico de pesadilla.

Una economía orientada hacia el valor de cambio, dominada y regulada por la ley del valor, y por tanto por el trabajo abstracto, tiende siempre a borrar las diferencias específicas, las cualidades, todo carácter concreto de la actividad humana.

Las célebres líneas del Manifiesto, «Todo lo estamental y estancado se esfuma; todo lo sagrado es profanado”* (Marx, F. Engels: Manifiesto del partido comunista, Editorial Progreso, Moscú, s/f, t. 1, p. 35. N. del T.) pueden leerse, desde esta perspectiva, más bien como líneas de una tragedia que de una epopeya de la modernidad y de la burguesía.

La financiarización representa el último acto de esta tragedia histórica: todo se esfuma y sube al cielo de las finanzas. La «dictadura de las abstracciones”, en forma de la dictadura del capital abstracto, se expande a plenitud utilizando para sus fines todos los privilegios de la informática y de las tecnologías de punta. La movilidad del capital como abstracción alcanza la velocidad de la luz al «destruir el espacio gracias al tiempo, o sea reducir al mínimo el tiempo que toma el movimiento de un lugar a otro” ( K. Marx: Fondements  de la Critique de l’Economie Politique [Grundrisse], Anthropos 1972,  t. II, p. 32; C. Marx: Fundamentos de la crítica de la Economía Política, Editorial de Ciencias sociales, La Habana, 1971, t. II, p. 35, edición en español).

De esta destrucción del espacio nace uno nuevo, un «cyberespacio» de abstracciones, en el cual la realidad virtual reemplaza a la realidad de los seres humanos vivientes. La mundialización capitalista crea un mundo inmundo fuera del mundo.

La dictadura de las abstracciones es la tiranía de lo fantasmal.

           c) Pero lo Fantasmal, la negación tanto del ser como del no ser, es también el límite; y el límite del capital es el capital mismo. Del Manifiesto a El capital, pasando por el primer esbozo de éste, los Grundrisse, Marx insiste en que el factor que distingue la era capitalista de todas las anteriores es la apertura mundial, la tendencia del capital hacia «el desarrollo universal de las fuerzas productivas y el trastorno constante de su propia base, como condición de su reproducción». (Fondements … op. cid., p. 34; ed. en español, p. 36).Pero esta tendencia a la universalidad, que rompe todas las barreras creando una división mundial del trabajo, el mercado mundial, el caracter mundial de las fuerzas productivas modernas, en un momento determinado encuentra que «la barrera más grande interpuesta en  el camino de esta tendencia» es el propio capital y «entonces ella se mueve hacia su supe ración por sí misma» (Fondements…).

Las tendencias mundializantes del capital, sus efectos, sus nuevas demandas, van a parar a un conflicto cada vez más violento con el capital como forma social.

Como hemos señalado con anterioridad, la mundialización financiera de los dos últimos decenios fue el producto de la crisis de superproducción del capital, es decir, la manifestación del hecho de que el capital superacumulado ha encontrado su límite en sí mismo, y no tuvo otra salida que volar al éter del espacio bursátil planetario. Al mismo tiempo, esta fuga hacia delante o hacia lo alto ha colocado al capitalismo en la posición del «… mago que ya no es capaz de dominar las potencias infernales que ha desencadenado con sus conjuros» (Manifiesto) [C. Marx-F. Engels: Manifiesto…op. cit., p. 37. Cotejado por la Redacción]. La serie de conmociones financieras, del crack internacional de 1987 a la crisis mexicana de 1994-1995 hasta llegar al diluvio de 1997 en Asia oriental, les recuerda a los «dueños del mundo» …

En efecto, la crisis de superacumulación de los años 70 fue un límite que no ha sido sobrepasado en los años 80 y 90, sino transferido a un nivel superior, transformándose en un límite todavía más temible: la superacumulación de capital ficticio o abstracto. El capital (re)encuentra su límite en si mismo en forma de fantasma.

