El Marx enamorado

Señoras y señores, el gobierno de España ocupado por una camarilla de ladrones, ventajistas, chulos y conservadores (del PP para más señas) es un conjunto de cobardes. Hagamos algo de cronología, para refrescar la memoria: el PP ganó holgadamente las últimas elecciones sin desvelar su programa político o pasándoselo por la entrepierna. Al poco tiempo de obtener el poder, y al manido grito de ¡la herencia recibida!, empezó a poner en práctica medidas que criticó en la oposición (subida del IVA, repago sanitario, subida del IRPF…); hacen gala de patriotismo y a las primeras de cambio hipotecan la soberanía nacional y aceptan el «dictak» de Bruselas;  hicieron una reforma laboral que iba a ser la repera y ya vamos por los seis millones largos de desempleados; enarbolaron la bandera de honorabilidad y sus imputados por corrupción se cuentan por cientos -e incluso el partido se financió ilegalmente-. Y son cobardes y viles porque no tienen el valor y la gallardía de dar la cara ante el pueblo.

FFB Y ahora que hemos vomitado todo el asco que vamos acumulando, vamos a dedicarnos a lo nuestro. Muchas veces se tiende a idealizar a los grandes científicos, pensadores y demás, olvidando que son hombres y mujeres como el resto, con días buenos y días malos, con su humor y sus rarezas. Marx también: con sus infidelidades y sus forúnculos, con su mal genio y sus motes familiares. Es a ese aspecto «más humano», más campechano -de ir por casa, vamos- que no suele ser habitual al que le vamos a dar paso en esta entrada. Fruto del trabajo de nuestro gran Paco Fernández Buey para Gramsci e o Brasil, nos vamos a acercar al tema de los sentimientos.

Y si les gusta, compartanlo con su pareja, con su amor.

Saludos, Olivé.

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El Marx enamorado

Francisco Fernández Buey

marx enamorado

1.

La poesía escrita por Karl Marx en sus años de juventud apenas ha interesado en España. Que yo sepa, hasta ahora sólo contábamos con una breve antología de diecinueve poemas de Marx a Jenny von Westphalen: la preparada por Tanja Grass para S. Ediciones en la colección «Selecciones de Poesía«, que fue publicada en Barcelona, en edición bilingüe (alemán-castellano), en 1991. La edición de las Obras de Marx y Engels (OME), dirigida por Manuel Sacristán para la Editorial Crítica, quedó truncada a mediados de la década de los ochenta y el volumen en el que previsiblemente habrían sido recogidos los poemas juveniles de Marx no llegó a publicarse. La edición de Tanja Grass es ahora inencontrable, de manera que, en este momento, el lector de habla castellana movido por la curiosidad o las personas interesadas en la evolución intelectual de Karl Marx difícilmente podrán conocer aquella faceta de su obra.

Es, por tanto, algo más que oportuno publicar la traducción de los cantos y poemas que hace un par de años preparó, en México, Francisco Jaymes con la colaboración de Marcos Fonz. El proyecto que aquí se presenta se gestó a partir de la estancia de Marcos Fonz en Barcelona, hace sólo unos meses, con motivo de un encuentro de poetas indígenas. Fonz llegaba a Barcelona desde Chiapas con un ejemplar de los Cantos publicado allá por «Papeles con gatillo«. La circunstancia de que un poeta con residencia en Chiapas se ocupara de difundir entre nosotros la poesía de Marx es ya un motivo para simpatizar con su trabajo. Sobre todo en estos tiempos. Y al acoger su propuesta, al editor de «El viejo topo» le mueve, claro está, la comprensión simpatética por un trabajo hecho a contracorriente, por un trabajo del que ahora ni siquiera se puede decir que sea atípico. Pues ¿en qué lugar, mejor que en Chiapas, donde ha nacido no hace mucho el lenguaje nuevo, y lírico, de la vieja esperanza de liberación de los de abajo, se podía tener la disposición y la sensibilidad para recuperar algo tan olvidado como la poesía de Marx? Pero hay, además de simpatía, otro motivo para el editor sensible: se traducen aquí, por vez primera, poemas completamente desconocidos para el lector de lengua castellana.

