Marx, Lenin y Gramsci ante el problema de la hegemonía

Estamos aquí de nuevo para despedir al mes de febrero -y ya van dos-, y como decían los hegemonia 2 proceantiguos tempus fugit, sicut nubes, quasi naves, velut umbra. Y como no queremos derrocharlo ni malgastarlo, entramos en materia.

Volvemos sobre el concepto de hegemonía. Si estamos de acuerdo -al menos en las «democracias» occidentales- que el equilibrio entre fuerza y consentimiento son las herramientas del capitalismo para legitimarse y que a pesar del descontento creciente frente al sistema, éste aún es capaz de «fabricar» consenso y recibir el respaldo (aún pasivo) de importantes estratos de la ciudadanía; la cuestión del poder pasa, no tanto por ejercerlo manu militari sino, cual flautista de Hamelin, ser capaz de conseguir adhesiones, de que te sigan voluntariamente.

De la hegemonía, consenso y demás ya hemos tratado aquípero no está de más volver sobre ello de la mano de Marx, Lenin y Gramsci. Para ello difundimos el trabajo del Dr. Israel López Pino, profesor en la cubana Universidad Central «Marta Abreu» de Las Villas. Como leímos en alguna parte, frente al verso de Leopardi,conmigo morirás cuando me apague”, el pensamiento de Gramsci reaparece libre, indómito…

Salud y república. Toni Olivé

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Marx, Lenin y Gramsci ante el problema de la hegemonía

Israel López Pino

El manido y divulgado discurso postmoderno y globalizante que caracteriza al pensamiento teórico en sus múltiples manifestaciones y matices afines de la presente centuria, intenta echar por la borda y borrar lo más autóctono, progresista y humanista de la creación humana a lo largo de su desarrollo histórico. Conjuntamente, arremete contra aquello que intente entorpecer el desarrollo de una visión deshumanizante y desideologizante del hombre y la sociedad, y donde se presenta a ambos convertidos en un inmenso almacén de mercancías libres de toda espiritualidad, de todo sentido de justicia, de equidad y de solidaridad para con el prójimo.

Sin embargo, cada vez proliferan en el mundo nuevas formas de oposición a este discurso opresor, así como nuevas formas de accionar contra este capitalismo neoliberal, desde posiciones que van desarrollando un discurso conservador, hasta posiciones radicales de enfrentamiento directo con la poderosa maquinaria capitalista en el orden económico, político, social y cultural.

Corresponde a la filosofía marxista, para quien el fin de la década de los 80 y el comienzo de los 90 significó un duro revés en todos los órdenes con la estrepitosa y angustiosa caída del llamado socialismo real de los países de Europa del Este, jugar un papel determinante en la búsqueda y redefinición de nuevos derroteros que permitan encauzar las rutas a seguir en la lucha contra quienes intentan obviar lo mejor del hombre y sustituirlo por las leyes frías del mercado.

Es en este sentido que la llamada filosofía política marxista(1) contra viento y marea, y a pesar de los vaticinios de quienes pronosticaron el fin del marxismo y de su teoría científico-filosófica al destruirse el modelo de socialismo que se decía portador en la práctica de su concepción filosófica política del mundo, ha comenzado a recuperarse vigorosamente a partir de la búsqueda y reafirmación de nuevos conceptos que no solo expliquen, sino que contribuyan a resolver los ingentes problemas que enfrenta hoy el hombre.

Así, la utilización y redefinición en el plano teórico-filosófico y político de conceptos que permitan encauzar el accionar de las clases dentro de la dinámica del desarrollo actual de la sociedad, que contribuya a explicitar y fundamentar la imbricación de estos con los nuevos sujetos, grupos y movimientos sociales que emergen de forma paralela a las clases sociales, como fuerzas inusitadamente importantes.

El lugar que le debe corresponder a los partidos marxistas y de izquierda dentro de esta dinámica de accionar de nuevas fuerzas, constituye hoy una de las preocupaciones fundamentales a la cual el marxismo debe dar una solución original y creativa, en la búsqueda de una alternativa al neoliberalismo; que si bien goza de una aparente salud económica e ideológica y aparece como un gigante invencible, ha demostrado su inviabilidad como sistema social que pueda resolver los problemas del hombre y su accionar dentro de la sociedad.

En esta labor emprendida por el marxismo en unión de las fuerzas de izquierda resalta, por la importancia que reviste el tema en el plano de lo político, la redefinición y la utilización conceptual y práctica del concepto de la hegemonía. Concepto incipientemente desarrollado por los clásicos, tergiversado y manipulado por la dirigencia del socialismo real y que hoy emerge como posible alternativa ante la hegemonía reaccionaria que en plano de lo ideológico y lo político ha impuesto el capitalismo al mundo en su conjunto.

Dicho concepto, inicialmente desarrollado por el pensamiento marxista de Europa, ha encontrado en los países del Tercer Mundo y en especial en América Latina, un terreno propicio para la interpretación y la reinserción de las diferentes clases, partidos, grupos y movimientos sociales en el contexto de la lucha política por la búsqueda de alternativas viables a corto y largo plazo frente a la situación decadente de las economías de los países que viven bajo el rótulo de tercermundistas.

Hegemonía puede ser definida ateniéndose in strictus a la noción teórico-política,(2) como la dirección política, ideológica y cultural de una clase social sobre la sociedad civil.

El desarrollo del concepto hegemonía dentro de la tradición marxista fue realizado en lo fundamental por el teórico marxista italiano Antonio Gramsci, quien partiendo creadoramente de las ideas originales de Marx y Lenin reformuló el marxismo a partir del análisis de la situación concreta de la Italia de los años 30.

En Marx el problema de la hegemonía no fue planteado explícitamente en el sentido de la definición conceptual del mismo, pero sí aparece formulado en el análisis que lleva a efecto acerca del papel de la clase obrera en la nueva sociedad que se debía instaurar.

Desde El Manifiesto Comunista, semejante noción aparece desarrollada al subrayarse como «la conquista del poder político implicaba elevarse a la condición de clase nacional, lo cual equivalía a la conquista de la democracia».(3) Para Marx, elevarse a la condición de clase nacional supone para el proletariado la capacidad de producir un proceso político de recomposición que unifique a todas las clases populares.

Apareciendo diseñada en su pensamiento la concepción de pueblo, no como un dato, sino como un sujeto que debe ser producido, como una unidad histórica de múltiples determinaciones, un concreto que sintetiza a las masas, como su primera apariencia y a las clases como su principal determinación analítica.

Marx intenta revelar la dialéctica que debe existir entre masa, clase y partido, y la dialéctica entre la clase portadora de la hegemonía y el resto de las clases subalternas. En el sentido en que la clase hegemónica debe recuperar en sí el sentido de todas las clases subalternas, así debe actuar también en el plano de lo político con las formas de organización que esas clases subalternas se han ido dando a sí mismas.

Marx coloca el análisis de clase de la hegemonía, como el análisis político de su producción, al relacionar lo político con las instituciones; por ello de manera incipiente aparece en él la estrecha correlación que debe existir entre lo popular, lo teórico y lo práctico en el proceso constitutivo de la acción hegemónica.

La historia futura del socialismo se encargaría de enterrar esta tesis embrionaria de Marx, a partir de la reducción de dicha correlación al problema único del partido, donde se subsume; cosa que en ningún momento realizó Marx, la teoría del partido a la compleja relación de la organización-constitución de las clases y grupos dominados.