III.  La mundializacióncomo transición al comunismo (reflexión determinante) o

El fantasma del mundo que vendrá

               a) La tendencia a la universalidad es inherente al capital como valor auto-expansionante. Pero de ese modo el desarrollo universal es, al mismo tiempo, la reproducción ampliada a escala universal de las contradicciones del capital. En un cierto momento histórico, esta universalización de las contradicciones demuestra, de una manera cada vez más violenta, que el capital, «esta forma contradictoria, es ella misma transitoria y produce las condiciones reales de su propia abolición. El resultado es que el capital tiende a crear esta base que cierra, de manera potencial, el desarrollo universal de las fuerzas productivas y de la riqueza así como la universalidad de las comunicaciones, en suma la base del mercado mundial. Esta base encierra la posibilidad del desarrollo universal del individuo» (Fondements… op. cit., p. 35; ed. en español, p. 37).

Por supuesto, la transición de la posibilidad a su realización no es automática, instantánea, libre de contradicciones; se extiende por toda una época con sus propias contradicciones, rupturas, obstáculos, regresiones, zig zags, estancamientos, explosiones.

Esta época de transición es la época de decadencia capitalista, a la que Lenin llamó “la fase superior y última del capitalismo, el imperialismo».

La fosilización de la definición leninista por el stalinismo y los formalistas de todos los colores niega su verdadero contenido dialéctico: la fase imperialista pierde su carácter de época histórica de decadencia y por ende de transición plena de contradicciones, de sorpresas, de dinamismo en los procesos, y se reduce a una situación estática, antihistórica, la sala de espera indefinida de los «mañanas (tan) lejanos que (ya no) cuentan» …

La época de decadencia capitalista comienza precisamente cuando la tendencia a la universalidad, nacida del capitalismo y acompañante de éste desde sus inicios, alcanza el nivel de la mundialización de la división del trabajo, de las fuerzas productivas, del mercado.

Esta mundialización no es estática, no está dada de una vez por todas. Se desarrolla describiendo zig zags y espirales. En otras oportunidades hemos propuesto ya un esquema de periodización de la mundialización en tres fases principales, hasta el momento actual.

La primera fase comienza en el último tercio del siglo XIX y termina con la explosión de todas las contradicciones mundializadas, enla Primera Guerra Mundial y la Revolución de Octubre. Corresponde al pasaje histórico que provocó las grandes controversias sobre el imperialismo y produjo los análisis de Hilferding y Lenin.

La segunda fase fue inaugurada por los acuerdos de Bretton Woods, al final de la Segunda Guerra Mundial, y se prolongó durante los «Treinta Gloriosos», hasta el desplome del edificio de Bretton Woods en 1971.

La tercera fase comienza a finales de los años 70, y se prolonga hasta ahora: es la fase de la mundialización financiera que ha tratado de dar una solución a la crisis en la cual terminó la segunda fase de mundialización.

Al desplegarse la espiral de la mundialización, cada vez más amplia en cada vuelta, ella acentúa «el carácter desigual y combinado del desarrollo histórico», «las fuerzas centrípetas y centrífugas del capitalismo mundial» (como había visto León Trotsky con una profundidad incomparable). Todas las desigualdades y divisiones se profundizan a escala planetaria, y al mismo tiempo las formaciones sociales y los niveles de desarrollo histórico más diversos se combinan y se enlazan en un conjunto de relaciones cada vez más tupido, mundializado, jerarquizado, en el cual se polarizan las desigualdades entre países y regiones, y se crea un espacio-tiempo heterogéneo y polirrítmico.

El valor es una «objetividad fantasmal» (K. Marx: El Capital), la abstracción de todo carácter cualitativo de los trabajos concretos individuales y su reducción a trabajo abstracto, como a su mediación social necesaria. Por ende, la universalidad que se desarrolla por la autoexpansión del valor es una universalidad abstracta, premisa y al mismo tiempo obstáculo opuesto a la universalidad concreta, que se forma sobre la base de la socialización del trabajo humano y de su potencial a escala mundial.

La universalidad abstracta de la mundialización capitalista, una universalidad fantasmal, fracturada, desigual, polarizada, jerarquizada, es el fantasma de la universalidad concreta, la reflexión anticipadora, en negativo, del futuro comunista en su génesis ubicada en el seno de las contradicciones del presente. Hay una reproducción ampliada de esas contradicciones en cada vuelta de la espiral de la mundialización: en un cierto punto de maduración, la totalidad de las contradicciones acumuladas explota, provocando una crisis mundial (como había señalado con exactitud N. Bujarin su respuesta a Rosa Luxemburgo sobre el tema del imperialismo).

Esa crisis pone un brusco fin a la fase de mundialización y prepara las condiciones y la presión para la siguiente.

