Este artículo escrito hace unos años por nuestro colaborador Santiago Alba nos puede servir de introducción a la primera parte de esta Segunda Entrega de Marx desde cero. También contiene algo para las/os adscritas/os que nos habéis preguntado por una supuesta teoría marxista de la estética, el arte, etc. De todas maneras, pensamos acercamos de alguna forma alguna vez a esa extraña problemática con más detenimiento como nos sugerís. Encuentra tú la respuesta que Santiago sugiere en este artículo.
TODO EL ENEMIGO POR DELANTE
Texto de Santiago Alba
Abrí los ojos a la política casi al mismo tiempo que el dictadora Franco cerraba los suyos a la vida. Era el momento en el que los militantes cedían el puesto a los negociadores, a los estrategas, a los políticos. Debió cundir entre sus filas un desconcierto muy semejante al que imagino socavando a aquellos cristianos que, después de la persecución de Diocleciano y tras tres siglos de hostilidades, recibieron la noticia del Edicto de Milán. Como entonces, de entre estos militantes desarmados algunos -la mayoría- se reconocieron en el nuevo poder emergente; los otros, por infortunio, integralismo o escrúpulos, se acurrucaron entre líneas a rumiar su heterodoxia y su silencio, con los ojos atornillados en la Unión Soviética. La edad me excluyó de este reparto. No fui educado ni en la militancia; ninguna cruzada reclamaba mi brazo; ningún Nerón codiciaba mi sacrificio. Sin embargo, durante esos años de la adolescencia en que grandes verdades achampanadas nos distraen de los pequeños errores irreparables, si una voz extraña me arrancaba momentáneamente a mis trabajos literarios o a mis álgebras edípicos y me interpelaba políticamente, me apresuraba a responder: “soy marxista”. Me parecía lo natural, como a Tertuliano le parecía lo natural el cristianismo, convencido como estaba de que basta con –por así decirlo- descascarillar a un hombre, como se hace con un huevo duro, para encontrar en él a un cristiano. Por desgracia me equivocaba. Tenía que descubrir más tarde (tomo prestada la voz de Dominique Lecourt) “a un filósofo comunista que, lejos de tratar de convencerme de que era ya marxista sin saberlo, me ayudó a comprender en qué medida no lo era aún”. Fue Althusser el que me enseñó que todavía no era marxista. Pero cuando comprendí que había que empezar a serlo, la Historia me indicó que también era demasiado tarde para eso. Apenas comprendí que el marxismo no era apasionante como una aventura ni podía abrazarse como una religión sino que había que trabajarlo como una ciencia –y como una ciencia fea, además, y urticante-, aquella rebanada de mundo donde el marxismo se pretendía triunfante empezó a disolverse ante mis ojos a una velocidad vertiginosa…
Hoy ese mundo se ha disuelto; el socialismo realmente existente ha sido rastrillado hasta una de esas escombreras en las que se pudren las mondas del gargantuesco progreso hegeliano del Espíritu; había que comerse esa basura para sazonar este jamón. Si la muerte de Franco había hecho ociosa la militancia, la descomposición del Este invalida ahora la presunta cientificidad del marxismo. Marx se equivocó porque la experiencia soviética ha fracasado. El mundo occidental de la postguerra se reconstruyó apoyándose en los basamentos del muro de Berlín. Durante más de cuarenta años el capitalismo se ha reproducido ideológicamente en la Unión Soviética del mismo modo que se ha reproducido materialmente en el Tercer Mundo. Durante más de cuarenta años se nos ha eximido de pensar los horrores contra los que estalló la revolución del 17 porque esa revolución ha producido otros horrores. Nada más peligroso que esta operación de vaciamiento teórico por la que se tribuye a un “concepto” la comisión de cien crímenes en Rusia a fin de escamoteárnoslo como instrumento de análisis en Europa. Ya en 1950, en un artículo dedicado a los gulags soviéticos, Merleau-Ponty advirtió que si “la crítica social debe acallarse hasta la desaparición del sistema soviético; cuando se abran por fin los campos de Siberia, aquí tendremos una generación sin formación política, alucinada por el patriotismo occidental y por años y años de propaganda anticomunista”. Cuarenta años después, descerrajado el telón de acero bajo los embates de los hombres a los que trataba de contener, nos encontramos con una Europa entontecida y satisfecha, desarmada teóricamente, que se ha convencido a sí misma de que vive en el mejor de los mundos posibles sólo porque Stalin, Ceaucescu y Den-Xiao-Ping dormían sobre el libro que demuestra que ese mundo es, en realidad , intolerable.