Al hipostasiarse la forma partido, codificándose a través de ella el privilegio de la organización de la acción hegemónica, se obvia a Marx y su teoría originaria del papel de la clase obrera como fuerza hegemónica y con ello se pierde el énfasis en el análisis de las formas concretas, variables de producción de proyectos y prácticas políticas, éticas, culturales, creadoras de voluntades y conciencias insertadas en específicas historias nacionales y populares.

Ya desde la II Internacional, esta reducción se hace evidentemente nítida al plantearse el hecho de que la centralidad obrera se da a través de la dicotomía entre sindicato y partido, donde ambos representan dos modelos organizativos. Por ello el sindicato aparece para el marxismo de fines del siglo XIX, como el agente de la acción económica de clases y el partido como el agente de su acción política, al establecerse como cada una de estas organizaciones (partidos y sindicatos) poseen la esfera de acción que le es inherente por naturaleza;(4) ocurriendo una escisión entre ambas.

Lamentablemente, Marx queda obviado y en este sentido se olvida el hecho de que él nunca planteó esta distinción, pues desde que comienza a reflexionar sobre la necesidad que tiene el proletariado de constituirse de clase en sí a clase para sí, buscaba en este proceso favorecer el surgimiento del proletariado como clase nacional hegemónica, pero a partir de tipos de acción que favorecieran más que a otro a ese desarrollo.

En el Marx que vuelca su labor a la organización política de la I Internacional, se encuentran múltiples referencias a la necesidad de que la misma constituyera su comportamiento colectivo como un proceso que marchaba de la acción corporativa a la acción hegemónica. Ello lo expresa en 1871 cuando enfatiza: «el movimiento político de la clase obrera tiene como objetivo, desde luego, la conquista del poder político por la clase obrera y para esto es naturalmente necesario que previamente se haya desarrollado hasta cierto punto una organización de la clase obrera surgida a su vez de las luchas económicas de las mismas.»(5) Deja sentado el hecho de la necesidad de separar a la clase obrera de las sectas socialistas o semisocialistas a partir del logro de una unidad verdadera del movimiento obrero que conduzca a una real hegemonía de la misma.

Pero a su vez deja esclarecida la relación existente entre lo económico y lo político, pues al señalar cómo «todo movimiento en que la clase obrera se presente en contra de las clases dominantes e intente oponérsele por presión exterior es un movimiento político, es decir, un movimiento de la clase que tiene por objeto imponer sus intereses en forma general en una forma que posee una fuerza social de compulsión general.»(6)

Para Marx la lucha por la jornada de ocho horas, no es una mera lucha económica, ya que como ella lleva aparejada la promulgación de una ley al respecto, se convierte en una lucha política de por sí.

La distinción entre acción corporativa y acción política que Marx señala está fundada sobre los lugares institucionales hacia los cuales el movimiento obrero dirige su accionar y su movilización (empresa o estado), y no sobre el tipo de organización que la impulsa. De ahí que su lucha en la Primera Internacional estuviese dirigida a consolidar una organización internacional del proletariado que superase la fractura entre lucha económica y política.

La no comprensión en esencia de la teoría de Marx condujo a los errores que el marxismo en general arrastra hasta fines del presente siglo y que culminan con la crisis del socialismo real y el modelo de sociedad en que se basa.(7)

Estas ideas de Marx no caen al vacío, pues Lenin, el más claro exponente y sistematizador del marxismo a inicios del siglo XX, rescata la esencia de estas ideas que acerca de la hegemonía fueron formuladas embrionariamente por Marx, a pesar de que se le han querido imputar a Lenin los errores que se cometieron en la interpretación y aplicación de la hegemonía por parte de los países socialistas y el movimiento comunista internacional; sin tener en cuenta que los principales errores tenían sus raíces en el movimiento revolucionario anterior a la Revolución de Octubre y que posterior a la muerte del mismo muchas de las cuestiones que ya había previsto o entredicho, fueron desarrolladas de manera diametralmente opuesta a como él las concibió.

Ello sucede así al intentar leer a Lenin desde la óptica de la experiencia de los partidos comunistas postrevolución de Octubre; y atribuirle erróneamente lo que históricamente correspondió a Stalin y a otros dirigentes del movimiento comunista internacional, quienes invocando su nombre tergiversaron la esencia del marxismo-leninismo.

Lenin tiene el mérito histórico de haber utilizado por vez primera la noción de hegemonía,(8) como una concepción teórico-filosófico-política, lo cual ha reconocido Antonio Gramsci, quien partiendo de sus ideas desarrolla dicha teoría en un contexto histórico diferente.

Lenin se opone desde sus inicios al problema central de la II Internacional consistente en la separación de la lucha económica y la política, sin embargo, su obra ¿Qué hacer? sacralizada por el stalinismo, como el libro sagrado de la organización partidista, impide comprender la esencia de dicho planteamiento lo cual permitió a Stalin manejar a su antojo a la internacional.

Asimismo el texto de Lenin El Estado y la Revolución, es un intento de superar esa dicotomía entre la clase obrera como clase hegemónica y las formas en que ella debe enfrentar la lucha económica y política; sin embargo a esta obra el stalinismo también le desvirtúa su esencia.

Esta dicotomía, Lenin la comprende solo después de la Revolución de Octubre, la que contribuye a lastrar la relación de la clase obrera como exponente de la Dictadura del Proletariado y el resto de las clases y grupos sociales que participaban de la revolución.

De ahí que Lenin, al señalar la necesidad de distinguir, en el proceso de constitución política del proletariado, las formas centrales de comportamiento, lo analiza a semejanza del modo en que Marx lo hizo en su momento: una corporativa y otra hegemónica.

Ambas están referidas en lo fundamental a la relación que guarda estructuralmente la clase obrera con el resto de las clases sociales. Aquí entra a jugar su papel la relación clase dominada y clase dominante.

La acción política hegemónica será aquella a través de la cual la clase obrera es capaz de relacionarse con todas las clases de la sociedad y con el estado. Por ello afirma: «la lucha económica en los países libres se llama lucha gremial sindical o tradeunionista; pero ese no sería el caso ruso donde la lucha es llevada a cabo por asociaciones profesionales de carácter provisional y por medio de octavillas».(9)

Precisamente Lenin, en contra de la voluntad de la mayoría de la dirigencia bolchevique, apoya entusiastamente a estas organizaciones espontáneas durante la revolución de 1905, ya que a su juicio eran instituciones aptas para el desarrollo de formas de doble poder, al ser capaces de fusionar la lucha económica con la lucha política. Estas instituciones reflejan la relación importante que se da entre las organizaciones de masas y el partido.

Dichos criterios aparecen recogidos en los textos de Lenin, acerca de los sindicatos donde desarrolla una intensa polémica con Trotski, defensor férreo del stalinismo y en contra también del pansindicalismo de la dirigencia obrera.

Lenin intenta mantener una postura intermedia, donde se reivindican los niveles de autonomía para la organización sindical en relación con el partido, pero teniendo como base a su vez la orientación política del proceso sindical por parte del sindicato.

La complejidad del problema sindical, el cual contaba con un escaso desarrollo en Rusia, dadas las condiciones económicas de este país, es abordado ampliamente por Lenin, señalando la conocida frase de que este constituye las correas de transmisión entre las masas y el partido. Frase que sirve a Stalin con posterioridad para desarrollar su partidolatría, donde los sindicatos son convertidos en simples órganos auxiliares y correos entre la clase y el partido, idea ajena a la esencia de lo que planteara Lenin.