De ese modo, la primera fase terminó con la explosión de la Primera Guerra Mundial y la Revolución Socialista. Todos los esfuerzos realizados en los años 20 y 30 para regresar a las condiciones anteriores a 1914, el repliegue al marco del Estado-nación, el nacionalismo económico, el proteccionismo, etcétera, en breve, todo esfuerzo consistente en negar la realidad cambiada de la mundialización de la vida económica, sirvió sólo para precipitar el desastre, la Gran Depresión, el descenso de la humanidad al infierno del fascismo y de una nueva guerra mundial mucho más sangrienta y destructiva que la primera. La segunda fase de industrialización, después dela Segunda Guerra Mundial, financiada por los recursos estadounidenses y basada en un keynesianismo internacionalizado e institucionalizado, trató de evitar y retardar la repetición de una nueva crisis mundial, que al final llegó, con el hundimiento del sistema de Bretton Woods en 1958-1971.

La tercera fase, caracterizada por la liberalización y mundialización de los mercados financieros, comienza a finales de la década de los 70, bajo la presión de la crisis de superacumulación.

El crack internacional de 1997, que ha tenido su epicentro en el Asia oriental, no constituye simplemente una turbulencia bursátil localizada: se trata de una explosión de la totalidad de las contradicciones acumuladas con la financiarización mundializada.

Cada fase de la mundialización y cada esfuerzo para prevenir la crisis que se produce finalmente, no hace sino preparar “…crisis más extensas y más violentas y disminuyendo los medios de prevenirlas», como decía ya el Manifiesto en 1848 (C. Marx, F. Engels, Obras Escogidas en tres tomos, tomo 1, p. 117).

Seguramente no se producirá un desplome automático del sistema capitalista, pero la disminución de los medios de que dispone para prevenir sus crisis, su creciente incapacidad para controlar o mediar sus contradicciones mundializadas, constituyen un indicio de su decadencia histórica. 

             b) Como el principio regulador del capitalismo es la ley del valor, la decadencia del papel que desempeña esta ley marca la época de la decadencia capitalista (sobre este punto, son penetrantes y esclarecedores los trabajos de Hillel Ticktin).

La decadencia del papel regulador del valor se manifiesta bajo formas diversas: la imposibilidad de un regreso al patrón oro (el restablecimiento del Gold Standard en los años 20 sólo sirvió para precipitar el crack de 19291, el intervencionismo del Estado, el keynesianismo o, durante el viraje anti-keynesiano neoliberal, la enorme brecha entre la hipertrofia de las finanzas y el valor aportado en la producción, etcétera.

Detrás de toda la mitología en torno al «fin del trabajo» se encuentra el hecho de que las nuevas tecnologías introducidas en el marco de la crisis capitalista, no han emancipado al capital de su necesidad de explotar el trabajo sino que, por el contrario, han hecho más urgente la necesidad de superar al capital.

Marx analizó este proceso en un estadio bastante precoz: «Desde el momento en que e1 trabajo, bajo su forma inmediata, ha dejado de ser la fuente principal de la riqueza, el tiempo de trabajo deja y debe dejar de ser su medida, y el valor de cambio deja por ende también de ser la medida valor de uso. El plustrabajo de las grandes masas ha dejado de ser la condición del desarrollo de la riqueza general, del mismo modo que el no-trabajo de algunos ha dejado de ser la condición del desarrollo de las fuerzas generales del cerebro humano» (Fondements, op. cit.,  p. 222; p. 193 en la edición en español). El paro orgánico que se perpetúa y acrecienta durante el último cuarto de siglo no es el resultado necesario del progreso tecnológico en sí, sino el producto de la crisis de superproducción del capital; todo esfuerzo dirigido a salir de esta crisis de superproducción dentro del marco del capitalismo no puede sino agravar una situación ya insoportable. La salida del infierno del desempleo perpetuo no puede ser otra que la ruptura del marco capitalista. A su propia manera, el desempleo es el indicio negativo de que las condiciones se encuentran maduras, pero no para el «fin del trabajo»  anunciado por los nuevos ricos del parasitismo bursátil, sino para abolir la alienación del trabajo mediante la abolición del capital.

