Leer el Manifiesto Comunista hoy (II)

En España con la excusa de la crisis no solo se están recortando derechos económicos, si no otros de contenido político (derecho de reunión, derecho a la libertad de expresión, la presunción de inocencia…) que han colocado al país en un estado pre-totalitario. La represión gratuita por parte de los cuerpos y fuerzas de seguridad del estado (imaginamos que ordenada por el poder político) contra ciudadanos que protestan masiva y pacíficamente, las detenciones y prisiones preventivas contra estudiantes y lideres sindicales, las investigaciones -esto es, espionaje puro y duro- a ciudadanos y organizaciones políticas son prácticas que se van instalando como «normales» en nuestro día a día. En cualquier momento, no nos extrañaría que ordenaran el cierre de Marx desde cero por incitar a no-se-qué.

En cualquier caso, nosotros somos fieles al objetivo marcado y nieve, truene, con o sin internet, con o sin vietnamita seguiremos con nuestra labor que no es otra que pensar, reflexionar con Marx el funcionamiento de esta sociedad capitalista realmente existente. Si no recordamos mal, por el mes de enero iniciamos un estudio sobre El Manifiesto Comunista a través de una lectura crítica (que podéis encontrar en la pestaña «Valor de cambio») y con una lectura actual realizada por Juan Ramón Capella. Unos meses después os ofrecemos la segunda parte de este polémico ensayo esperando vuestra participación.

Saludos. A. Olivé

Leer el Manifiesto Comunista hoy (II)

J.R. Capella

 

(Para acceder a la primera parte, pulsa aquí

4. La base hoy: una corrección ecológica al «Manifiesto»

Marx y Engels aportaron para siempre al saber científico la consideración de básicas o fundamentantes de las relaciones económicas o de (re)producción social. Esta tesis sobre el ser social se ha convertido ya en un axioma empleado para lograr comprensión de los fenómenos sociales incluso por quienes tratan de combatir sus consecuencias en los planos ideológico y político.

Dado el saber ochocentista, no era fácil ir más allá en este orden de problemas. Hoy sabemos, sin embargo que las relaciones de tipo ecológico entre los grupos sociales y su medio son más básicas o fundamentantes que las relaciones sociales de producción (20). 

Es cierto que las relaciones entre grupos sociales determinados y su medio han entrado varias veces en crisis localmente en el pasado de la humanidad, y probablemente estas crisis, en forma de agotamiento de la fertilidad de la tierra, debido a la ignorancia agrícola, exceso de pastoreo, de caza, etc., están en el origen de movimientos migratorios de poblaciones agrarias desde la prehistoria. 

En nuestro propio tiempo, la problemática ecológica está pasando al primer plano de la autoconsciencia no ideológica de la humanidad en varias formas. Algunas son ecológico-económicas, como la incapacidad de algunos suelos para sostener a las sociedades que los habitan – el caso de ciertas poblaciones subsaharianas-, y difieren de las crisis ecológicas locales del pasado por haberlas engendrado la interferencia de la economía capitalista internacional en el modo de subsistencia tradicional de esas sociedades.

Sin embargo, la forma principal en que se presenta hoy la problemática es la de una aguda crisis global de la relación de la humanidad con SU medio que apuntan inequívocamente los estudios de prospectiva para no muy avanzado el siglo XXI y que implica obviamente, la entrada en crisis de la civilización actual  (21).

Lo que amenaza el sistema de relaciones necesarias entre los seres humanos y su medio es la gran potencialidad del artificio interpuesto por la humanidad contemporánea en su relación con la naturaleza, junto con la presión sobre ésta ejercida por el crecimiento demográfico (22). Esta problemática es previa a – o más fundamental que- la de los sistemas económico-políticos de producción social. Reconocerlo obliga a una corrección importante del aspecto del «núcleo» del «Manifiesto» relativo a la base material de la historia humana, en el sentido de admitir el carácter básico o fundamentante de las relaciones ecológicas de los seres humanos con su medio ambiente natural para cualesquiera relaciones de reproducción económica. 

El carácter básico de la ecología humana para la vida social obligará, como veremos, a una reconsideración de otros aspectos o tesis muy importantes del «Manifiesto» comunista.

Aquí, sin embargo, merece la pena destacar un asunto distinto, apenas tenido en cuenta en la obra de Marx, pero que la crisis ecológica actual obliga a señalar. Se trata de lo siguiente:

El uso de instrumentos y artificios -de medios de producción- en la vida del animal humano ha de observar lo que llamaremos una racionalidad tecnológica(23). El uso de medios de producción no es un fin en sí mismo, sino que se halla al servicio de la satisfacción de alguna necesidad. En determinadas circunstancias la obtención del medio puede resultar incompatible con la satisfacción de otras necesidades. La básica elementalidad de la racionalidad tecnológica restaba hasta ahora trivial, pues hasta hace muy poco se podía suponer que los medios de producción introducidos ahorraban en cualquier caso tiempo o esfuerzo humanos. Pero ahora debe destacarse, dada la limitación actual del margen de maniobra tecnológico. La civilización industrial se ha basado en el empleo de medios productivos, tales como los recursos no renovables, cuya sustitución plantea problemas no resueltos y acaso irresolubles en términos de tecnología productiva. La limitación tecnológica viene dada no sólo por los condicionamientos ecológicos: también por el carácter laberíntico de la cooperación social objetiva que hace interdependientes los procesos productivos.

La derecha social se halla mal situada para afrontar este género de problemas, que no pertenecen al ámbito de lo privado. Algunas de las propuestas formuladas desde su perspectiva para afrontar la crisis ecológica del planeta Tierra constituyen pseudosoluciones, adormideras ideológicas, inconsistentes en términos de racionalidad técnica (24).

5. Explotadores y explotados: nuestra historia

El segundo componente del «núcleo» del «Manifiesto» es que la historia de la humanidad ha sido una historia de lucha de clases, de lucha entre clases explotadoras y explotadas, dominantes y dominadas.