En consecuencia resultan justas las aseveraciones de autores como el marxista latinoamericano Portantierro cuando al respecto afirma que la sacralización «del ¿Qué hacer?, llevó las conclusiones del texto de Lenin a límites que su autor seguramente no hubiera imaginado ni deseado […] la acción económica y acción política reificaba en formas institucionales es bastante más complejo y está recorrido por una tensión conceptual que la .vulgata. posterior no recogió».(10)

En este sentido Lenin refleja en sus obras la necesidad, despertada por la propia realidad del movimiento social, de superar ese rígido modelo de enfrentamiento entre acción económica y acción política, con el objetivo de organizar y articular los distintos niveles de comportamiento y dirigirlos con la finalidad política de recomponer a las clases populares en un bloque de masas e instituciones, donde sindicatos, partidos de clase y consejos formarán una red dentro de la cual fuera posible desarrollar el proceso revolucionario, contando con la hegemonía de la clase obrera en alianza con el resto de las masas.

Lenin no pierde tampoco la perspectiva respecto al desarrollo de la revolución proletaria y la necesidad de que la clase obrera se convierta en la fuerza hegemónica de la revolución. Así desde sus «Tesis de abril» plantea en contraposición a Kaustky la necesidad de asegurar el poder, pues debido al alto costo social que ha tenido la revolución esta no debe nuevamente sustentar posiciones reformistas, sino que estatizar su poder y continuar la revolución; y deja sentada la idea de que al desaparecer las clases sociales el nuevo estado debe extinguirse. Así el estado proletario debía ser superior democráticamente al estado burgués.

Lenin dedica su obra La revolución proletaria y el renegado Kaustky a fundamentar las características democráticas del nuevo estado proletario y su imbricación con el resto de las clases participantes en la revolución proletaria.(11) La Revolución de Octubre constituye para él, en el tratamiento del problema de la hegemonía, lo que para Marx constituye la Comuna de París: el marco referencial teórico-político que le permite argumentar las expresiones estatales que debe asumir el estado proletario. Por ello la noción leninista de hegemonía y el concepto de dictadura del proletariado están sujetos a la condicionalidad histórica de la propia revolución rusa de 1917.

Es necesario tomar en consideración el hecho de que Lenin fundamenta su concepción acerca de la hegemonía de la clase obrera dentro del marco del imperialismo.

Por ello se opone a la noción muy en boga en su época del parlamentarismo como una forma de lucha exitosa. En contra del mismo esgrime la idea de que todas las revoluciones que intenten igualarse a la dictadura de los soviets, deben compartir las convulsiones sociales propias de la revolución.

Así establece que la dictadura como proyecto de organización estatal debe emanar de las fuerzas revolucionarias de las masas al establecer de facto su nuevo poder armado sin respeto alguno por las leyes. Claramente, Lenin enfatiza cómo ese poder parte de la iniciativa directa de las masas populares desde abajo, y no es la ley promulgada por el poder centralizado del estado.(12)

La Revolución de Octubre y la teoría leninista en el propio decursar de la revolución, expresarán la convicción de una revolución desde abajo, con la presencia determinante de las masas, en la ejecución de los actos revolucionarios, pues la dictadura del proletariado está lejos de ser un poder impuesto a la sociedad por un reducido grupo de revolucionarios profesionales.

Por ello insiste en dejar claro que el problema de la revolución y de la construcción de la dictadura del proletariado, es un asunto de masas organizadas partidariamente. Dicha organización política de las masas debe estar bajo la dirección política del proletariado. Esto lo lleva a escribir casi al término de la guerra civil: «La Dictadura del Proletariado significa la dirección de la política por el proletariado. Este, como clase dirigente, dominante, entiéndase hegemónica, debe saber dirigir la política de tal modo que resuelva, en primer término, la tarea más urgente, la más candente».(13)

Es comprensible acorde con lo anterior, el hecho de que Lenin considere a la hegemonía de facto, en términos de la capacidad dirigente del proletariado sobre el conjunto de los grupos afines.

Si la revolución rusa no hubiese contemplado esta perspectiva de la capacidad dirigente del partido bolchevique sobre las clases aliadas, que permitió imprimir su carácter al movimiento de masas, difícilmente hubiese triunfado La denominación que da Lenin al régimen soviético: dictadura obrero-campesina, donde la dinámica del sistema de alianzas es tenida profundamente en cuenta acorde con el desarrollo de la Rusia de inicios de siglo, responde a esta utilización en la práctica de la noción que él desarrolla sobre la hegemonía.

El proceso de construcción del proletariado ruso como clase hegemónica se descubre fundamentalmente en el trayecto que va de febrero a octubre de 1917; aunque ya desde 1905 se viene gestando este proceso. El partido bolchevique solo levanta la consigna de todo el poder a los soviets en el momento en que congrega bajo la dirección política de la clase obrera al grueso de las masas populares, fundamentalmente al campesinado, así como al lograr pactar alianzas con los eseristas de izquierda y enarbolar las demandas campesinas como suyas. La obra de Lenin Dos tácticas de la socialdemocracia en la revolución democrático burguesa es un ejemplo elocuente de cómo Lenin concibió dicho problema. Así los bolcheviques pueden desarrollar y llevar a efecto la hegemonía de la clase obrera para el derrocamiento del zarismo y la consolidación de los soviets como órganos de poder estatal alternativo al poder burgués congregado en el gobierno provisional, y como una visión de la alianza de masas dirigidas hacia un fin común, contando con un verdadero partido de masas.

Las obras que Lenin escribe entre febrero y octubre de 1917 son un ejemplo de cómo se va gestando y desarrollando esta noción de hegemonía de la clase proletaria(14) en el pensamiento y el accionar del guía de la revolución. Lenin logra la consolidación de la revolución rusa al cumplir el objetivo de elaborar y desarrollar las funciones y el papel dirigente de la clase obrera sobre el resto de las clases y grupos sociales afines a la revolución, a partir del despliegue de un conjunto de alianzas que condujeran, como efectivamente sucedió, a la clase obrera a convertirse en clase hegemónica, es decir, en la clase capacitada para agrupar y guiar al conjunto de la sociedad hacia la conformación de un estado de nuevo tipo.

La experiencia de la Primera Guerra Mundial y las contradicciones generadas por este fenómeno, conjuntamente con la Revolución de Octubre, permiten a Lenin abrir por vez primera al análisis teórico y político la posibilidad de hacer palpable la forma hegemónica de la política. En esta medida desarrolla la noción de que no es posible construir el discurso marxista, apoyándose solamente en las contradicciones económicas de clases derivadas del mecanismo de la acumulación capitalista. Al marxismo le es necesario desarrollar su discurso partiendo de la dislocación de las condiciones de vida de las masas, creada dicha dislocación por las formas de la reproducción del capitalismo bajo la forma del Imperialismo.

Con esta noción, Lenin advierte que a partir de esta dimensión de las masas y su papel dentro de la política, de las clases sociales, las cuales define magistralmente en su artículo «Tareas de las Juventudes Comunistas», no tienen tan solo que proceder a luchar por sus intereses específicos, sino que deben articular junto a su lucha la acción política de vastos sectores de la población, cuyas condiciones de vida y formas de representación son transformadas por el capitalismo y la guerra.