Esta edición de los poemas de Marx tiene, por tanto, y ante todo, un valor documental. El valor de dar cuenta de la existencia de un Marx apenas visitado: de un Marx no sólo anterior, desde luego, a lo que llamamos marxismo, sino también anterior, y bastante lejano todavía, al fundador del materialismo histórico y del comunismo moderno. Leyéndolo, y comparando su tono con el estilo de las obras que le darían fama, uno que conozca a Marx por ellas no puede evitar la sonrisa. La misma, por cierto, que unía a Karl con Jenny, y con sus hijas, y con Engels, cuando, ya en los días de Londres, treinta años después, recordaban a veces, en las tertulias familiares, aquellos arrebatados cantos y baladas del Moro enamorado, ocupado entonces, cuando sonreía, en la redacción de El capital. Sonrisa, sí, que se torna risa abierta cuando ahora se compara lo que aquí se canta, su forma y sus temas, tan deudores de Schiller y de Goethe, de Sterne y de Heine, de E.T.A. Hoffmann y tal vez de Novalis, con los intentos recientes, poscomunistas y posmodernos, de convertir a Marx en algo así como un típico personaje victoriano. Pero tal parece ser el destino de los grandes: humanista lírico-romántico para quien se interesa por él desde las vivencias y las esperanzas que brotan en la Selva Lacandona; hijo de la época y de la moral victorianas para quien lo estudia en los departamentos académicos de lo que fuera el «hogar clásico» del capitalismo. Otra broma, sin duda, del correspondiente espíritu-fin-de-siglo.

2.

Lo que el lector tiene en las manos es el producto literario de un Marx enamorado. Estos poemas los escribió Karl Marx entre 1836 y 1840. En esos años Marx estudiaba derecho y filosofía en la universidad de Berlín, pero se sentía muy atraído por la literatura, por el arte en general, por la estética, por la teoría y la crítica artística: leía a Lessing, a Solger, a Winckelmann y a Schelling; forjaba su propio estilo traduciendo a Tácito y a Ovidio; y frecuentaba a poetas de la época como Emanuel Geibel y Karl Grün. Y, por supuesto, admiraba a Goethe (aunque no todo Goethe) y a Schiller (aunque no todo Schiller) y empezaba a simpatizar con lo que entonces se conocía de Heine. Marx era entonces un joven de veintipocos años con dos pasiones de verdad: Jenny von Westphalen y las Ideas, el mundo del Espíritu. Era un joven con conciencia de una responsabilidad: dar cuenta de sus actividades universitarias a un padre con el que tenía una relación cordial pero que no querría ver al hijo desviándose de las obligaciones académicas. Un joven, además, con una ilusión: darse a conocer como literato con ideas propias.

Esto último lo intenta practicando varios géneros: la poesía, el drama y la novela humorística. Cuando escribe tiene presentes los mejores maestros entre los leídos y aprendidos dentro y fuera de las aulas: Shakespeare, Goethe, Schiller, E.T.A Hoffmann, Sterne, Heine. De todos ellos hay ecos más que evidentes en las tentativas literarias del Marx de aquellos años. Los hay de Sterne y de Hoffmann en la novela humorística titulada Escorpion y Felix (1). Los hay de Goethe y de Shakespeare en su drama inconcluso titulado Oulanemf (2). Los hay, de estos y de Schiller en lo que nos ha llegado (conservado por los familiares) de los varios ciclos de poemas, en el Buch der Liebe y en el Buch der Lieder. Y los hay de Heine, un poco por todos sus escritos, tanto en la poesía lírica como en Escorpion y Felix o en las bromas e ironías versificadas en 1837.

Karl Marx tenía, ya entonces, una memoria prodigiosa. Y como en todos los hombres con buena memoria no es difícil encontrar frases y pasajes directamente tomados de los autores leídos y apreciados. Aunque, como suele ocurrir con los hombres que tienen buena memoria, y lo saben y se fían de ello, las citas de los maestros en los que se inspira Marx y los homenajes que les hace no siempre son tan precisos como él mismo tiende a creer. Un ejemplo: «Vien retro a me e lascia dir le genti«, dice Virgilio a Dante en la Comedia. Y Marx, de memoria, en El capital: «Segui il tuo corso e lascia dir le genti». La crítica literaria suele encontrar ahí motivo de estudio y de satisfacción. Y también lo ha hecho, claro está, en el caso de Marx.