Marx y Engels no suponían que la lucha de clases hubiera existido siempre y fuera, por tanto, «natural»: hacían una salvedad para referirse a las «comunidades primitivas» o, a la «sociedad gentilicia» (Engels), anteriores a la diferenciación social en clases, argumentando esta tesis con los descubrimientos antropológicos de su época.

Sin embargo, los problemas que pueden suscitarse en la discusión de este elemento del «núcleo» no son éstos, sino dos cuestiones muy distintas.

Desde nuestra perspectiva contemporánea, al observar ciertos modos de producción, como el esclavista o el feudal, la explotación puede parecer transparente o manifiesta (esclavo y siervo se mantienen a sí mismos con su trabajo y mantienen además a su señor), pues se sostiene mediante relaciones de poder político-militar, aplicando una coerción física también visible. Pero ésta es una visión transcultural, y no está claro que las personas que entraran en tales relaciones pudieran hacerse fácilmente con una percepción clara de las relaciones de explotación en tales sistemas sociales. Los sistemas llamados «asiáticos» o «tributarios» parecen aun menos transparentes, ya que las clases dominantes participaban en la producción dirigiéndola o aportando medios necesarios para ella -desde conocimientos hasta obras hidráulicas-. Nunca es fácil distinguir las formas «económica» y «extraeconómica» de la coerción genérica que se ejerce sobre las poblaciones.

En el modo de producción capitalista, las relaciones de explotación de unas personas por otras tienden a hacerse muy opacas y difíciles de seguir intelectualmente (la explotación no es «franca y descarada» como dicen precipitadamente los autores del «Manifiesto» y, las relaciones de poder político entre explotadores y explotados que las afianzan ni son inmediatas o directas ni son la única forma de coerción ejercida sobre los explotados.

La explotación en este sistema, sencillamente, no está explicada en el «Manifiesto». Marx y Engels dicen en él que los productores venden su trabajo (25) al capitalista a cambio del salario; Marx introducirá en «El Capital» (sobre todo, pero también antes) una importante corrección a este modo de ver, diciendo que me lo que vende el trabajador no es su trabajo, sino su fuerza de trabajo, su capacidad para trabajar, y acuñará para explicar la explotación el concepto de plusvalía.

Por otra parte, en el «Manifiesto» se habla de la explotación de unas personas por otras y de la lucha entre la clase explotadora y la clase explotada sin tomar en consideración especial la historia de la explotación y la opresión de las mujeres en las sociedades patriarcales o de dominación masculina que conocemos. Este problema, como el anterior, merece consideración separada.

6. Explotación y plusvalía

Aunque la ausencia del concepto de plusvalía en el «Manifiesto»  no es impedimento para hablar de la explotación capitalista en términos de plausibilidad intuitiva, impide dar una explicación de cómo se produce. Las líneas generales de esta explicación se exponen en el libro I de «El Capital».

Para avanzar una versión simplificada de ésta, necesaria al objeto de proseguir críticamente la lectura del «Manifiesto comunista», podría decirse lo siguiente.

Supongamos una sociedad, la mayoría de cuyos miembros (los trabajadores) no tiene acceso a medios de producción ni a medios de vida porque todos se hallan en manos de una clase social (minoritaria) de empresarios capitalistas. Por supuesto, una situación de partida así exigiría previamente el ejercicio de una enorme violencia (26). Para acceder a los medios de vida los trabajadores venden a los empresarios lo único que poseen, es decir, su capacidad para trabajar durante un cierto tiempo: eso significa que pondrán esa capacidad a disposición de un empresario durante, por ejemplo, una jornada y que éste detentará al final de la misma la producción que resulte de aplicarla a los medios de producción (materias primas, maquinaria, etc.) que tiene. El valor de la capacidad para trabajar durante una jornada equivale a la masa de medios de vida necesarios para que consumiéndolos el trabajador posea de nuevo capacidad para trabajar a la jornada siguiente; por debajo de unos mínimos la fuerza de trabajo no podría reproducirse y cesaría la producción capitalista. En realidad los mínimos dependen de varios factores históricos que de momento no se considerarán. Suponiendo que la fuerza de trabajo se vende por su valor, el empresario entrega a cambio de ella (dinero para comprar) una masa de bienes cuyo consumo la reponga.

Se ha usado la expresión «equivale a»; este uso exige saber dar respuesta a la pregunta acerca de cómo se mide el valor, eso que «equivale a». La tesis de Marx, lo que se ha llamado la teoría del valor-trabajo, sostiene que lo que hace intercambiables en forma de mercancías a los distintos bienes es que en la producción de cada uno se ha consumido una cantidad determinada de tiempo de trabajo humano, que incorporan una determinada cantidad de trabajo medio medible en tiempo. Por supuesto, «trabajo medio», o «trabajo social medio», es una abstracción: supone una cierta homogeneización tanto de las actividades y de las capacidades de las personas, por una parte, como de un nivel «medio» de técnica generalmente aplicada. Aun así la tesis permite reconducir un bien a la suma de cantidades de tiempo de trabajo empleadas en la obtención de las materias primas que lo componen, en la fracción del utillaje desgastado para su producción y en el tiempo exigido por ésta; responde a la intuición de que en todo bien cristaliza una cantidad determinada de tiempo de trabajo humano, y suponiendo que las mercancías se intercambian por su valor explica sus razones de intercambio: así, se supone que un bien que incorpora 8 horas de trabajo puede intercambiarse por 8 bienes de l hora, 4 de 2 horas, etc. La mediación del dinero o mercancía universalmente intercambiable y los engaños o errores respecto del valor real de cada bien resultan, por tanto, secundarios respecto de esta lógica mercantil fundamental. La tesis supone que el valor sólo se crea en la producción de los bienes, no en su circulación en el mercado; y supone (aunque no segaremos aquí esta complicación) que el valor creado en la producción puede distribuirse mediante la circulación mercantil entre distintos sujetos económicos (27).