A su modo, el desempleo orgánico toca a muerto por la ley del valor y por el mercado.

               c) La superación de la forma valor resulta imposible en el sistema capitalista, cuya esencia es la producción de la plusvalía, «el robo del tiempo de trabajo de otros» (op. cif.). La contradicción entre la necesidad de superar la forma valor y la imposibilidad de tal superación en el contexto del capitalismo, conduce a explosiones, a una serie de conmociones y cracks financieros, a crisis cuyo carácter van más allá del carácter periódico clásico de las crisis cíclicas.

Toda crisis económica mundial durante el presente siglo es una crisis de la forma valor. Tal es el caso del crack del 1929 y de la crisis que siguió al desplome de los acuerdos de Bretton Woods. Y también el caso de la crisis reciente, vinculada al crack en el Asia oriental, cuya profundidad y consecuencia a escala mundial n0 pueden ni deben ser subestimadas.

La espectacular caída de los tigres asiáticos, después de su ascenso igualmente espectacular, es el resultado de todo el desarrollo de la mundialización financiera. El resultado no se separa de su proceso de génesis. Lo que se ha desplomado, pues, en 1977 no es sólo la leyenda de los tigres y de otros «nuevos países industrializados”, a los que se presenta corno ejemplos de países retrasados que se transforman en países del centro metropolitano; es también el mentís histórico a la leyenda de que la mundialización financiera posterior a 1980 halogrado hacer salir al capitalismo mundial de la crisis prolongada en la cual terminó la expansión de posguerra. El triunfo de la «economía de mercado mundializada» revela su carácter ilusorio o aún peor. Detrás de la «onmipotencia de los mercados», se encuentra el hecho de que el mercado en cuanto tal -y quien dice mercado está diciendo dominación de la forma valor- ha alcanzado sus límites históricos. Lo que fuera principio de regulación de los cambios, se ha convertido en principio de desorganización  de la vida económica mundial.

Una observación importante: el carácter transitorio y por tanto el potencial revolucionario de nuestra época, se manifiesta no sólo en la periferia sino también en el centro, de forma más particular en Europa en los períodos intermedios, entre el agotamiento de una fase de la mundialización y el comienzo de la siguiente.

Se dio así el prolongado período de confrontaciones entre revolución y contrarrevolución en la Europa de los años 1917 a 1945, entre el agotamiento de la primera fase de la mundialización en 1914 y el momento, muy posterior, en que comienza la segunda ola de mundialización con los acuerdos de Bretton Woods en 1944.

Un segundo gran período de luchas revolucionarias internacionales, que hizo regresar el fantasma de la revolución socialista a Europa, transcurrió en los años de 1968 a 1974, cuando la segunda fase de mundialización basada en los acuerdos de Bretton Woods se agota y se desploma con ese sistema, y se produce la crisis antes del comienzo de la tercera fase (situado aproximadamente en 1979).

El agotamiento de esta tercera fase de la mundialización financiera se manifiesta tanto en una serie de sismos ocurridos en las bolsas internacionales (1987, 1989, 1990, 1994, 1997) cuanto en la lucha social de clases.

La resistencia de las masas explotadas, oprimidas, excluidas, contra los efectos desastrosos de la mundialización del capital, alcanza un carácter cualitativamente nuevo durante la segunda parte de la década de los 90, con las grandes movilizaciones contra el neoliberalismo a escala planetaria; desde la revuelta zapatista contra e1 Tratado de Libre Comercio de América del Norte hasta las históricas movilizaciones de noviembre-diciembre de 1995 en Francia y la radicalización que las sigue y ha crecido casi en todos los países europeos contra los dictados de Maastricht. La mundialización es ante todo la mundialización de todas las contradicciones del capital, hasta el punto de explosión. Es la fuerza motriz de la superación del capitalismo. La mundialización no ha enterrado comunismo, por el contrario, ella lo está pariendo. El parto es doloroso, prolongado, está cuajado de peligros, de catástrofes inauditas. Ha llegado la hora de la «partera» legendaria: la Revolución socialista mundial. Como preconizaba el Manifiesto, la tarea de todos los revolucionarios consiste en transformar el Fantasma en la fuerza organizada que romperá las cadenas y ganará todo un mundo: el mundo que vendrá.

* La traducción al español de esta famosa frase del Manifiesto no parece correcta. El texto en alemán dice: «Alles standische und stehende…»; más fiel al original será pues: «Todo lo constituido e inmóvil (o estable)…» (N. de la Redacción)

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