A partir de estas transformaciones, se vislumbra cómo dichas masas van teniendo un protagonismo cada vez más significativo en el devenir de la historia del movimiento revolucionario, que debe ser encauzado convenientemente por la clase obrera.

Por otro lado, Lenin sumará a este protagonismo de las masas, resultado de la dinámica del desarrollo del capitalismo, un elemento no menos importante y es el hecho de que el resultado de las condiciones de vida de estas masas no se ha producido solo por factores endógenos al capitalismo en un solo país, sino que ello es producto de la articulación mundial del imperialismo en una cadena imperialista; de ahí que la economía capitalista tenga una dimensión y una repercusión política mundial. Por tanto, advierte ya el peligro que para el movimiento comunista internacional representa esta cadena.

A partir de estas ideas, Lenin rompe con la noción predominante en la Segunda Internacional en la cual el momento político se subordina al desencadenamiento de contradicciones económicas en la medida en que en el proceso revolucionario van a intervenir y articularse contradicciones múltiples y diversas, en una coyuntura determinada.

Ello le permite a Lenin fundar su teoría de la hegemonía a partir de una concepción antietapista, no paradigmática y popular de la política, donde justamente la política resulta el elemento articulador y hegemónico.

Rompe con la noción reduccionista de Kautsky de que las clases son los sujetos últimos de la historia. Lenin incorpora su noción recurrente de masas, donde si bien las clases constituyen las unidades últimas en el análisis de la política y de la sociedad, a ellas hay que incorporar el término de masas. Dicho término viene abierto a partir del análisis reduccionista, economicista y clasista.

Lenin no llega a definir teóricamente la noción de masas como concepto. Y esta ambigüedad y tensión a que la noción de clase es sometida en su obra teórico-política producirá en un futuro en manos de la Comintern devastadores efectos, en la medida en que no fue comprendida su noción hegemónica de la alianza de clases, sino por el contrario fue manipulada y llevada hacia una noción militarista de las clases.

Previniendo todas estas tergiversaciones y posibles errores a cometer, Lenin se opuso a la teoría del desarrollo de la revolución mundial, sin tomar en consideración el necesario consenso en la dirección de la revolución y la necesidad de ganar la dirección hegemónica por parte de la clase obrera antes de lanzar la revolución.

Se opuso categóricamente en el VII Congreso del Partido Comunista Bolchevique al entusiasmo con que los militantes veían la posibilidad de concreción de la revolución, al señalar:

«Hay que aprender a tener en cuenta que la revolución socialista en los países avanzados no puede comenzar tan fácilmente como en Rusia, país de Nicolás III, de Rasputín, y en donde para gran parte de la población era completamente indiferente saber qué clase de pueblos viven en la periferia y qué es lo que allí ocurre. En un país de esta naturaleza, comenzar la revolución era tan fácil como levantar una pluma. Pero en un país donde el capitalismo se ha desarrollado y ha dado una cultura democrática y una organización que alcanza hasta el último hombre, comenzar la revolución sin la debida preparación es un desacierto, es un absurdo».(15)

Con ello ya vislumbra las desigualdades en el desarrollo del capitalismo y, por consiguiente, las diferentes formas de enfocar la revolución, las clases y grupos sociales que podrían convertirse en motores de los mismos.

Lenin deja planteada en estado embrionario la tesis, que posteriormente desarrollaría Gramsci, de la llamada Guerra de posiciones dentro del problema de la hegemonía política de la clase obrera.

Este elemento aparece explícitamente desarrollado en el año 1921 en el seno de la internacional comunista, donde basándose en los logros de la revolución rusa algunos dirigentes europeos pretendieron minimizar la necesidad de ganar a la mayoría de la clase obrera de sus países, las cuales estaban en su mayoría organizadas, a partir del argumento de que si en Rusia una minoría representada por los bolcheviques había logrado el triunfo, el resto de Europa podía lograrlo.

Lenin insiste en que no es posible pensar que es suficiente un partido pequeño para ganar la revolución, y apunta:

«El objetivo inmediato de la vanguardia […] consiste en saber conducir a las amplias masas (que aún, en su mayor parte son apáticas, están inertes, adormecidas y dominadas por la costumbre) a su nueva posición, o mejor dicho, en saber dirigir, no sólo a su propio partido, sino también a esas masas, en su avance y en su paso a esa nueva posición».(16)

Gramsci escribe con posterioridad valorando esta noción de Lenin: «Ilich había comprendido que era necesario transformar la guerra de movimientos aplicada victoriosamente en Oriente en guerra de posiciones que era la única posible en Occidente. Me parece que eso significa la consigna de frente único».(17)

Las críticas y los errores imputados a Lenin sobre el verticalismo, el aferrarse a un partido único, la prioridad de la fuerza y de la violencia por sobre el consenso en el logro del triunfo de la clase obrera, constituyen, entre otros, argumentos insustanciales que más que referirse al propio Lenin atañen a la conducción política de la revolución rusa después de su muerte y a la instauración de los países socialistas.

Lenin, con las armas políticas que contaba, supo dar la batalla por el pleno desarrollo de la vida política de la clase obrera, supo encauzar la teoría por el sendero que permitiera a esta constituirse en fuerza hegemónica. Si no precisó conceptualmente a la propia noción de hegemonía, a las masas, ello no le resta ningún mérito histórico, pues su labor al frente de la Revolución de Octubre, que se debatía entre la guerra y la contrarrevolución, le impidieron realizar esa labor teórico-filosófica en el plano estricto de lo conceptual, pero el haberlo planteado en su quehacer cotidiano, en su lucha no solo interna sino externa contra los propios dirigentes de la clase obrera, demuestran que para él siempre estuvieron claras las posiciones que se debían asumir ante el pueblo y hacia la posibilidad de la revolución.

A semejanza de Marx, Lenin supo ampliar el marxismo y adaptarlo a las nuevas realidades. Sin la aplicación correcta llevada a cabo por él de la hegemonía y de la política de alianzas, así como de la noción de guerras de posiciones, entre otros aspectos, la revolución rusa y el movimiento comunista internacional difícilmente hubiesen podido resistir el embate del recién entrenado imperialismo mundial.

Antonio Gramsci: hacia la concreción del concepto de Hegemonía

Antonio Gramsci (1891-1937) es una de las figuras más relevantes de la cultura y la política no sólo italiana, sino europea en general. Sus aportes al marxismo lo convierten en una de las figuras más relevantes del mismo en Europa, después de la muerte de Lenin.

El fracaso del socialismo en los países de Europa del Este, ha traído a Gramsci nuevamente a la actualidad, en vista de que este fracaso constituye la mejor confirmación de su certera posición sobre la imposibilidad de construir una sociedad socialista, sin haber logrado previamente el consenso mayoritario de las masas a través de la implantación de una hegemonía intelectual y moral.

La obra de Gramsci es teóricamente original; de ahí que sea visto como el marxista occidental más original después de Lenin. Su obra elabora nuevas categorías políticas, a partir de las cuales se continúa y se desarrolla el marxismo bajo las nuevas condiciones de Europa, y en específico previno la terrible amenaza en que se veía envuelta Europa por el advenimiento del fascismo e intentó salvar al movimiento obrero internacional de las garras de quienes, olvidando las enseñanzas de Marx y Lenin, habían convertido a la internacional en una organización títere de los designios personalistas de dirigentes como Stalin.