El concepto de plusvalía y la explotación capitalista pueden entenderse fácilmente en términos de la teoría del valor trabajo. Hay plusvalía si los trabajadores venden su capacidad para trabajar durante una jornada de n lloras a cambio de (dinero para comprar) una masa de bienes cuya producción ha cristalizado en menos de n horas.

 Los conceptos de valor y plusvalía permiten explicar la forma que adopta en el capitalismo la explotación. La fuerza de trabajo o capacidad para trabajar se vende por su valor (por lo que cuesta reponerla), pero ella misma es creadora de nuevo valor ya que, puesta a exposición del empresariado, este grupo social vela para que el tiempo de trabajo que ha comprado cristalice en una masa de bienes mayor que el que repone la fuerza de trabajo. Esa diferencia, en realidad tiempo de trabajo cristalizado en bienes de que se apropia(n) (los) capitalista(s), es la plusvalía.

Hay que decir en seguida que lo que objeta el pensamiento emancipatorio a la explotación capitalista no es que el trabajo humano se utilice como un recurso para obtener un excedente económico, esto es, que al final de un ciclo económico haya más bienes que los que han posibilitado iniciarlo. Ello es indispensable para cualquier crecimiento económico. Tampoco se objeta que no toda la producción vaya a parar a manos de los trabajadores, pues aparte de reponer los medios de producción una parte del producto social ha de destinarse a satisfacer necesidades comunes (28). Lo que el movimiento emancipatorio objeta es la apropiación del sobretrabajo por una minoría social integrada por los propietarios privados, con todo lo que ello implica para el dominio de las condiciones de existencia de los demás, y también los procesos de ajuste violento de las decisiones productivas privadas.

Dadas unas condiciones determinadas del proceso de producción, y sin suponer innovaciones técnicas, los capitalistas pueden aumentar la magnitud del sobretrabajo de que se apropian mediante una prolongación de la jornada (29),y en cierto modo también pueden hacerlo acaso mediante una intensificación de los ritmos del trabajo, exprimiendo el tiempo de trabajo por todos sus poros: en ambos casos obtienen más bienes y en el primero más valor de la fuerza de trabajo que han comprado. Por eso puede hablarse de plusvalía absoluta. No siempre están en condiciones de ejercer la coerción (económica y extraeconómica) necesaria para acrecentar su ganancia por estos procedimientos. (Pero debe advertirse que no todo aumento de la producción significa mayor plusvalía obtenida, pues ésta es en realidad un diferencial entre el tiempo de trabajo entregado por los trabajadores y el cristalizado en los bienes que pueden consumir a cambio de ese tiempo).

Más segura para la reproducción del dominio social es la obtención de plusvalía relativa: supóngase que la clase de los capitalistas está en condiciones de introducir innovaciones técnicas en el proceso productivo de modo tal que se incremente el rendimiento de la fuerza de trabajo. Suponiendo incambiada la cantidad de tiempo de trabajo empleado, la innovación permite conseguir ahora un número de bienes mayor, y es posible, manteniendo intacta la tasa de explotación, que los trabajadores obtengan más bienes que antes mediante la venta de su capacidad para trabajar, y también que la ganancia del capital se materialice en mayor número de bienes. La metáfora que suele emplearse es la de la tarta que crece: la tarta -la producción total- es resultado del tiempo de trabajo de los trabajadores; supóngase que una mitad de la tarta se les distribuye (mediando siempre el dinero) en forma de medios de vida y que la otra mitad va a parar a los titulares del capital en forma de bienes de producción y bienes de lujo; si el pastel crece, y sin que descienda la tasa de explotación, los trabajadores pueden percibir un pedazo de pastel mayor que antes incluso manteniéndose fijas las proporciones del reparto (30). La plusvalía relativa, que es la forma de explotación característica del capitalismo maduro en su centro metropolitano, hace opaca, laberíntica, la explotación en el sistema, que es compatible con el crecimiento del consumo obrero. Sobre todo cuando interviene el Estado con políticas redistributivas. Y también, muy fundamentalmente, porque las innovaciones tecnológicas desempeñan un papel muy fundamental en el proceso (31).

La plusvalía relativa facilita el enmascaramiento de la relación de explotación; cuando los trabajadores ven aumentar su consumo, tienden a creer que se suaviza su explotación cuando de hecho puede mantenerse intacta o incluso arreciar. Ello invalida, dicho sea de paso, una de las afirmaciones del «Manifiesto»: que el sistema capitalista pone la explotación al descubierto. Pero un tratamiento más completo del asunto desborda las posibilidades de este comentario, ya que habría que tomar en consideración los problemas cíclicos del sistema y sus crisis, en las que gran parte de la fuerza de trabajo se convierte súbitamente en una mercancía invendible y los trabajadores en posición más débil quedan condenados masivamente al paro -esto es: tienen vedado el acceso a los medios de producción, que detenta el capital- y, por tanto, al subconsumo incluso de lo necesario.

Al reflexionar contemporáneamente sobre la explotación en el sistema capitalista, se hace necesario tener en cuenta el «universo de discurso» abarcado, esto es, el ámbito sobre el que se extiende la reflexión. Una reflexión «local», centrada en la población de un territorio estatal rodeado de barreras aduaneras puede resultar plausible en muchos casos si lo que se tiene ante los ojos es una sociedad capitalista concurrencial decimonónica. Pero en nuestro tiempo el universo discursivo ha de ensancharse al contempla ciertos temas, como el de la plusvalía relativa. Es probablemente cierto que los trabajadores de las metrópolis capitalistas rinden una plusvalía así, pero ésta no es toda la verdad. Que los trabajadores de las metrópolis consuman bienes como el petróleo, obtenidos fuera de ellas, y que en general las materias primas necesarias para la industria avanzada de las sociedades más intensamente industrializadas las aporte el trabajo de gentes de los países pobres son hechos que ponen de manifiesto la universalización de las relaciones de producción.