La poesía del joven Marx es, en la mayor parte de los casos, intelectualización de una pasión amorosa. Es una poesía en la que se imponen tanto el tema y las ideas sobre la forma, la métrica, la musicalidad y las imágenes que el sentimiento de la pasión raramente rebasa el correspondiente estereotipo verbal romántico (o clásico romantizado). Eso se debe, seguramente, no sólo a la memoria (que facilita la repetición de imágenes, símiles y metáforas tomadas en préstamo de otros) sino también al hecho de que Marx era mejor lector que creador. En su madurez Marx hacía larguísimos extractos de casi todas las obras importantes que leía. Hasta el punto de que algunas de sus principales aportaciones, entre 1844 y 1881, han sido diálogo con otros, comentario crítico de autores cuyas obras resumía, conversación que toma pie en ideas expresadas por otros. Pero ya cuando era joven Marx copiaba y extractaba (cuando no traducía), pensando en sí mismo, en Jenny o en su padre, antologías y obras enteras de los literatos y poetas a los que amaba.

Hasta 1841 Marx dió en pensar que a partir de ese esfuerzo intelectual, de su capacidad de síntesis y de su memoria podía hacerse un estilo literario propio. Y, como tantos otros jóvenes románticos e idealistas de la época (y en su caso con mayor motivo, puesto que su ingenio empezaba a ser alabado por los amigos universitarios), buscó con ahínco el lugar, la revista literaria, en la que publicar y darse a conocer. Lo intentó varias veces a través de Adelbert von Chamisso y de Bettina von Arnim, dos de los exponentes del mundo literario contemporáneo. Pero tuvo poco éxito en el intento. Sólo un par de poemas suyos llegaron a ver la luz en una revista de importancia secundaria, y para cuando eso ocurrió, ya en 1841, el joven Marx estaba escasamente convencido de su capacidad creativa en el ámbito literario. Poco después abandonó, ya definitivamente, la vocación literaria en sentido propio. Siguió siendo, durante toda su vida, un devorador de libros literarios (drama, poesía, ensayo, narrativa), cultivó la amistad de poetas (Heine, Ferdinand Freiligrath, Georg Herwegh) y muchas veces hacía, entre los suyos, demostraciones de que aquellas lecturas habían dejado en él algo más que un poso; pero aceptó pronto que lo suyo no era precisamente la creación.

A esto contribuyó, desde luego, el apremio de otras ocupaciones. De las académicas primero, al tener que ponerse a redactar, con cierta urgencia, la tesis doctoral; y de las periodísticas después, pues, abortada la posibilidad de vivir de la enseñanza universitaria, en seguida tuvo que pensar seriamente en ganarse la vida haciendo de periodista. Pero en el abandono de aquella vocación juvenil influyó mucho también el juicio, que él consideraría bueno, de los principales destinatarios de sus pinitos poéticos y literarios. No tanto el de los literatos con los que tuvo relación, pues hay testimonios suficientes de que pronto Marx dejó de estimar las opiniones de Bettina von Arnim, de von Chamisso y de Karl Grün, por ejemplo; como el de las personas más próximas y a las que más quería: el padre y Jenny von Westphalen. Uno y otra, con palabras y tonos distintos, pero inequívocos, le habían manifestado en aquellos años la insatisfacción que les producía su tono y su estilo. El padre, que fue también un gran lector, con objetividad pero sin contemplaciones; Jenny, protestando unas veces contra el ardor excesivo de Karl e ironizando otras sobre su sintaxis alemana, aunque siempre con la bondad de la enamorada que, por lo demás, sabe bien que ella misma, el «dulce veneno» de Karl, era el objeto de aquella pasión desbordada que impulsaba al otro a escribir cosas como que «renuncia a la reverberación de la fama terrenal«, o que «se extravía a lo largo de los más audaces senderos«, o a pedirle, con ánimo paradójico: «Haz que los mundos me sean hostiles y odiosos«.

3.