Gramsci a su vez intenta llevar a cabo la revolución socialista de la clase obrera en Italia, organizando el partido comunista sobre bases teórico-políticas diferentes de la línea del partido de la URSS. Así, su obra, desarrollada antes de su encarcelamiento y en prisión, resalta por su profundo compromiso político con el marxismo-leninismo, el socialismo y su clase portadora, la clase obrera. En este sentido se propone más que conocer y estudiar a Marx y a Lenin, utilizarlos creadoramente para dar respuesta a estos ingentes problemas que debe enfrentar en su época.

Al afianzar sus reflexiones teóricas y sus proyectos políticos en las experiencias bolcheviques y en el marxismo de la época de Lenin, logra llevar a vías de hecho el estudio de las clases sociales y de los grupos sociales que componen la sociedad; así como la relación que se establece entre ellos: el poder y la dominación.

Logra realizar un estudio objetivo de la sociedad de su tiempo, de las características económicas, políticas y superestructurales de la sociedad italiana. La obra de Gramsci abarca en la etapa precarcelaria toda una serie de trabajos periodísticos, referidos a cuestiones políticas, sindicales y culturales. Después de 1926, a raíz de su detención, realiza una serie de escritos reflexivos referidos en su conjunto a temas de filosofía, política, economía, sociología y cultura, entre otros; realizados a través de notas y apuntes en treinta y dos cuadernos, así como otras obras en las cuales enfrenta a sus adversarios teóricos. En ellas esclarece su posición teórica en defensa del marxismo.

En su conjunto dicha obra abarca temas referidos a la creación del partido, la cuestión del desarrollo histórico de Italia, el problema de la sociedad civil, el problema de la relación entre estructura (base material de la sociedad) y superestructura, al problema de la hegemonía, de los bloques históricos, el papel de los intelectuales, el problema de la dominación, de las alianzas, del consenso y del Estado,(18) entre otros.

Dentro de esta amalgama de múltiples problemas resalta por su influencia y actualidad el problema de la hegemonía y todos los aspectos teórico-políticos que Gramsci deriva del análisis de la misma.

En el tratamiento de la hegemonía, Gramsci se reconoce como deudor de Lenin, quien desarrolla antes que él dicha teoría. Para Gramsci, Lenin ha realizado una brillante síntesis entre lo teórico y lo práctico, de un problema cuyas raíces ya habían aparecido en Marx. Así, describe como esta concepción leninista constituye:

«El máximo aporte de Ilich a la filosofía marxista […] la realización de la hegemonía significa la crítica real de una filosofía, la puesta en marcha de su dialéctica real dentro de la doctrina y la práctica política.»(19)

En una primera etapa Gramsci se identifica con el concepto de hegemonía leninista;(20) sin embargo, comprende que es necesario ampliar, bajo las nuevas condiciones de Europa, dicha concepción. Ello se produce por el hecho de que Gramsci ve abalanzarse sobre Europa los tentáculos feroces del fascismo, y ve cómo el movimiento obrero necesita fortalecerse ideológicamente para hacer frente al futuro.

Comprende que no es posible desarrollar el socialismo a través de una férrea dictadura sobre el hombre, a semejanza de lo que sucede en la URSS, y decide dar la batalla desde la barricada del marxismo a estos elementos, peligrosos para el futuro de las clases y grupos sociales no hegemónicos, y para el socialismo y el comunismo.

Al respecto, y muy acertadamente, José Aricó, uno de los latinoamericanistas que más ha intentado dar a conocer el valor de Gramsci para América Latina,(21) plantea cómo Gramsci conserva de la tradición leninista, a pesar de su superación, aquellos paradigmas esenciales, a saber: «el reconocimiento de la centralidad proletaria, la necesidad de un partido como supuesto inderogable de la hegemonización de las clases subalternas, la conquista del poder como iniciación de un nuevo orden social, la reforma intelectual y moral de la que aquél debía ser generador, para fundar un nuevo orden en un segmento cultural unificador de las masas, […] todas ellas en su conjunto hacen que Gramsci, reconozca a Lenin como su inspirador.»(22)

El encuentro teórico de Gramsci con Lenin, representa no sólo el reconocimiento del valor del teórico ruso, sino un aporte inagotable en la continuidad del desarrollo del marxismo en una etapa donde la crisis del estado liberal, las derrotas del movimiento obrero y la dictadura stalinista, ponían en peligro la cientificidad, y la capacidad teórica del marxismo para encontrar una respuesta adecuada al desarrollo económico y político de la sociedad, independientemente de que se quiera minimizar, negar o encubrir bajo la falsedad, que lo que sucedió con la URSS a raíz de la muerte de Lenin, sea su responsabilidad, como pretenden algunos autores, con el objetivo de minimizar a Marx y Lenin y sobrevalorar a Gramsci .(23)

Lo que sí es incuestionable es el hecho de que Gramsci pudo desarrollar sus conceptos teniendo una sólida base en el marxismo leninismo.

El concepto de hegemonía en Gramsci abre una multiplicidad y multidimensionalidad compleja de determinaciones e interrogantes, en el análisis de la lucha de clases como uno de los principios fundamentales en el devenir histórico de la sociedad.

Gramsci vincula la hegemonía con la cuestión de las clases fundamentales y su imbricación con el resto de las capas y grupos sociales que le son afines. Y esto lo realiza no solo partiendo del marco referencial de las clases dominantes; o sea, él la extiende a estas dos esferas de la sociedad, si bien hace más hincapié en la concreción de la hegemonía en las clases dominadas como las clases que deberán continuar el decursar progresivo de la historia de la humanidad; imbricado este estudio, no en abstracto, sino en la base social concreta de la Italia de su época y su clase obrera.

La hegemonía, asumida por la clase obrera, implica la construcción de una sociedad nueva, resultado de la unión de todos los hombres. Dicha unión es llevada a cabo a partir de una reforma moral e intelectual, donde se abandonen los rígidos determinismos económicos, lo cual implicaba en Gramsci, un enfrentamiento fundamental con el stalisnismo. Dicha hegemonía puede ser obtenida antes de la toma del poder, a partir de lo que Gramsci llama disgregación del bloque dominante existente, que solo es posible a partir del logro del máximo consenso popular. Así, el socialismo se convertiría no en una sociedad paternalista, sino en el autogobierno de las masas.

A pesar de que Gramsci no unifica en uno solo el concepto de hegemonía, deja sentado, como principio central de ella, el hecho de ser una dirección política, intelectual y moral. Con ello intenta sintetizar en un concepto la relación entre la dominación y la dirección, entre el consenso y la fuerza.

Deja sentado el hecho de que hegemonía se define como la capacidad de dirigir y dominar. Así afirma que «la hegemonía aparece esencialmente como el momento en que se realizan las alianzas, base social necesaria de la dictadura del proletariado, y la Dictadura del Proletariado como la forma política y estática en que se realiza la hegemonía».(24)

Gramsci distingue los momentos fundamentales a partir de esta definición.

En primer lugar, un aspecto político, dado a partir de la capacidad que tiene una clase dominante de articular a sus intereses los de otros grupos sociales, convirtiéndose así en el elemento director de una voluntad colectiva.

Dicha alianza no aparece en su teoría como una alianza meramente instrumental, a través de la cual las reivindicaciones clasistas de las clases aliadas se expresan en términos de la clase fundamental, mientras cada grupo conserva su propia individualidad y su propia ideología en el interior de las alianzas.