El universo de discurso ha de sobrepasar hoy el marco de las sociedades nacionales metropolitanas si quiere seguir siendo veraz, ya que las relaciones productivas que se dan en estas sociedades no son independientes de las que se dan en los países de la pobreza. Es posible que la explotación de los trabajadores cobre en ellos en muchos casos los rasgos de la extracción de sobretrabajo en términos absolutos, aunque sin duda en otros funcionan los mecanismos descritos como de obtención de plusvalía relativa. Ahora bien: si se observa lo que ocurre en el intercambio mercantil entre países ricos y pobres, con tasas de plusvalía distintas, se percibe el resultado: cristalizadas en los bienes que se intercambian internacionalmente, cada hora de trabajo muy cara del país rico se intercambia por muchas horas de trabajo baratas del país pobre. Esta consideración es relevante para examinar una cuestión de creciente importancia hoy: los trabajadores de las metrópolis capitalistas ¿constituyen –hasta qué punto- un proletariado parasitario de las poblaciones de las zonas pobres del mundo? (32).

Es esencial comprender, además, que desde un punto de vista limitado a lo estrictamente económico -si puede decirse así- nada impediría la universalización de la explotación del hombre por el hombre en términos sólo relativos, de plusvalía relativa.

Lo que genera el mantenimiento de relaciones de explotación internacionales en términos de plusvalía absoluta no es «estrictamente» económico: se trata de un problema más complejo. Una de las claves para adentrarse en esta complejidad puede darla la reflexión siguiente:

Las decisiones acerca de lo que se ha de producir no son tomadas en este sistema por los trabajadores, sino por los empresarios capitalistas, que lo hacen por ramas de producción, por empresas, etc. Y a pesar de que las necesidades básicas de los animales humanos son muy semejantes, las decisiones de producción en las sociedades capitalistas contemporáneas atienden preferentemente a las que pueden satisfacerse individual y diferenciadamente, generando una demanda cuantitativa mayor a los bienes que aseguran mayor ganancia.

La «ganancia», naturalmente, la contabilizan las empresas privadas. Ahora bien: en la contabilidad de las empresas sólo se incluye como coste de la producción aquello que tiene voz para figurar como tal: todas las mercancías -incluida la fuerza de trabajo- que la empresa ha tenido que comprar. Y ello introduce una distorsión en la concepción de lo que es un coste de la producción. Ciertos bienes son adquiridos gratuitamente por las empresas y gastados sin reponerlos: la industria emplea aire, agua que devuelve contaminados; a menudo agota los acuíferos. Abandona los residuos, afea tierras y paisajes sin coste alguno que no sea a lo sumo meramente simbólico y político. Puede utilizar procesos productivos de intensísimo consumo energético sin preocuparse de que las energías no renovables no deben ser agotadas sólo por unas pocas generaciones; destruye para siempre posibilidades de producción alternativas sin que ese coste, como los anteriores, figure en sus libros de contabilidad. La agregación de todos estos procesos que se dan en el ámbito de las industrias individuales produce costes ulteriores (33). Esos costes encubiertos que las empresas consiguen eludir no son pequeños pues generan un alud de otros costes inducidos al deteriorar las condiciones de vida y de trabajo de las poblaciones, generar enfermedades, destruir posibilidades de existencia de las generaciones futuras.

En los paraísos de la plusvalía relativa, ciertos bienes cuya posesión garantiza la diferenciación clasista son escasos, artículos de lujo: así, los bienes de cultura. Los bienes consumidos socialmente se deterioran: los espacios urbanos, las aguas, las viviendas, la salud pública, la seguridad, la tranquilidad. En cambio se hipertrofia el consumo de otros bienes: los automóviles la energía, los gadgets electrónicos, los productos químicos, etc., por no hablar de las armas. Por razones ecológicas es imposible la generalización de este modelo de producción y consumo a todos los habitantes del planeta (la Tierrasería inhabitable si indios, chinos, latinoamericanos y africanos consumieran lo que los norteamericanos, japoneses y europeos occidentales). Pero la generalización de este modelo de producción y consumo también es imposible por razones relativas a la estructura social y política de los países pobres. En muchos de ellos la estructura productiva, basada en grandes propiedades agrarias en manos de terratenientes o de capital extranjero, se mantiene por el empleo directo del terrorismo de Estado o privado. Por razones de este tipo el capitalismo contemporáneo compatibiliza los dos tipos de explotación.

La comprensión del funcionamiento del sistema económico capitalista ha de dar, sin embargo, un paso más si quiere tener en cuenta los fenómenos más significativos en este ámbito que se dan en las metrópolis del capitalismo maduro, aunque no sólo en ellas, debido a la internacionalización del capital.

A medida que se desarrolla la industria, la producción de bienes depende cada vez menos del tiempo y la cantidad de trabajo de las personas vivas empleadas en la producción, y cada vez más de otros factores que el trabajo de estas personas pone en movimiento: factores como el nivel general de comprensión científica del mundo, de la tecnología, de la aplicación de la ciencia al proceso productivo. La eficacia productiva de estos factores no tiene que ver con el tiempo de trabajo que ha costado obtenerlos.

Se llega así a la paradójica situación de que estos factores tecnocientíficos, para cuya existencia han sido necesarios el trabajo y el sobretrabajo pasados, materializados por una parte en los medios productivos, en la maquinaria empleada -ordenadores, comunicaciones, industria química, etc.- y de otra en el saber ambientalmente contenido en la sociedad –desde su desarrollo científico hasta la creciente capacitación de los trabajadores mismos-, predominan sobre el trabajo vivo que los pone en movimiento en el proceso social de producción.

