El trabajo de las mujeres

Hola a todas y todos.

A estas alturas, si han ido leyendo las diferentes entregas del Taller de Marxismo, ya vamos entendiendo más cosas. ¡La cosa funciona!. De eso se trata, de trabajar las neuronas.

En la entrega de hoy, un interesante trabajo sobre la cuestión de genero.

EL TRABAJO DE LAS MUJERES:

PRODUCCION Y REPRODUCCION

Cristina Carrasco*

1. INTRODUCCION: EL MARCO DE ANALlSlS

Con independencia de los estudios o problemas particulares que luego se aborden, mejor aún, precisamente para enmarcar dichos problemas en el contexto de interrelaciones en que se hallan inmersos, es importante plantear, en primer lugar, lo que constituye el marco general de análisis utilizado como referencia de investigación. La generalidad y la abstracción característica de un tratamiento de este tipo, permiten, por una parte, mantener una visión global sobre el fenómeno y, por otra parte, tener presente las coordenadas bajo las cuales se sitúa el problema objeto de estudio. El peligro de esquematismo – que a veces se arguye- se diluye al entrar en el análisis de aspectos particulares de la realidad que exige mayor concreción y profundidad a la vez que el estudio se enriquece y cobra mayor realismo al tener en consideración las interrelaciones del objeto particular con el fenómeno general del cual participa.

Dicho esto, entremos en materia. Nuestro objetivo es diseñar un esquema general de referencia que nos permita estudiar «el trabajo de las mujeres». Para ello, vamos a considerar, en primer lugar, y haciendo uso de un elevado nivel de abstracción, a todo sistema social como un conjunto de subsistemas sociales y económicos relacionados entre sí a través de una compleja red de interacciones. Dos son los subsistemas esenciales: el de producción material y el de reproducción humana. Toda sociedad para su perpetuación, ha requerido necesariamente reproducir dos elementos básicos: la especie, por una parte, y los bienes materiales para su subsistencia, por otra. Estos subsistemas -como elementos autónomos- desarrollan unas determinadas relaciones internas de producción o reproducción pero -como elementos constitutivos de un sistema global- se articulan entre sí estableciendo una interdependencia de la cual depende la existencia de ambos, así como la propia existencia de la sociedad.

Dependiendo del lugar y de la época, estos procesos asumen características particulares, es decir, cada sistema social real está históricamente determinado. De aquí que sea necesario identificar su estructura particular en cada caso concreto.

Ahora bien, toda sociedad que pretenda asegurar un mínimo de continuidad tiene como premisa básica su reproducción, proceso que implica la reproducción de los bienes de consumo y de producción, de la fuerza de trabajo y de las relaciones de producción. Un sistema incapaz de reproducir sus condiciones de producción es inviable y está condenado a desaparecer. En todo caso, la reproducción de la vida humana es el objetivo último, la condición de posibilidad de la reproducción de cualquier sistema social ya que, en última instancia, son los individuos (mujeres y hombres) los que como agentes productores y reproductores aseguran la continuidad del trabajo y la producción. El problema de la reproducción humana y, en particular, el reemplazamiento de la fuerza de trabajo tiene dos aspectos a considerar, uno referido a su relación con el subsistema de producción material y otro referido a sus propias relaciones internas. En cuanto al primero, todas las sociedades deben establecer una relación global entre los requerimientos de fuerza de trabajo en la producción y la reproducción de ésta en los grupos familiares. El segundo aspecto se refiere a la necesidad de toda sociedad de mantener una determinada estructura familiar para asegurar la fuerza de trabajo exigida. En el interior de esta estructura -particular para cada sistema social real- tiene lugar una fuerte división sexual del trabajo que conduce a que la posición de las mujeres en cualquier sociedad esté íntimamente ligada al constructor de género/madre. El rol de las mujeres como madres, afectará en mayor o menor grado a su relación con los medios de producción de acuerdo al marco institucional y a la forma de producir de cada sociedad.