¿Habrá que recordar a este Occidente culto y hueco algunas verdades de Perogrullo? El objeto del trabajo científico de Marx no fueron las sociedades comunistas por la sencilla razón de que no existía NINGUNA sobre la tierra. El régimen concentracionario, la censura, la represión, las depuraciones y ese insólito soporte ideológico, ya señalado por Leszek Kolakowski a finales de los 50, por el que en las sociedades socialistas en lugar de devenir científica la ideología se ha ideologizado la ciencia sofocando todos los aspectos de la vida (desde el modo de preparar la sopa hasta el de rimar un poema), sólo pueden explicarse fuera de Marx, acudiendo a otras estructuras que vibran en la Historia y concretamente –como sugiere el propio Kolakowski- a las reglas de formación y de reproducción que operan desde hace siglos en la constitución de las sectas. Pero las 50.000 víctimas de Ceaucescu (aún en el caso de que Marx en persona hubiese dado la orden de disparar) ni se deducen ni invalidan el descubrimiento del plusvalor como el hecho de que me queme el dedo con una cerilla o estalle en cólera cuando se me insulta no puede ni deducirse ni invalidar el principio de indeterminación de la materia de Heizenberg. Marx dedicó su vida y empeñó todo su esfuerzo teórico en el estudio de un objeto concreto, limitado y feo que por entonces, como recordaba a Stuart Mill, «sólo existía como excepción en nuestro planeta«. Describió las leyes de producción y reproducción de una economía basada en la extracción de plustrabajo impagado y en la explotación, por tanto, de unas clases sociales por otras. Nunca sostuvo que hubiese una forma «marxista» de aproximarse a la obra de Shakespeare o a un electrón; defendió más bien que la única forma válida de aproximarse a Shakespeare es poética y a un electrón científica. Su propósito fue precisamente el de analizar de un modo científico y no «marxista» la relación «capital». Si realmente demostró que una sociedad sostenida sobre una tal «relación» es intolerable e injusta, Stalin nada puede hacer para desmentirlo, ni Ceaucescu, ni Den-Xiao- Ping. Pero si no se equivocó, ahora más que nunca, desde el seno de esta sociedad fraguada ideológicamente frente al comunismo y purificada cotidianamente de sus horrores gracias a él, «es urgente» –recordemos de nuevo a Merleau-Ponty- «mantener al menos algunos islotes en donde se ame y practique la libertad de otra manera que no sea contra los comunistas». El fracaso del bloque del Este no hace bueno el capitalismo; sólo nos exige encontrar una nueva vía para combatirlo.
Los regímenes «comunistas» ya no existen; han caído definitivamente. Pero lo que queda -no hay que olvidarlo- es precisamente el capitalismo, aquello a lo que combatió (obviamente sin éxito) la Revolución de Octubre. Si lo que nos eximia de pensarlo era el resultado de esa revolución y ese resultado, con todos sus horrores, ha sido eliminado, no hay ya ningún pretexto para no pensar de nuevo la sociedad capitalista y sus horrores. Curiosamente no otro fue el objeto teórico de Marx y hay por lo tanto ahora más tazones que nunca para utilizar sus servicios: porque sólo el marxismo nos enseña en qué consiste ese objeto y por qué hay que combatirlo. Una sociedad libre provista de intelectuales honestos e insobornables, después de celebrar la liberación de Rumanía, Polonia, Bulgaria, Hungría, Checoslovaquia y felicitar a sus supervivientes debería volver a Marx, tratar de explicar desde él -pero también desde la psicología, la religión, la antropología- el fracaso de Octubre y entregarse a luchar sin reservas, con ciencia y militancia, contra el único enemigo que queda: el capitalismo: Sabemos que esos intelectuales no existen ; habrá que producirlos. Es necesario empezar de nuevo, desde mucho antes del “cero”.