La tradición marxista tampoco ha prestado mucha atención a los poemas juveniles de Marx, entre otras cosas porque éstos se han publicado tarde y mal. Desde Mehring corrió el rumor, basado en las sonrisas del propio Marx (transmitidas a Mehring por su hija), de que aquellos poemas no valían nada o valían muy poco en comparación con lo que Marx hizo después. Y luego, porque la conformación del gusto popular y proletario tampoco encajaba con aquellos ecos románticos y un tanto idealistas. O por lo menos con aquel tipo de romanticismo y con aquel idealismo del Marx joven. Finalmente, porque para Stalin — por lo que sabemos desde el Testamento de Lenin y a través de su hija Svetlana sobre la absoluta falta de sensibilidad de éste en el trato con las mujeres– aquellos frutos del Marx enamorado, romántico y premarxista, no podían ser sino margaritas. Así las cosas, bien se puede decir que durante mucho tiempo sólo se ocupó de estos poemas Mijail Liftschitz (y en algún momento, y casi de pasada, aquel gran erudito y curioso impenitente que fue Gyorgy Lukács).

Liftschitz, Lukács y, tras ellos, con más distancia y menos preocupación por las ortodoxias ya, Reeves, W.M. Johnston, I. Birchall, W. Harich y S.S. Prawer, entre otros, han ido configurando el lugar que ocupa la producción poética de Marx en el conjunto de su obra, y particularmente entre sus escritos juveniles. Para entender esa ubicación el documento más importante es una larga carta que Marx escribe a su padre desde Berlín el 10 de noviembre de 1837. Para entonces Marx tenía veintidos años. Su carta al padre, redactada, según dice, a las cuatro de la mañana y a la luz de una vela cuyo cabo se consume ya, es muy típica de los zigzagueantes vaivenes del pensamiento del estudiante universitario en formación que tiene al menos dos cosas claras: a quién quiere y con quién tiene que cumplir. Pero que, por otra parte, se siente en crisis intelectual, como en transición, y no está nada seguro de haber encontrado el camino que debería seguir.

El amor por Jenny von Westphalen (y la insatisfacción producida por la lejanía del objeto amoroso, por las momentáneas trabas familiares y por las dificultades de comunicación) constituye el hilo de todo el largo discurso que Marx ofrece en tono exculpatorio al padre. Este amor aparece al principio, en medio y al final de la carta: como declaración explícita de su sentimiento, como motivo principal de su orientación hacia la lírica y como asunto que querría resolver favorablemente en el ámbito familiar y en armonía con los respectivos padres.

El joven Marx se cree en la obligación de justificar una dedicación poética que al padre le debía parecer excesiva (en la medida en que eso alejaba a Karl de la jurisprudencia y de las aulas) y cuyo tono, un tanto desmedido, asustaba un poco también a la novia: «Dado mi estado de espíritu en aquellos días, tenía que ser la poesía lírica, necesariamente, el primer recurso a que acudiera, o por lo menos el más agradable e inmediato«. Y, en ese contexto, Marx vierte juicios críticos sobre su propia poesía, juicios de los que, teniendo en cuenta la proximidad (está hablando de los meses inmediatamente anteriores), es difícil decir hasta qué punto expresan verdadera conciencia o sencillamente la intención de tranquilizar al progenitor (del que inequívocamente quiere hacer un aliado en el asunto amoroso). Acerca de ese distanciamiento da qué pensar el hecho de que Marx declare, en un paso de la carta, que, al recobrar la salud alterada por las complicaciones de su amor, quemó «todas las poesías y esbozos literarios«. Que esto último no es cierto está probado. No sólo por la existencia de la antología que aquí se edita, sino porque un par de años después todavía el propio Marx seguiría intentando publicar algunas de sus piezas.

La carta al padre da pocas pistas sobre las influencias propiamente poéticas de aquellos meses de dedicación a la poesía lírica. Es más explícita, en cambio, sobre las influencias estéticas, de teoría de arte. Pero aun así, en lo que tiene de autocrítica, no resulta difícil deducir qué poética, en términos generales, era la de Marx entonces: una poética romántica y filosóficamente idealista en la que «todo lo real se esfuma y los contornos borrosos no encuentran límite alguno«. Marx parece haberse dado cuenta de que su poesía lírica, al volcarse apasionadamente hacia el tipo de romanticismo imperante, no ha logrado la forma adecuada para expresar la autenticidad de su sentimiento amoroso. Así, por ejemplo, en un párrafo de la carta se refiere por dos veces al carácter «informe» de algo que nació con «calor sentimental» y que, sin embargo, como poesía propiamente dicha, se desvía hacia la retórica, hacia la queja frente a la realidad existente y hacia el exceso declamatorio.