Como apunta Marx (en sus trabajos preparatorios de «El Capital»), la riqueza real, la producción real, muestra una enorme desproporción con el trabajo utilizado actual y efectivamente. El trabajo de los seres humanos contemporáneos tiene una eficacia que hace unos pocos cientos de años hubiera parecido mítica. Pues el proceso industrial de producción se basa menos en el trabajo inmediato de hombres y mujeres que en su fuerza productiva general: son los logros de la especie en su comprensión de la naturaleza, en su capacidad para utilizarla como organismo social (ya no individualmente), lo que se ha convertido en el fundamento de la producción contemporánea.

El capital, sin embargo, necesita segur revalorizándose como tal. Para ello ha de impedir que las enormes fuerzas sociales obtenidas pierdan la forma de mercancías. Ha de medir su valor de intercambio por el tiempo de trabajo o ha de intervenir autoritariamente en el intercambio mediante sus poderes políticos: mediante sus Estados.

7. El «productivimo» del «Manifiesto comunista» y su «núcleo moral»

Al finalizar el siglo XX, no parece excesivo calificar de productivista la perspectiva desde la que está escrito el «Manifiesto». Marx y Engels compartían en buena medida la opinión dominante en su época acerca del progreso técnico: incluso en la forma aberrante de socialización producida por el capitalismo, las relaciones entre el hombre y la naturaleza resultaban alteradas por la gran industria moderna. Las infranqueables fronteras de la sumisión a la necesidad natural parecían trasladadas por el industrialismo a algún lugar distante, y en el espacio así conquistado, mediando el Deus ex machina de la revolución social de las clases trabajadoras, sería posible lograr que las fuentes de la riqueza colectiva -como escribiría Marx al final de su vida- manaran en abundancia.

Marx y Engels creyeron así que la base objetiva, no imaginaria -esto es, una parte de las condiciones necesarias-, para una sociedad comunista la daría el desarrollo ulterior de las fuerzas productivas: el incremento de la capacidad intelectual y técnica para obtener cooperativamente y en condiciones de trabajo -de esfuerzo- humanamente aceptables bienes suficientes para todos. A partir de este aspecto de sus creencias, indebidamente privilegiado por muchos respecto del conjunto de ellas, el movimiento de los trabajadores ha creído nadar con la corriente, esto es, ha creído en la existencia de fuerzas objetivas que llevaban la historia de la humanidad hacia un final feliz.

Esa simplificación ha ignorado que la gran productividad del trabajo en la civilización industrial, que ha dado de sí el mundo que conocemos, se ha basado en amplia medida en el empleo indiscriminado de las reservas de energía fósil (en forma de carbón, petróleo, gas, etc.), que en cantidades finitas y no renovables existen en el planeta. Otro tanto se podría decir de las materias primas.

El componente energético de la productividad del trabajo es independiente en sí mismo del fenómeno de la explotación de unas personas por otras. Su utilización no es en cambio independiente de los mecanismos sociales de producción. El helenismo esclavista conoció la fuerza del vapor y no la aplicó a actividades productivas; el móvil de lucro específicamente capitalista, que busca ahorrar mano de obra humana, induce en cambio al empleo inmediato e indiscriminado de todos los recursos disponibles, aunque sea a costa de agotarlos para el futuro.

Respecto de las reservas del planeta Tierra, la civilización industrial que conocemos, que ha alcanzado a unas pocas generaciones del linaje humano, se ha encontrado con un auténtico Jardín del Edén: los frutos estaban ahí casi al alcance de la mano. Esta cultura se ha comportado con ellos como los primitivos que agotaban y desertizaban las tierras de cultivo.

Desde el punto de vista de la economía ecológica, el modelo teórico que construiría Marx en «El Capital» no tiene mucho que decir.

Por otra parte, en nuestro propio tiempo el grado de desarrollo de las fuerzas productivas (las «fuentes de la riqueza», aunque no colectiva) es muy superior al de la época en que fueron compuestos el «Manifiesto» y el conjuto de la obra de Marx; pero este desarrollo objetivo no ha dado lugar todavía a una socialización no injusta del esfuerzo humano y de su producto, sino sólo a predación dela Naturaleza y al mantenimiento de la desigualdad social para la mayoría de los habitantes del planeta.

Peor aún: las «necesidades» humanas han resultado ser, si nos atenemos a los fenómenos que se manifiestan en el mundo altamente industrializado, inverosímilmente elásticas y crecientes, sin mesura. Pues para los seres humanos no resulta utilizable el concepto de «necesidad» que bastaría para calificar las de otras especies vivientes -necesidades animales de alimentos, guarida, calor …, u otras condiciones de existencia de necesaria satisfacción-, sino que sus necesidades son históricas, culturales. Incluso el modo de satisfacer las necesidades básicas es funcional a la estructura organizativa histórica de las relaciones sociales.

Marx expondría en «El Capital» lo que puede definirse como «necesidad» dentro del modo de producción existente y todavía dominante: un bien es necesario en función de la reproducción de las relaciones capitalistas de producción, Si con él puede obtenerse sobretrabajo. Desde este punto de vista, el juguete que construye un padre para un hijo no es necesario, mientras que los fabricados por los asalariados para su venta en el mercado sí lo son, como medios para la reproducción ampliada de las relaciones de producción. Este punto de vista intrasistémico es necesario para comprender el papel que desempeña en las sociedades capitalistas contemporáneas la industria de producción de sentimientos de necesidad, como tal inexistente en el siglo XIX. Los «sentimientos de necesidad», o de carencia, son producidos por una rama industrial especializada (de la «publicidad» etc.) y, como tales, adquiridos en el mercado por las empresas productoras de otras mercancías para asignarlos a la población susceptible de comprarlas y satisfacer aquéllos. Dentro del sistema económico existente, los «sentimientos de carencia» son así necesarios, lo cual  pone la  base de la hybris específica de las poblaciones de las metrópolis del capitalismo maduro. Esta asociación de mecanismos económico-políticos, industriales y psicológicos suscita la expansión de las «necesidades» y los permanentes sentimientos de insatisfacción de las barbarizadas poblaciones del «primer mundo», la plétora miserable.