Por desgracia no es sólo como si la revolución del 17 no se hubiese producido nunca. Hemos retrocedido mucho más atrás. No sólo porque en estos 70 años el capitalismo se ha desarrollado y transformado, sino, sobre todo, porque el fracaso de la experiencia soviética lo ha reforzado ideológicamente. Que este desarrollo y estas transformaciones hayan también contribuido a su fracaso será cosa asimismo que deberemos estudiar. Pero ahora de lo que se trata es de volver a empezar. Tenemos que ser marxistas de nuevo, por tercera vez. No es lo natural y no contamos, además, con ningún campo histórico ya dispuesto a nuestros ensayos. Pero que hayan existido Stalin, Ceaucesco, Den- Xiao-Ping, no nos exime de hacerlo. Por el contrario, que al menos dos de ellos hayan dejado, de existir, nos compromete moralmente a concentrar todo nuestro pensamiento y toda nuestra ira sobre ese objeto feo y urticante que todos ellos, combatieron -si es que lo hicieron- equivocadamente, de modo criminal e inútil.
Hace tiempo invocada Vázquez Montalbán en un artículo periodístico la aparición de “un comunismo inocente”. Será bueno añadir que el nuevo comunismo encargado de llevar a cabo esta brea no debe ser sólo un comunismo «‘no-culpable». Debe ser sobre todo un comunismo «no-culpabilizado». Lo confieso: yo, en mi condición de comunista, no me reconozce culpable de los crímenes de Ceaucescu o Honecker. Pero me sentiría muy culpable de no seguir siendo comunista…ahora que, desaparecidos éstos, nos queda todo el enemigo por delante.
Es un buen artículo, incita a la investigación y búsqueda, además de ´´mejora´´ del actual concepto de marxismo o de comunismo. Sin embargo, discrepo rotúndamente con los constantes comentarios de las desacreditaciones a la revolución del 17 y a la URSS. Así mismo, como sí es verdad, cometió muchos errores, pero no fue un ´´experimento fallido´´ o ´´fallo´´ o como quiere que se designe.
La revolución del 17, encabezada por Vladimir Ilich Ulianov, ´´Lenin´´; fue consecuencia directa del régimen despótico e inhumano del zarismo en Rusia, que moría de pobreza, ambre, falta de recursos mientras que la acomodada nobleza disfrutaba de palacios, comidas, e infinidad de lujos.
Lenin, quien se apoderó del Palacio de Invierno, otorgó el poder a los soviets, acabó con el régimen zarista, se deshizo de los llamados mencheviques y su lider Martov –Los cuales solo buscaban posición social– y dio una soberanía al pueblo, encabezando grandes e importantes reformas agrarias y empezando el trabajo de industrialización en Rusia, incrementando enormemente las condiciones de vida de la población rusa.
¿Es eso un error o un fracaso? En mi opinión no lo es. Otra cosa es pues, lo que sus sucesores hayan hecho con la URSS, así como hizo Stalin, que podemos pintar de malo (Y yo no digo que fuera un angelito) pero que al fin y al cabo no fueron ni los aliados ni USA quienes acabaron con el nazismo. Fue él mismo quien derrotó a un ejército profesional de 3M de hombres, acabó con la maquinaria bélica más potente de la historia, terminó de industrializar el país, anexionó a la mujer al trabajo y muchas otras más contribuciones.
Por todo ello digo, que la URSS no fue el infierno rojo que llaman. Y de nuevo, incurro en que sí, efectivamente tuvo muchos fallos pero de la misma manera, acabo de exponer muchos de sus aciertos.