Ahora bien, una característica común a todas las sociedades desde las primitivas sociedades agrícolas hasta el sistema feudal es que ambos procesos -producción material y reproducción humana- se desarrollan en un mismo espacio físico sin que exista una clara separación entre ellos. De esta manera, las relaciones de producción y las relaciones familiares se confunden y se hace difícil distinguir unas de otras. Durante el proceso socio-económico que ha venido a denominarse «protoindustrialización» y que se presenta como una fase de transición entre las sociedades agrarias precapitalistas y el capitalismo industrial, la producción, el consumo y la reproducción van progresivamente desligándose de su base agraria y comienzan a estar determinadas por el mercado, aunque la cohesión funcional y estructural de la familia continúa manteniéndose. En la medida que se desarrolla la sociedad mercantil, el proceso de diferenciación adquiere cada vez mayor importancia, pero no será hasta el desarrollo y generalización del capitalismo que no se consolide la total división entre el lugar donde se realiza la producción para uso privado y el lugar donde se realiza la producción orientada al mercado. Así, las circunstancias históricas y económicas de la aparición del capitalismo y el hecho de que producción material y reproducción humana aparecen por primera vez claramente diferenciadas permiten que este nuevo sistema emergente no necesite plantearse la reproducción como problema fundamental a resolver, de hecho, el capitalismo se encuentra con el problema de Ia reproducción «ya resuelto».

Si adaptamos ahora el esquema general expuesto a las sociedades occidentales actuales, el sistema económico se puede entender formado por los dos subsistemas básicos ya señalados que denominaremos esfera industrial -que produce para el exterior- y esfera doméstica -que produce para el autoconsumo familiar-. Además se puede incorporar un tercer subsistema: la esfera pública, que tiene un papel fundamentalmente redistributivo. En la esfera industrial tiene lugar el proceso de producción y reproducción material, es decir, de bienes y servicios orientados al mercado. En la esfera doméstica tiene lugar el proceso de producción y reproducción de los individuos. Aunque aparentemente ambos procesos aparecen como paralelos, independientes y no relacionados, desde su funcionalidad reproductiva, ambos sectores están totalmente integrados, más bien, son dos aspectos de un proceso único.

En la esfera industrial se producen las mercancías, proceso que requiere de mercancías y de fuerza de trabajo. Esta última, necesaria para el funcionamiento de la economía, se reproduce al margen de las normas de producción de dicho sistema: su reproducción y mantenimiento se realizan en la esfera doméstica. A su vez, la esfera doméstica, para reproducir a los individuos y reproducirse a sí misma, depende de la producción industrial, relación que se concreta en las variables distributivas: salarios y beneficio. Al no cubrir, por lo general, el salario los costes de reproducción de la fuerza de trabajo, las unidades familiares se ven en la necesidad de transformar en bienes terminados los bienes no directamente consumibles adquiridos en el mercado. Finalmente, la esfera que hemos denominado pública, a la cual suponemos razonablemente como «no productiva», tiene como función prioritaria la redistribución del ingreso: recauda impuestos que reviertan sobre la esfera doméstica en forma de servicios públicos gratuitos.

Tenemos pues dos relaciones básicas de intercambio entre ambas esferas productivas: salario que se intercambia por fuerza de trabajo y mercancías que se intercambian por dinero. En conjunto representan la reproducción de mujeres y hombres (fuerza de trabajo y/o trabajadora/es domésticas/os) y bienes por medio de mujeres, hombres y bienes.

2. LOS TRABAJOS PRECARIOS O «INFORMALES»: EL TRABAJO

DOMESTICO

Una de las características que, desde determinado grado de abstracción, ha sido señalada como fundamental del capitalismo -en contraste con sistemas anteriores- es que las trabajadora/es de forma creciente no tienen otra alternativa que no sea vender su fuerza de trabajo a cambio de un salarlo. El trabajo asalariado, que se convertiría en la forma predominante de trabajo, posee una característica interesante: puede ser adquirido por una cantidad menor que el valor de lo que produce, pero suficiente para reponer la fuerza de trabajo. De esta manera, la mayor parte de la supervivencia y reproducción estaría asegurada a través de la compra de bienes y servicios en el mercado y la mayor parte de la población dependería de empleadores que ofrecen trabajo asalariado. No obstante, la realidad discrepa de la teoría. Es posible que la forma salarial sea la fuente más común y más importante de renta, pero no es menos cierto que las sociedades occidentales actuales utilizan para su funcionamiento -además de lo que podríamos llamar la producción formal- una serie de trabajos o producciones precarias o «informales» cuya característica fundamental es su invisibilidad. Estos trabajos son realizados fundamentalmente por las mujeres y/o asignados socialmente a ellas. Según el grado de desarrollo de la sociedad (mayor o menor industrialización) y/o de las condiciones socio-económicas de un período determinado (auge o crisis), variará la importancia que tales producciones tienen en la producción total. Por lo general, estos trabajos se realizan en condiciones mucho más difíciles que las que imperan en el sector «formal», entre otras razones porque no están protegidos por asociaciones o formas legales.