A la universalización de las relaciones de producción no corresponde ni puede corresponder, sin embargo, la universalización de los modos de vida de las sociedades técnicamente adelantadas, Esta universalización es imposible por topar con los finitos límites del planeta. El «progreso» objetivo ha conducido a una situación crecientemente incivilizada en que las «necesidades» inducidas industrialmente en las metrópolis del sistema se traducen en incapacidad para satisfacer incluso las «necesidades animales» de las poblaciones pobres (34), la mayoría de la Tierra, y en el deterioro de las condiciones de existencia –agua y atmósfera no contaminadas, ausencia de radiactividad, etc.- para todos.

Nada de esto fue percibido por los autores del «Manifiesto», que podían referirse acríticamente a la creación por la burguesía de «fuerzas productivas más masivas y colosales que todas las generaciones pasadas juntas», o al «sojuzgamiento de las fuerzas de la naturaleza». Sólo al final de su vida tuvo Marx atisbos de estas dificultades ecológicas (35).

Pero el aspecto objetivo de los procesos históricos no es lo único de ellos destacado en el «Manifiesto». En este texto hay también un núcleo moral irreductible, referido lado subjetivo de esos mismos procesos. Este núcleo es la voluntad moral de no aceptar un mundo de desigualdad socialmente reproducida, de injusticia, explotación y opresión de unas personas por otras, de jerarquización social debida a una participación esencialmente desigualitaria en la producción social, y la distribución injusta consiguiente de todos los bienes, incluidos los de cultura. Dicho de otro modo: en el «Manifiesto» hay también un proyecto, de carácter político-moral, consistente en impulsar un proceso de humanización real de la especie humana, que legar a las generaciones futuras.

 

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NOTAS

(20) Aunque no las conceptualizara como tales, lo cierto es que Marx tenía sensibilidad hacia problemáticas ecológicas. Así, en La Crítica del Programa de Gotha (1875), a la afirmación economicista de que «El trabajo es la fuente de toda riqueza y de toda cultura», opone «El trabajo no es la fuente de toda riqueza. La naturaleza»  (los destacados son suyos). Hay, por otra parte, conciencia que hoy llamaríamos ecológica en los manuscritos que se han publicado como libro III de El Capital, con ocasión del tratamiento de la renta agraria. No se ha hecho aún, que yo sepa, un análisis filológico de la obra de Marx desde ese punto de vista (vid. Manuel Sacristán Luzón, «Algunos atisbos político-ecológicos en Marx» , en Mientras Tanto, nº 21, 1984; reimpreso en M. Sacristán Luzón, Sobre ecologismo, pacifismo y política alternativa, Barcelona, Icaria, 1987). Joan Martínez Alier, en su excelente L’ecologisme i l’economia, Barcelona, Ed. 62, 1984, ha mostrado sin embargo que hacia la misma época la temática ecológica estaba en primer plano en la obra de Clausius, Jevons y otros autores ocupados también de cuestiones económicas.

(21) Este tema merece una ulterior profundización por parte del grupo de estudio. Si no se está familiarizado con los conceptos básicos de la ecología humana, se puede ver alguno(s) de los trabajos siguientes: B. Commoner, La escasez de energía, Barcelona, Plaza & Janés, 1977; E. Goldsmith et al., Manifiesto para la supervivencia (1972), Madrid, Alianza Ed.; E. Kormondy, Conceptos de ecología (1969), Madrid, Alianza Ed.

(22) El síndrome de crisis ecológico-civilizatoria viene dado globalmente por el crecimiento demográfico con escasez de recursos (energía, cereal, agua, maerias primas industriales) y polución del medio, con sistemas socioproductivos -el capitalista señaladamente- basados en el crecimiento económico. La población humana se duplica cada treinta años aproximadamente; los más de 5.000 millones de personas existentes, en un mundo carente de un sistema de regulación racional global, crean una perspectiva crítica prácticamente inmediata.

(23) Supongamos un recolector dedicado a obtener sin instrumento alguno una producción P en un tiempo t¹. Supongamos también que la construcción de un instrumento de trabajo M para facilitarla exige un tiempo t² y que su empleo permite obtener P en un tiempo t³. Hay racionalidad tecnológica -siempre a igualdad de esfuerzo energético- si y sólo si t²+ t³<t¹. Si t²+ t³>t¹ el uso del instrumento carece de ella. El teorema de racionalidad puede desarrollarse en sus diferentes aspectos: no es racional obtener una cantidad n de un material o energía E si para ello hay que consumir n+1 de E, etc.

(24) De este género son las rpopuestas de colonización de otros planetas y otras materias de pseudociencia popular izadas principalmente por los medios de incultura de masas.

(25) Literalmente que los obreros se venden «por pieza». Los autores del Manifiesto afirman que los obreros «son una mercancía como cualquier artículo del comercio». Este modo de decir tan metafórico desaparecerá en El Capital.

(26) De hecho ha existido históricamente: vid. K. Marx, El Capital, libro I, cap. XXIV, o bien E. P. Thompson, La formación de la clase obrera (1963), trad. cast. de Elena Grau, Barcelona, Ed. Crítica (en prensa).

(27) P. Sraffa, La producción de mercancías por medio de mercancías, 1960, trad. cast. Barcelona, Oikos, 1966; en la más importante obra de teoría económica del siglo, ha elaborado una teoría del valor distinta de la de Marx: en ella el valor de toda mercancía, incluyendo una unidad de tiempo de trabajo, es reconductible a cantidades determinadas de una mercancía patrón cualquiera. Seton y Morishima han mostrado que las ecuaciones de Marx pueden transformarse en ecuaciones de  Sraffa y viceversa; en este sentido las dos terorías del valor son equivalentes. Las formulaciones de Marx tropezaban con algunas dificultades secundarias debido principalmente a la inexistencia en su época de instrumental matemático adecuado para el tratamiento de ciertos problemas. El seguimiento de este desarrollo de la teoría del valor, que exige cierta preparación mstemática, puede hacerse leyendo la mencionada obra de Sraffa y también, p.ej., M. Morishima, La teoría económica de Marx (1973), Madrid, Tecnos, 1977; I. Steedman, Marx after Sraffa, London, New Left Books, 1977. Como consideración marginal a propósito de estas teorías equivalentes pero alternativas se me ocurre lo siguiente: es cierto que a efectos de cálculo o de diseño teórico cualquier mercancía, incluida la fuerza de trabajo, es sustituible por otra. Así, una determinada cantidad de tiempo de trabajo es sustituible por un conjunto de mercancías cuyo consumo puede dar lugar al aporte de aquella cantidad. Pero sólo en el cálculo: en la producción real es imposible prescindir del tiempo de trabajo humano.