La unidad ideológica conduce a la formación de un solo sujeto político con unidad ideológica; por ello afirma:

«la forma particular en que se presenta el elemento ético-político hegemónico en la vida del estado y del país es el patriotismo y el nacionalismo que son […] vínculos que produce la unidad entre los dirigentes y los dirigidos […] todo cuanto exprese el «Pueblo-nación» es «Nacional-Popular»La hegemonía exitosa es la que logra crear una voluntad colectiva «Nacional-Popular»…»(25)

En segundo lugar, y este es uno de los elementos más enriquecedores para el marxismo de la concepción gramsciana de la hegemonía se encuentra el aspecto de la dirección moral e intelectual. Dicho aspecto indica las condiciones ideológicas que deben ser cumplidas para que sea posible el surgimiento de una voluntad colectiva fundada en lo moral e intelectual, que logre cimentarse a través de la ideología.

La ideología, dentro de la noción de hegemonía en Gramsci, alude a la formación de sujetos y a la práctica transformadora de los mismos, necesarios en la construcción de una nueva sociedad, donde los hombres toman conciencia de sí mismos y de sus tareas partiendo de una concepción determinada del mundo. Toda posibilidad de transformar la sociedad, debe pasar por la transformación de esa concepción del mundo, ella a su vez constituye la condición para que otros sujetos puedan ser creados.

«Cada acto histórico -en consonancia con la teoría de Gramsci- no puede ser sino realizado por el hombre colectivo, o sea, presupone el logro de una unidad cultural social, por lo cual una multiplicidad de deseos disgregados con finalidades heterogéneas, se sueldan en torno a una misma finalidad, sobre la base de una (igual) y común concepción del mundo.»(26)

En este sentido, la noción de clase hegemónica Gramsci la ve no a partir de la imposición de una clase o grupo social sobre otro, logrado gracias al control de los mecanismos políticos-ideológicos, sino que clase hegemónica será aquella que es capaz, a través de la lucha ideológica, de articular a sus principios hegemónicos la mayoría de los elementos ideológicos importantes de una sociedad dada.

A partir de ello es posible establecer cómo la hegemonía burguesa no expresa solamente la ideología paradigmática de la clase burguesa, sino que ella es capaz de articularse de una manera funcional, permitiendo la reproducción de las relaciones capitalistas y toda una serie de elementos ideológicos que, de por sí mismos, no tienen un carácter necesariamente burgués, sino que es un conjunto en constante transformación, y cuyo carácter en un momento dado depende de la correlación de fuerzas existentes a nivel ideológico, entre las clases que luchan por la hegemonía.

La ideología, considera Gramsci, representa

«el terreno de una lucha incesante entre dos principios hegemónicos […] donde lo que importa es la crítica a la que tal complejo ideológico es sometido por los primeros representantes de la nueva fase histórica: a través de esa crítica se da un proceso de distinción y de cambio en el peso relativo que los elementos de las viejas ideologías poseían; lo que era secundario y subordinado […] es asumido como principal. La vieja voluntad colectiva se disgrega en sus elementos contradictorios, porque de estos elementos aquellos subordinados se desarrollan socialmente».(27)

En Gramsci esta consideración de la lucha ideológica dentro de la hegemonía, tiene como objetivo no destruir la concepción del mundo opuesta, sino desarticularla, transformarla. Así rompe con la concepción marxista dogmática que consideraba la lucha ideológica como un enfrentamiento de concepciones del mundo predeterminadas, que tienen su origen fuera de la ideología y cuya unidad y contenido están establecidos de manera definitiva.

La lucha ideológica tal como la concibe Gramsci, constituye un elemento fundamental en el proceso de transición al socialismo, ya que este solo es posible con la creación de una voluntad colectiva nacional-popular que, bajo la dirección de la clase obrera, permita la transformación subjetiva de las masas a través de la reforma intelectual y moral.

Esta reforma implica la creación de nuevos sujetos políticos a través de la lucha ideológica, solo a partir de ello se puede formar un amplio movimiento popular en condiciones de arrancarle el poder a la burguesía: No resulta descabellada por consiguiente la teoría de Gramsci acerca de que no solo es posible sino también necesario el que la clase obrera se vuelva hegemónica antes de la toma del poder del estado.

Por tanto, la ideología no aparece como un elemento intrínseco dentro de cada clase social, sino que es el resultado del tipo de articulación al que este elemento está sometido. De ahí que sea posible concebir la lucha ideológica como un proceso de desarticulación de la ideología de una clase y de rearticulación de una nueva ideología. Al respecto apunta:

«¿Cómo en cambio debería formarse esta conciencia histórica que se plantea en forma autónoma? ¿Cómo cada quién debería escoger y cambiar los elementos para la constitución de una conciencia histórica semejante? ¿Deberá repudiarse a priori todo elemento impuesto? Habrá que repudiarlo como impuesto, pero no en sí mismo, es decir, habrá que darle una nueva forma que sea propia del grupo dado.»(28)

La clase obrera debe transformar en consonancia los elementos de la ideología burguesa que pueda incorporar la nueva forma. La lucha por la hegemonía se da, a consideración del autor, a través de este proceso de desarticulación y articulación, pues una clase solo puede presentarse como portadora del interés general y como conjunto de la dirección intelectual y moral de la sociedad, a condición de poder articular en su discurso los elementos ideológicos fundamentales de una sociedad dada, unidos a los suyos. Así, la lucha por la hegemonía es una lucha que se da dentro de los marcos de la ideología.

Esta consideración gramsciana permite señalar los elementos fundamentales a partir de los cuales es posible concebir la ideología como un elemento central de la hegemonía: el fenómeno de la llamada guerra de posiciones y el papel de los intelectuales en la conformación de la nueva hegemonía.

La llamada guerra de posiciones, es tomada por el pensamiento de Gramsci a partir de las ideas desarrolladas por Lenin y expuestas en el anterior acápite. El autor atribuye a la guerra de posiciones un papel importante dentro del marco de la lucha por la hegemonía, en la medida en que partiendo de ella es que se va contribuyendo a la nueva voluntad colectiva nacional-popular, a través de la reforma moral e intelectual.

La guerra de posiciones significa el cerco del estado y la sociedad a todos los niveles con el objetivo de destruir no por vía rápida, tal como sucedió en Rusia, a las clases dominantes.

A esta teoría, que es un complemento de la teoría de guerra de movimientos revolucionarios de Occidente en los años 20, señalaba a la hora de valorar el significado de dicha guerra cómo «en la política la «guerra de posiciones», una vez ganada, es decisiva definitivamente.»(29) Así la guerra de movimientos estaba destinada a momentos históricamente determinados.

La guerra de posiciones implica sacrificios y heroísmo de la clase obrera y las masas auxiliares. En ella se da también una posible dialéctica, no descartada por el autor, y es el hecho de que ella puede incluir momentos de ataque frontal y de guerra subterránea, e incluso convertirse en guerra de movimientos. Con ello tiene en cuenta la dialéctica de lo social, la correlación de fuerzas, el juego de sus oposiciones, la dinámica de su descomposición y recomposición, como motor del proceso histórico. Todo esto implicaba la preparación de la revolución a largo plazo.

Este proceso de guerra de posiciones Gramsci lo ve como la imbricación entre la sociedad política, que es el espacio de la coerción, y la sociedad civil, que es la hegemonía política y cultural de un grupo social sobre la sociedad entera. En dicha esfera se construye la hegemonía y se da la dirección intelectual y moral de la sociedad.