Producciones «informales» (que, de facto, se corresponden con la producción que no aparece incluida en el PNB) o «economía complementaria» como se ha denominado en tono sui generis son la economía sumergida, algunas economías familiares de subsistencia, el trabajo doméstico y el trabajo voluntario. Las dos primeras se integran dentro de lo que hemos designado esfera de producción material y los dos últimos participarán fundamentalmente en la esfera de reproducción humana. De todos estos trabajos precarios, lo más revelantes por su magnitud y contribución a la reproducción global del sistema son la economía sumergida y el trabajo doméstico. Ambas producciones tienen una serie de características que las diferencian, a saber, la forma de remuneración (dineraria o en bienes), el tipo de actividades a considerar como trabajo, producción para el exterior o para el autoconsumo, etc. Nos interesa, sin embargo, destacar una diferencia que a nuestro objeto cobra interés. La economía sumergida por tener carácter de ilegal es por definición una economía oculta. En cambio, la producción doméstica tiene una caracterización distinta. De entrada, no es ilegal. Básicamente es un trabajo privado aislado de la producción social. Aunque desde la consolidación del nuevo sistema económico, muchos bienes, en cantidades cada vez mayores son adquiridos como mercancías, la producción doméstica que proporciona los bienes necesarios para el consumo inmediato permanece, pero ahora con una categoría de trabajo sin importancia y marginal. El  hecho de que producción material y reproducción humana aparezcan históricamente por primera vez claramente diferenciadas ha contribuido a que los estudios económicos se centraran en la producción. Así, cuando el proceso de reproducción desaparece como tema analítico y al trabajo doméstico se le niega la categoría económica, la producción doméstica se transforma en una producción invisible. Sin embargo, lo que quisiéramos remarcar es que lo que realmente se oculta no es el trabajo doméstico en sí,-de hecho, nadie niega la existencia de este tipo de trabajo- sino la relación capitalista entre producción y reproducción; el vínculo esencial que representa el trabajo doméstico entre la esfera de producción material y la esfera de reproducción humana: permite producir mercancías no directamente consumibles, pagar salarios más bajos; etc., en definitiva, es una condición de posibilidad de la reproducción del sistema en su conjunto. Es esta relación «olvidada» la que hace que «el trabajo de las mujeres -realizado en ambas esferas- cobre vital importancia y debiera ser tema central de análisis de cualquier sistema económico.

De las dos producciones «precarias» que señalamos anteriormente como más revelantes dedicaremos aquí algunas líneas al trabajo doméstico y comentaremos aspectos de la economía sumergida en el próximo apartado al tratar las distintas formas de participación laboral de las mujeres.

El intento de definición del trabajo doméstico se justifica por varias razones. En primer lugar, porque es determinante para el funcionamiento de la esfera doméstica, en segundo lugar, porque es el trabajo que socialmente se asigna a las mujeres, en tercer lugar, por la magnitud que representa (aproximadamente un 35 % del PNB) y, finalmente, porque aunque es la actividad fundamental de la mayoría de las mujeres, se la ha mantenido como categoría marginal y ha sido menos estudiada.

Las discusiones entre las autoras/es que se han dedicado al tema han conseguido establecer una caracterización más precisa del trabajo doméstico en cuanto a una serie de elementos que lo diferencian de la producción asalariada. Dichas características, en líneas generales, son:

– Se produce en condiciones de relativa libertad: la persona que lo ejerce establece su propio control, ritmo y horario; aunque éstos se ajusten y queden limitados por las necesidades familiares.