(28) Marx tuvo que ocuparse en vida de aclarar cosas como éstas frente a los seguidores de Lassalle; vid. su Crítica al Programa de Gotha.

(29) Tal fue la tendencia histórica en la fase concurrencial inicial del capitalismo.

(30) No me resisto a transcribir lo que me comenta Paco Fernández Buey a propósito de la metáfora de la tarta: «[…] el profesor Sampedro, cuando era joven, contaba la misma historia con otra metáfora (para tiempos conflictivos ésta): érase una vez una gran jaula de dos pisos convenientemente separados -para evitar males mayores, claro- en los que habitaban respectivamente, pajarracos y pajaritos de pasoliniana memoria; cuando los pajarracos -que como era de esperar, vivían en el piso superior- recibían suculenta comida, los pajaritos del piso inferior se alegraban mucho, porque intuían con razón que cuanto más tajada hubiera arriba más restos llegarían abajo, de manera que, como en el caso de la tarta, también los pajaritos se sentían muy contentos de que sus vecinos del piso de arriba se pusieran morados. Es sabido, además -y esta es mi contribución a la metáfora del profesor Sampedro-: 1) que entre los vicios capitales de los pajaritos no están la envidia ni la codicia, y 2) que el «capitalismo de estado», por otros llamado socialismo, «limpió» tan bien la parte superior de la jaula que ya no caían ni restos […].»

(31) Marx fue un pionero también en la comprensión de este punto, al percibir perfectamente que el progreso de la ciencia y de la tecnología no se halla en relación con el tiempo que cuesta su obtención. Vid. el luminoso apartado «Contradicción entre el fundamento de la producción burguesa y su mismo desarrollo», en Líneas fundamentales de la crítica de la economía política, trad. cast. en OME, 21 y 22 (Ed. Crítica, Barcelona), en especial las luminosas páginas 90-92 del volumen 22 de la edición citada.

(32) La misma cuestión puede plantearse a propósito de las bolsas de miseria que se dan en las metrópolis opulentas: los subempleados, trabajadores extranjeros, los trabajadores en precario, los parados, ¿han de verse como parasitados exclusivamente por las burguesías metropolitanas?

(33) Las lluvias ácidas, el deterioro de la capa de ozono de la átmosfera, etc., figuran entre esos efectos agregados que no aparecen como coste de empresa alguna, aunque se trate de hechos reales.

(34) En los años ecohenta, el cereal consumido por el ganado, consumido a su vez por las poblaciones europeas, podría alimentar a toda la población humana de África. Las previsiones de la OMS para el período 1980-2000 cifran las muertes por hambre y enfermedades derivadas de la desnutrición en 200 millones de personas.

(35) Vid. M. Sacristán Luzón, «Sobre algunos atisbos ecológicos en Marx», en Mientras Tanto, nº 21, 1984; reimpreso en id., Sobre ecologismo, pacifismo y política alternativa, Barcelona, Icaria, 1987, págs. 139-50.

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5 respuestas a Leer el Manifiesto Comunista hoy (II)

  1. Como dije en el mail anterior, es con vistas a enriquecer el debate lo que motiva mi reiterada participación sobre este texto. Cada vez que dejo un comentario recuerdo añadidos que me gustaría haber incluido.
    Para proceder a una discusión clara y ordenada, os propongo (re)tratar el tema durante el mes de Julio con la selección de materiales para exponer en nuestros blogs, no tanto de cara a decantarse por un «revisionismo sí o no», sino de confrontar de forma ordenada el discurso marxiano frente al revisionista para valorar qué es lo que se juega en este asunto. Sobre este análisis teórico podremos posteriormente someter a crítica (explicar desde criterios) el movimiento obrero y los movimientos sociales.
    Se trata de reavivar una vieja discusión del marxismo (confrontación y crítica), pero con vistas a exponer de forma clara los puntos esenciales de dicha discusión.
    (Para tratar esta propuesta creo que es más adecuado que nos escribamos al correo electrónico).

  2. Os agradezco la amabilidad con la que me habeis recibido.
    Hay tres cuestiones que es interesante destacar en relación con el texto de Capella y a la intervención de A. Olivé, y siempre con la vista puesta en enriquecer el blog por medio de la discusión.
    La primera es la de no tomar el efecto por la causa: podemos explicar los abusos medioambientales por la exigencia de beneficio progresivo, pero no podemos explicar lo contrario. En conclusión, el discurso ecológico sólo puede elaborarse desde el reconocimiento de estas exigencias de beneficio en el marco de la competencia (no hay reparto racional), de lo contrario hablaríamos de un «ecologismo utópico» porque no responde a causas.
    La segunda cuestión es la de poner obstáculos a la revisión de la obra de Marx: por una parte hay que destacar la perspectiva desde la que escribe Marx, que es la de economista, antes de acusarle faltas como la de productivismo (la acusación de relaciones productivas tiende a legitimar el derecho); por otra parte los principios de la producción capitalista no han dejado de ser (a pesar del patrón oro) la generación de plusvalía y su apropiación como ganancia por medio de la competencia. La revisión de la que hablamos suele poner a Marx patas arriba.
    La tercera custión es la de que para Marx el derecho es un medio que construye al hombre burgués: la igualdad delimita al individuo dentro del límite de los otros, y la libertad es el derecho de estos individuos (hombres burgueses) de hacer con su propiedad lo que quieran (derecho ilimitado de propiedad).