Pero la autocrítica de Marx no acaba ahí. Y porque no acaba ahí tampoco conviene leerla como una crítica de todo el romanticismo. Al juzgar su propia obra poética Marx está distinguiendo, en primer lugar, entre el romanticismo que, como corriente general o ambiente de época, permea toda la producción lírica alemana del momento, y el resultado de sus propios escritos, que, enlazando con ese ambiente, con sus temas y sus tópicos, no han llegado a alcanzar una forma satisfactoria. No está diciendo Marx que todo romanticismo sea retórica. Está diciendo que el suyo, precisamente el suyo, se desvía hacia la retórica y hacia el intelectualismo idealista (3). Y con ello introduce, en segundo lugar, la justificación, para captar la benevolencia del padre, que lo conoce ya, de un segundo intento: «Volví a dedicarme a las danzas de las musas y a la música de los sátiros«. Este segundo intento está, como el primero — y como siempre en Marx — precedido de lecturas histórico-teóricas, de un giro en la concepción estética. Parece claro, si se tiene en cuenta las lecturas que Marx declara, que este giro se tiene que entender como un intento de corrección del poso más idealista del romanticismo alemán. No es que Marx renuncie a los altos vueltos del Espíritu. Tampoco que quiera reconciliarse con el mundo real. Pero sí quiere dejar el mundo mágico de las idealizaciones, burlarse de él y criticarlo desde abajo.

Cuando Marx alude a «la música de los sátiros«, en relación con este segundo intento de dedicarse a «las danzas de las musas«, está indicando ya la conclusión de su giro en cuestiones de estética y de poética. Todo indica que en esos meses se ha vuelto, mirando hacia atrás (porque no le gusta el resultado al que le ha conducido su vinculación con una de las corrientes románticas), hacia la estrecha relación que hubo, particularmente en Alemania, entre clasicismo ilustrado y romanticismo. Y es ahí donde descubre el papel de la ironía, el humorismo y la sátira. En ellas encuentra el elemento estético de mediación entre la queja frente a una realidad que no le gusta y el deber ser. Tampoco en este caso, al hablar de su «segundo intento«, declara Marx sus influencias literarias ni los poetas con quienes está conversando; pero en esto la crítica es unánime: Schiller, Goethe, Sterne, E.T.A HoffmannEscorpión y FélixOulanem y varios de los poemas y epigramas irónico-humorísticos que han llegado hasta nosotros (y que se traducen en esta antología) son el resultado de este segundo intento. Sobre estos escritos sugiere Marx que ya no tienen el entusiasmo y el brío que inspiraron los otros, y que, aunque ahí «parecía brillar a lo lejos la verdadera poesía«, la cosa, su cosa, acabó en nada por la inmediata aparición en el horizonte de nuevos dioses.

¿Quiénes fueron estos nuevos dioses para el joven Marx? Principalmente dos: Hegel y Heine (4). Por primera vez practicaba Marx, en su duda intelectual, el paso atrás. Pues el descubrimiento de la filosofía de Hegel y de su estética, en un momento en el que otros empezaban a tratar a Hegel como a «perro muerto«, es presentado, precisamente, como la desembocadura de una nueva tentativa propia, de corte estético-filosófico, que sorprende al joven y le conduce a una nueva crisis intelectual, esta sí, con resolución positiva. La importancia del otro dios, de Heine, como es habitual en esa carta, no se declara todavía de manera explícita. Pero su presencia en Marx queda sugerida por el homenaje que se hace, en dos párrafos seguidos, al ciclo poético titulado Mar del Norte. En efecto, al explicar la inflexión de su pensamiento Marx dice al padre, con expresión tomada de Heine, que «todavía no puedo imaginarme cómo esta obra [su propio diálogo filosófico titulado Cleantes], mi criatura predilecta, engendrada a la luz de la luna, pudo echarme como una pérfida sirena en brazos del enemigo [Hegel]». Y un poco después, al manifestar el desconcierto intelectual que le produce la nueva situación, Marx recurre de nuevo a la ironía de Heine para contar que anduvo corriendo como un loco por los parques que bañan las sucias aguas del Spree berlinés, aquellas aguas «que lavan las almas y oscurecen el té» (5).

4.