En la sociedad civil no solo se prolonga el poder dominante, sino que es el terreno propio de la confrontación de intereses, donde se desarrollan las disímiles luchas contra el poder de dominación y sus instituciones. Aquí nacen, se fortalecen o desaparecen diversas instituciones populares.(30)

Referido al tema de los intelectuales y el partido, y su rol dentro de la sociedad, Gramsci desarrolla de manera original estas concepciones. A los intelectuales les concede un papel fundamental como los portadores de las ideas de la clase hegemónica, al ser un grupo social vinculado a la estructura económica de lasociedad y por ser a su vez los encargados de elaborar y desarrollar la ciencia y la tecnología. Así, los concibe conectados a las clases históricamente orgánicas y subalternas.

Define el papel de los intelectuales al señalar cómo «cada nuevo organismo histórico (tipo de sociedad) crea una nueva superestructura, cuyos representantes especializados y abanderados (los intelectuales) no pueden sino concebirse como «nuevos» intelectuales surgidos de la nueva situación y no continuación de la precedente intelectualidad.»(31)

Estas capas intelectuales elaboran y consolidan la hegemonía de la clase históricamente orgánica y a su vez aseguran la homogeneidad a la estructura dominante, por intermedio de las teorías científicas, de la tecnología y la ideología.

Gramsci considera que, además de estas funciones, los intelectuales deben cumplir una tarea principal y es la de determinar y organizar la reforma moral e intelectual, e insertar la cultura, la nueva cultura, mediante la práctica social en la conciencia de los hombres. Toda clase social está vinculada a los intelectuales, ya que cada clase o grupo social hegemónico genera y educa a su propio sector de intelectuales.

En Gramsci los intelectuales no son solo elaboradores y comunicadores de la ideología; sino que todos los hombres son intelectuales, desde el menos calificado hasta el más capacitado, ya que en la dinámica política, económica, social y cultural dada en la producción material, al poner en marcha su fuerza de trabajo genera conductas intelectuales que corresponden a una concepción dada de la sociedad y la historia. Cada uno de estos hombres «contribuye a sostener o modificar una concepción del mundo, o sea, a suscitar nuevos modos de pensar.»(32)

Gramsci considera que los intelectuales se mueven e interfieren en toda la esfera de la sociedad política y la sociedad civil, y desempeñan un importante papel educativo en el cuerpo social de la sociedad. Por ello los intelectuales no forman una clase social independiente, sino que cada clase tiene sus intelectuales. Con ello logra distinguir dentro de la sociedad dos tipos de intelectuales: los orgánicos y los tradicionales.(33)

Los intelectuales orgánicos se ligan íntimamente a la clase hegemónica, aunque como una capa social de la clase social a la que están unidos, tienen cierta autonomía. Así el intelectual no discute el poder hegemónico de la clase social de la cual constituye el funcionario organizador, pero puede entrar en conflicto con ella, despegándose de la misma, al no corresponderse sus ideas con las de la clase hegemónica. Desde ese momento esos intelectuales dejan de formar parte de la dirección moral e intelectual de la sociedad.

Muy relacionado con la teoría acerca del papel de la intelectualidad se encuentra en Gramsci la necesidad de diseñar una estrategia política de cambio social, donde se necesita de una columna vertebral, de una centralidad donde se organice, se discipline, se fusione y se sintetice, y de un actor que sea capaz de hegemonizar dicho proceso. Este elemento se ha dado en llamar dentro de su teoría, el problema del príncipe moderno, o el partido.

Acerca de este asunto existen en la actualidad diversas maneras de entenderlo y no hay un consenso respecto a cómo encauzar la lucha por parte de la clase obrera.

A pesar de ello, para el autor sí queda establecido que este papel de príncipe moderno debía ejercerlo el partido, como medio eficaz, en la práctica y en la teoría, para elevar las clases subalternas a la categoría de clases hegemónicas: al respecto plantea que «la capacidad estratégica y táctica del partido es la capacidad de organizar y unificar en torno a la vanguardia proletaria y a la clase obrera a todas las fuerzas necesarias para la victoria revolucionaria y de guiarla de hecho hacia la revolución […]»(34)

El partido como un instrumento político e ideológico de una clase social debe ser permanentemente el proclamador de una reforma intelectual y moral. Así ejercerá el papel de educador para crear e impregnar en la conciencia de las clases subalternas la nueva concepción ideológica. También debe preparar las condiciones para el desarrollo futuro de todos los ciudadanos subalternos hacia el logro de una fase superior y total de la cultura.

El partido es la fuerza impugnadora del sistema social burgués y actúa como el instrumento más adecuado de formación de dirigentes, al poseer la capacidad de dirigir políticamente a las presentes y futuras instituciones que conforman al estado.

El partido es el máximo impulsor de la reforma intelectual y moral, es un intelectual colectivo, es la escuela de la actividad estatal. De ahí que se identifique incluso con el intelectual orgánico. El partido solo podrá contar con esa fuerza política si es capaz de desarrollar una política hegemónica de consenso y nunca de imposición.

Gramsci constituye una figura de actualidad. Su pensamiento sepultado por la filosofía manualesca marxista, constituye hoy un referente necesario para las nuevas vías que buscan las clases, grupos sociales e intelectuales interesados en construir un nuevo socialismo.

En concomitancia con ello, hoy no es posible hablar en términos de hegemonía en América Latina o el mundo, sin hacer referencia obligada a quien sistematizó lo que en su momento no les cupo hacer a Marx ni a Lenin, y sobre todo a una serie de teorías marxistas que no comprendieron en su momento los errores de una sobrevaloración del papel hegemónico de la clase obrera o del partido en el socialismo.

1. Generalmente se designa con el nombre de filosofía política, dentro del marco teórico de las concepciones filosóficas a aquella esfera de las ciencias políticas encargada del estudio de la estrategia y la táctica en la toma del poder político por una clase social. Se ha afirmado que el poder es la sustancia de la política. Estudia la teoría política de la lucha de clases de la hegemonía, el papel del partido y de los diferentes organismos políticos, etcétera.

2. Cuando se señala noción teórico política de la hegemonía, se deja de considerar el hecho de que en un sentido amplio ella supone la posibilidad de considerarse una acepción genérica al indicar conducción, supremacía o superioridad. Mientras la noción de dominación enfatiza el ejercicio de la coerción, la idea de hegemonía pone su acento en la organización del consentimiento. En las relaciones internacionales (la que se da entre diferentes pueblos y estados) se denomina potencias hegemónicas a los estados que predominan sobre otros, y se designa específicamente como hegemonía al poder que despliegan las superpotencias, dentro de los bloques geoestratégicos conformados después de la segunda guerra mundial; según lo expresado en el Diccionario de Ciencias Sociales y Políticas de Torcuato Di Tella, pp. 272-273, Pto. Sur Editores, Buenos Aires, 1989.

3. C. Marx; F. Engels.: «El Manifiesto Comunista», pp. 127-128, Obras Escogidas en tres tomos, t. 1, Ed. Progreso, Moscú, 1973.

4. Este aspecto ha sido desarrollado y analizado por el teórico marxista latinoamericano Juan C. Portantiero en su ensayo: «Notas sobre crisis y producción de hegemonía», pp. 279-299. Dicho ensayo puede ser consultado en la obra: Hegemonía y alternativas políticas en América Latina, de J. Labastida, Ed. Siglo XXI, México, 1985.