    Quiero concluir que se deben fijar dos límites a esta revisión: el primero de estos límites se encuentra en los principios de la economía política marxiana (estudio de relaciones de producción que configuran el resto de relaciones sociales, el trabajo como fuente de valor, conflictividad en el reparto de la jornada de trabajo, etc.). El segundo límite es el de defender las «libertades» o el derecho que constituyen al hombre burgués: hay que pensar en un discurso social sobre la base material de la disolución de las clases. En el respeto de estos límites se juega el ser o no ser de la obra de Marx.

    • Antonio Olivé dijo:

      Muy buenas tardes,

      en primer lugar agradecerte tus intervenciones y reiterarte que las puertas virtuales de este blog están permanentemente abiertas en aras de la discusión y del debate. Disculparnos también por no haber podido contestar antes.

      Al hilo de tu intervención, en el punto uno no hay nada que objetar. Volvemos a repetir que tu razonamiento lógico es impecable y además, coincidimos. En mi intervención yo hablé de ecologismo consecuente y por ende anticapitalista; igualmente soy consciente que bastantes partidos, grupos y grupúsculos «verdes» responden a esa fase «utópica» del ecologismo (o son otra cosa: ambientalistas, conservacionistas…).

      En lo relativo al segundo punto. Conscientemente y con ánimo de polemizar (en el sentido de debatir) procedí a la introducción del anatema de la revisión. Con los conceptos hay que proceder con cuidado y con algunos, más aún (por poner un ejemplo, el concepto «democracia» no se entiende igual en España, que en Argelia, que en USAmérica, que en Cuba o en Timor Oriental). Revisar tal como lo define el diccionario de la RAE significa:
      1. tr. Ver con atención y cuidado.
      2. tr. Someter algo a nuevo examen para corregirlo, enmendarlo o repararlo.
      A priori no le veo sentido negativo, ni peyorativo o antimarxista. La primera acepción es simple y llanamente «mirar con ojos limpios», «mirar con ojos de nuestro tiempo». La segunda acepción -y tal vez la que pueda «rechinar»- hace referencia en nuestra opinión a algo tan marxista como la dialéctica: la superación (aufhebung). Si El Capital fue el análisis de la sociedad capitalista (inglesa) de Marx, deberíamos ser capaces de – aprovechando la teoría marxista y todas sus herramientas- analizar la sociedad capitalista actual y dar respuestas para su superación. Y si en ese «someter a nuevo examen» hay que arrumbar algún instrumento o herramienta de análisis marxiano porque ha sido superado, pues a ello. Y por supuesto, con todas las precauciones y límites precisos y necesarios que de buenas intenciones está lleno el infierno y renovaciones hemos conocido alguna que otra y no se correspondían con el término tal como lo hemos expuesto aquí.

      Por último, nos parece muy positiva la propuesta de discusión clara y ordenada.

      Un saludo fraternal,
      A.Olivé

  3. Me parece brillante la exposición del funcionamiento del modo de producción capitalista, pero me cuesta comprender la idea general de que «la ecología configura el pensamiento de las personas y sus instituciones». Y no puedo comprenderlo porque si de lo que estamos hablando es de economía, no se me ocurre la forma de explicar la producción y su reparto partiendo de un axioma ecológico, sino de las relaciones de producción, es decir, de las relaciones que establecen los individuos a través de los medios de producción. En la moderna sociedad capitalista estas relaciones se establecen a través del mercado, por lo tanto, tendremos que estudiar como funciona el intercambio, etc.
    Incluso me parece peligroso decir esto porque puede implicar ocultar la conflictividad inherente a la existencia de las clases sociales en el reparto de la jornada laboral (salario y plusvalía) tras el velo de no se muy bien que conflictividad ecológica. Si la ecología es la base sobre la que se edifica la sociedad, ¿cómo explicamos la existencia de las clases sociales?, y sin clases sociales ¿cómo explicamos la explotación y la lucha de clases?
    Lejos de pretender negar la importancia de la ecología, pienso que el discurso marxiano tiene capacidad de sobra para asumir el una crítica ecológica como la que se plantea en este texto de la ilimitada necesidad de crecer del capital en un mundo limitado. Este texto no hace otra cosa que exponer esto, que se puede traducir en un aumento de las contradicciones (conflictos) del capital.

    • Antonio Olivé dijo:

      Muy buenas noches Kapitán VK. Agradecerte tu visita, tu aportación y muchísimas gracias por publicitarnos en tu blog (procedemos rápidamente a corresponderte e incluirte en bitácoras amigas).

      En cuanto a tu comentario nos parece muy interesante. Tu racionamiento es impecable y coincidimos contigo: el núcleo de la cuestión lo representan las relaciones de producción que establecen los individuos. Coincidimos también en el elogio hacia la capacidad expositiva de J.Ramón Capella.

      No vamos a debatir aquí la importancia o no de la ecología; ni si el marxismo fue o no más receptivo o si en tal o cual texto se encuentran argumentos para defender un Marx «ecologista». Lo que si defendemos desde Marx desde cero es la necesidad de buscar alianzas entre el «viejo» o tradicional movimiento obrero y las nuevas problemáticas (lo que se conoce como nuevos movimientos sociales) como el ecologismo consecuente -anticapitalista por definición-. Que al albur de los nuevos acontecimientos (alteraciones climáticas, crisis alimentarias…) la obra marxiana adolece de cierto productivismo y que el «a cada cuál, según sus necesidades» no es viable convendremos que es necesario hacer ciertas «correcciones» (por no llamarlo directamente revisones) que atañen al problema ecológico.

      Finalmente, creo que aciertas al remarcar la idea central del trabajo expuesto que no es otra que la necesidad de crecimiento ilimitado del capitalismo.

      Un saludo,
      A. Olivé

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