Karl Marx parece haber querido dar por concluído ahí, con Hegel y con Heine, el relato al padre de su propia evolución intelectual. Y, así, cierra un párrafo, en el que dice que a partir de entonces se dedicó sólo a estudios positivos (probablemente lo que el padre quería oir), afirmando que, recobrada la salud, quemó todas sus poesías y esbozos de relatos literarios con la esperanza de mantenerse ya apartado de aquel negocio con las musas. Pero es evidente que su trato con las musas y con los amigos de las musas no terminó en ese punto, a finales de 1837. Evidente no sólo por lo que sabemos a través de otros testimonios, sino por el tono con el que, todavía en la misma carta, se refiere a continuación a la negativa de Chamisso de publicar sus colaboraciones en el Almanaque alemán de las Musas y porque su intención de publicar, como alternativa, una revista de crítica teatral contradice aquella otra declaración suya (6).

De la decantación del joven Marx hacia el poema irónico y sarcástico, seguramente por influencia de Heine, son muestra varias de las piezas aquí recogidas y dedicadas al padre, desde «El teatro de simios vieneses en Berlín» hasta las que tratan de los médicos estudiantes, pasando por «Sabiduría matemática» y «El juicio final«. Entre esas piezas probablemente la más representativa para entender de qué tipo de romanticismo se estaba alejando Marx es la titulada «Romanticismo a la moda«, donde se ironiza a cuenta de la relación de Bettina von Arnim con Goethe (7).

En cualquier caso, y siempre con la reserva que haya que hacer sobre la representatividad de lo que ha llegado hasta nosotros después de pasar un doble filtro (el del autor y el de sus familiares), parece que se puede concluir ahora que la antecrítica epistolar de Marx no iba desacertada. Fuera por carácter, o por sus estudios, o por las dos cosas a la vez, aquel joven estaba mejor dotado para la ironía y el epigrama que para la lírica, y mejor preparado para el discurso histórico razonado (incluso dramatizado) que para el relato fantástico o dramático, mejor para el trato directo con las ideas que para su concreción en imágenes poéticas. No deja de ser curioso constatar, sin embargo, hasta qué punto aquel joven Marx, idealista a su pesar, llegó a interiorizar la magia del romanticismo ambiental en una ciudad, Berlín, en la que no se sentía a gusto. Pues «mágico» y «mágica» son los dos adjetivos que más reiteradamente aparecen en sus poesías: «arpa mágica«, «corazón mágico«, «tonos mágicos«, «mágicas formas«, «mágicas bendiciones«, «mágico don«, «barco mágico«, «mágico torbellino«, «mágica imagen«, «mágica existencia«, etc., compiten reiterativamente en sus versos, como contrapunto de una realidad que se niega porque enajena y produce aflicción, con las románticas «oscuridades«, «valles neblinosos«, «tormentas y vértigos«, «despeñaderos que se levantan con estrépito«, «salvajes olas que rugen«, «arrecifes bajo el abismo de demoníaca alma«, «rugientes océanos» y «caudalosas estelas de fuego«.

Como ocurre tantas veces, su amor, el amor del Marx enamorado, fue más grande y más auténtico que la palabra poética que produjo. Pero también él se dió a la rima y buscó su música por amor. Y supo luego ironizar sobre el intento. Y también por eso, porque lo intentó y por la autoironía, supo hacerse amar y apreciar por los suyos. Los demás, con el tiempo y la distancia, le clasificamos y le calificamos. Al hacer ese ejercicio distanciado no deberíamos olvidar, sin embargo, que no somos nosotros los destinatarios de aquella pasión juvenil. Toda Jenny, de entonces y de ahora, sabe que «el tómalos, toma estos cantos» y el «para aplacar en tí gozo y dolor» abren expectativas eróticas que el crítico literario intelectualista sólo puede, en el mejor de los casos, sospechar. En esa convicción y en la simpatía por las Jenny (y por los Marcos Fonz que dedican su tiempo a estos amores de otros tiempos) baso yo, que ni siquiera soy crítico literario, el atrevimiento de presentar aquí este Marx olvidado.

Notas

(1) El conocimiento de The life and opinions of Tristram Shandy, de Laurence Sterne (1713-1768), (probablemente en una traducción alemana abreviada), está documentado por referencias posteriores del propio Marx. Ernest Theodor Amadeus Hoffmann (1776-1822), representante del primer romanticismo alemán, alcanzó un éxito considerable con su Die Elixiere des Teufels [Los elixires del Diablo], obra publicada en 1816. El joven Marx se sentía atraído por la figura de su protagonista, el capuchino Medardo, y por la combinación de los «aspectos nocturnos de la vida» y de lo fantástico y lo grotesco que hay en esta obra. A Hoffmann lo seguía leyendo con interés, en Londres, en la década de los sesenta.