5. C. Marx y F. Engels: Correspondencia, p. 401, «Carta a Botte», escrita en noviembre 23 de1871, Ed. Grijalbo, México, 1977.

6. Ibídem, p. 402.

7. El origen de tales argumentaciones, contra las que Marx comenzó a luchar desde la creación de la Primera Asociación Internacional de trabajadores, se profundiza a la muerte del mismo y autores como Augusto Bebel y George Sorel las amplían en el seno de la Segunda Internacional de Trabajadores. A ellas debe enfrentarse Lenin al descaracterizar la esencia revisionista y perjuiciosa de tales aseveraciones para el movimiento comunista. Posteriormente Gramsci enfrenta estas ideas y a partir de la formulación del concepto de hegemonía demuestra la inconsistencia teórico-política de semejantes posiciones las cuales lastraron y dañaron al movimiento obrero hasta bien entrado el siglo XX. Resulta muy esclarecedor la consulta del ensayo «Los referentes históricos y sociológicos de la hegemonía» del autor latinoamericano Ernesto Zermeño, donde se abunda sobre el papel de Lenin en esta lucha y sus repercusiones posteriores en los países de América Latina en específico. Véase Ob. cit., en nota no 4, pp. 258-291.

8. Lenin formula por vez primera el término hegemonía con el sentido de dirección política de una clase sobre otra, al analizar el papel del proletariado ruso en la futura revolución socialista en: «Dos tácticas de la socialdemocracia en la revolución democrática», escrito en julio de 1905.

9. V.I. Lenin: «¿Qué hacer?», Obras Escogidas en tres tomos, t.1, pp. 167-168, Ed. Progreso, Moscú, [s.a.].

10. J. Portantiero: «Notas sobre crisis y producción de acción hegemónica», Ob. cit., p. 288.

11. Véase al respecto: V.I Lenin: «La revolución proletaria y el renegado Kautsky», en Ob. cit, t. III, pp. 61-114.

12. V.I. Lenin: «La dualidad de poderes», Ob. cit, t. II, p. 40.

13. V.I. Lenin: «Sobre el impuesto en especie, Ob. cit., t III, p. 612.

14. Para una ampliación profunda de cómo Lenin debe enfrentar durante esta época, desde el punto de vista político, el problema de la hegemonía, de las alianzas, del papel del partido bolchevique en la conducción de la revolución, etcétera, es necesario consultar entre otras sus obras: «Las tareas del proletariado en la presente revolución» (Tesis de abril); «Las tareas del proletariado en nuestra revolución»; «La crisis ha madurado»; «La carta de los comités de Moscú y Petrogrado a los bolcheviques miembros de los soviets de Petrogrado y Moscú». Todas aparecen en Ob. cit, t. I, II, III.

15. V.I. Lenin: «Informe al VII congreso del Partido Comunista Bolchevique», Ob. cit, t.II, pp. 613-614.

16. Lenin V.I.: «La enfermedad infantil del .Izquierdismo. en el Comunismo», Ob. cit, t. III, p. 206.

17. Citado por C. Bucci-Glucksmann en: La concepción gramsciana de la ampliación del estado, p. 227, Ed. Siglo XXI, México, 1983

18. Por no constituir parte del problema científico del presente estudio se obviaron, en aras de no perder la lógica planteada, el análisis de temas como la sociedad civil, el estado, la relación entre estructura y superestructura. Solo se tocaron los aspectos que directamente se imbrican con los objetivos del presente trabajo referidos a la hegemonía, el resto no se obvian por ser más o menos importantes, sino por el hecho de que cada uno de ellos requeriría un tratamiento especial in extenso.

19. Gramsci, Antonio: Cuadernos de la cárcel, v. I, pp. 464-465, Ed. Einaudi, Turín, 1975.

20. El concepto de hegemonía gramsciano aparece formulado por vez primera en su obra Notas sobre la cuestión meridional, escrita en 1926, en ella impera el sentido típicamente leninista de hegemonía como alianza de clases. Solo más tarde en sus Cuadernos de la cárcel, lo utiliza, aunque con distintas acepciones, no como simple alianza política de clases, sino como alianzas políticas e ideológicas de clases y grupos sociales. Al respecto véanse las obras mencionadas.

21. La obra de José Aricó titulada La Cola del Diablo; itinerario de Gramsci en América Latina, Caracas, 1988, constituye una de las primeras obras que revelan al lector marxista latinoamericano la riqueza de pensamiento del italiano. No es posible intentar estudiar en América Latina a Gramsci sin consultar dicha obra. Así opinan los más entendidos conocedores en esta zona geográfica del pensamiento de Gramsci.

22. J. Aricó: Prólogo al libro titulado: Hegemonía y alternativas. Ob. cit., p. 13.

23. En este sentido pueden consultarse autores que como el español Ludolfo Paramio en su obra: Tras el diluvio: la izquierda ante el fin de siglo, pp. 173-177, Ed. Siglo XXI, México, 1989, obvia semejante influencia en detrimento de Lenin, o el propio José Aricó en Ob. cit., pp. 13-16, que aunque habla de las influencias mencionadas (véase nota no 22), no las considera del todo objetivas, al achacarle a Lenin fenómenos que históricamente no enfrentó y a los cuales no podía dar solución. Así mismo se manifiestan algunos otros autores que en el seminario de Morelia, México (1985) se inclinan por ignorar a Lenin o no valorarlo en su justa medida, otorgando su favoritismo a Gramsci. Consúltese: Hegemonía y alternativas. Ob. cit.

24. Citado por C. Mezone: Cultura y Sociedad Civil en Gramsci, colección Ateneo de los Teques, n. 9, p. 86, Venezuela, 1991.

25. Citado por S. Zermeño: en «Referentes históricos y sociológicos de la hegemonía», en Hegemonía y alternativas, Ob. cit, p. 263.

26. A. Gramsci: Cuadernos de la cárcel, Ob. cit., p.1330.

27. Ibídem, pp. 1236 y 1058.

28. Ibídem, p. 1875.

29. A. Gramsci: Cuadernos de la cárcel (edición crítica a cargo de V. Gerratana), t. 3, p. 106, Italia, [s.f.].

30. No es posible extenderse acerca de las particularidades que determina Gramsci en su noción de Sociedad Civil. Al respecto se recomienda consultar a autores como Isabel Rauber en su ensayo «La noción de poder en la construcción del poder local. Una reflexión evocando a Gransci», Contracorriente, (La Habana) (7): 64-75, enero-marzo, 1997; Carlos Mezones: Cultura y Sociedad Civil en Gramsci, Colección Ateneo de la Teques # 9, Caracas, 1994, y Colectivo de autores, releyendo a Gramsci: Hegemonía y sociedad civil en Temas (La Habana) (10): 75-86, abril-junio, 1997.

31. A. Gramsci: Cuadernos. Ob. cit., t. 4, pp. 269-270.

32. Ibídem, p. 382.

33. Los intelectuales tradicionales son clasificados por Gramsci partiendo del hecho de que representan a la sociedad saliente, que logra sobrevivir a los cambios radicales que se producen en una estructura económico-social determinada. Estos intelectuales o son asimilados por la nueva hegemonía y se integran a la nueva concepción del mundo dominante o desaparecen, al no adaptarse o no corresponderse con la necesaria continuidad histórica de la nueva sociedad.

34. Ibídem, p. 50.

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