(2) El joven Marx había aprendido en Friedrich von Schlegel (1772-1829), otro representante (en este caso teórico) del primer romanticismo alemán, y en la revista publicada por él, Athenaeum, que la triada de la poesía moderna son Dante, Shakespeare y Goethe. Y con Heine, que entre 1831 y 1836 había publicado un estimulante ensayo sobre la escuela romántica alemana, aprendió a contraponer Goethe a los románticos en general.

(3) Probablemente Marx estaba pensando, al escribir ese paso, en las derivaciones (entre ellas la suya, desde luego) a que dio lugar en Alemania la traducción por F.L. Novalis (1772-1801) del idealismo filosófico de Fichte a una poética del «idealismo mágico» en la que la ensoñación se presenta como elemento transformador de la realidad exterior y se aspira a un amor absoluto en el que los amantes acaban transformándose en una figura única, ideal, por la que se alcanza el mundo de la perfección. Un eco de eso hay en el verso de Marx: «Que en el amor hemos intercambiado nuestras almas».

(4) Con Hegel dialogó y discutió Marx en casi todos los momentos clave de su evolución intelectual (en 1837, en 1844, en 1856). Hegel es para él un dios con el que siempre está arreglando cuentas. Uno de sus primeros epigramas, también de 1837, alude a la estética de Hegel para confesar, irónicamente, su carácter de purga. De Heinrich Heine (1797-1856) Marx ha leído en esa fecha la primera edición del Buch der Lieder (1827). Para cuando Marx escribía, este libro de los cantos, reimpreso varias veces, era una especie de breviario de todos los amantes alemanes leídos  Marx recuerda de memoria varios versos del poemario de Heine titulado «Mar del Norte» (1825-1826). Y su verso «Siempre el mar apurándose y ligero» (de «El bosque en primavera» ) parece confirmar la broma de Heine según la cual él descubrió el mar a los alemanes. Pero, además, en aquellos años Heine es para Marx el exiliado romántico por antonomasia (Heine vivía en París desde 1831). Y, por tanto, representaba «el otro romanticismo», el de la resistencia al filisteísmo.

(5) Conocía ya Marx en esa fecha la ironía de Heine sobre el «mentido dolor de amor» y «la cháchara que mata», de la que no se salvan tampoco algunos versos de su Buch der Lieder? No es fácil contestar a eso. Comentando esta ironía Manuel Sacristán ha recordado al cambio de gusto por el cual la lírica primera de Heine pasó del éxito fulminante en los años de juventud de Marx (con numerosas reimpresiones hasta 1840) al relativo olvido posterior. Véase a este respecto «Heine, la consciencia vencida», en Panfletos y materiales, 3, Lecturas, Barcelona, Icaria, 1985.

(6) Adelbert von Chamisso (1781-1838), de ascendencia francesa, era una de las personalidades más interesantes del segundo romanticismo alemán. Su Peter Schlemihls wundersame Geschichte, la maravillosa historia del hombre que perdió su sombra, publicada en 1814, fue muy leída y apreciada en los años de juventud de Marx; y sus poemas sobre amor y vida de la mujer, de delicada sensibilidad, merecieron ser musicados por Robert Schumann en 1840. El Deutsche Musen-Almanach, que Chamisso dirigía en Berlín, hubiera sido para Marx un excelente medio en el que darse a conocer como poeta. Pero, aun sin entrar en el valor de lo enviado, la solitud de éste coincidió con un mal momento en la vida de Chamisso: su mujer, a la que amó mucho, murió precisamente en 1837 y él quedó tan profundamente afectado que pronto la acompañaría a la tumba.

(7) Bettina von Arnim tenía un doble vínculo con dos de los principales exponentes del segundo romanticismo alemán: era hermana de Clemens Brentano (1778-1842) y había estado casada con Ludwig Joachim von Arnim (1781-1831). Además, Goethe la había distinguido con su amistad. En 1839 visitó a Jenny von Westphalen y a Karl Marx en Tréveris. Pero en esa fecha Marx estaba ya en otra onda.

 

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