– La retribución del trabajo doméstico no se reconoce como tal, como un pago por una labor realizada. No hay negociación explícita ni retribución salarial. La retribución se realiza en bienes y no guarda relación alguna con la «productividad» del «ama de casa», sino que depende del status, del escenario de necesidades que garantiza la reproducción del modo de vida de las distintas unidades familiares. No hay un salario único y la remuneración no depende de un patrón mercantil sino del grupo social al cual pertenece al ama de casa y/o su marido.

– Es un trabajo cuyo objetivo fundamental es la reproducción de la fuerza de trabajo tanto a nivel diario como a nivel generacional, lo cual tiene como consecuencia la reducción de los costes totales de subsistencia. En este sentido se puede decir que el trabajo doméstico garantiza la reproducción del sistema en tanto que permite unos salarios más bajos que los que se requerirían si hubiese que adquirir todos los bienes y servicios directamente en el mercado.

– Sin embargo, los requerimientos reproductivos del sistema no exigen -y, por lo tanto, no explican- que el trabajo doméstico sea realizado por la mujer. ¿De dónde surge entonces la división sexual del trabajo que legitima la función doméstica de la mujer y su papel subsidiario en el mercado laboral?. El debate feminista nos ofrece una respuesta: el papel de la mujer en la reproducción, su capacidad natural de parir es el hecho fundamental a analizar para comprender las raíces de su subordinación, su forma de participación en la producción y su responsabilidad en todo el proceso de reproducción de la fuerza de trabajo.

– Ahora bien, a pesar de que a las mujeres como grupo humano les es asignada la función reproductiva, dicha actividad asume, de hecho, características distintas según sea la clase social a la cual pertenece el ama de casa. De acuerdo al acceso de cada familia a los recursos productivos, el trabajo realizado por las mujeres presenta notables diferencias. Incluso en los grupos de renta más elevada, la producción no mercantil del hogar puede llegar a ser des preciable, ya que, por lo general, la realiza una mano de obra asalariada: una mujer que bajo relaciones de opresión realiza el trabajo «asignado» a otra mujer. Si entendemos la explotación como «aquella situación en la que el individuo aporta más en trabajo que la cantidad de trabajo incorporado en las mercancías que recibe», resulta bastante plausible suponer que las amas de casa de las clases altas no están explotadas. De todos modos conviene advertir que el hecho de que no exista explotación no quiere decir que no se den otras situaciones indeseables: alineación, dominación o subordinación. En todo caso, cabe recordar que las relaciones de género asumen características distintas según la clase social en las que tienen lugar.

En definitiva, aunque se puede definir el trabajo doméstico como el conjunto de actividades asignadas a las mujeres como trabajo de reproducción, resulta operativa la diferenciación de ese mismo trabajo según niveles sociales: las condiciones sociales específicas son las que estructuran la familia y, por ende, el trabajo doméstico. Dicho trabajo contribuye así a la reproducción de la fuerza de trabajo y a la reproducción de las clases sociales: la producción de los futuros trabajadores -de acuerdo a las exigencias educativas propias de cada familia- sitúa ya a los niños en la trayectoria de clase.

– De lo anterior se desprende que el estudio del trabajo doméstico comprende el análisis de tres aspectos diferenciados aunque ligados entre sí:

* en primer lugar, las relaciones que tienen lugar en el interior de la esfera doméstica que integran la división sexual del trabajo;

* en segundo lugar, las relaciones de dependencia entre la esfera industrial y la esfera doméstica, a saber, la participación del trabajo doméstico en la reproducción de la fuerza de trabajo y en la reproducción social, y

* en tercer lugar, el condicionamiento que significa para la participación laboral de las mujeres el hecho de que tengan asignada socialmente al responsabilidad del hogar. A este último aspecto dedicamos el próximo apartado.

3. LA CATEGORIA «TRABAJO DE LAS MUJERES»

Desde que hace un par de décadas, economistas feministas y/o marxistas comienzan a debatir sobre el trabajo doméstico hasta hoy en que es difícil negar abiertamente su importancia se ha recorrido un Iargo camino. A lo largo de este proceso, la introducción del término «trabajo de las mujeres» (doméstico y mercantil) en los análisis económicos ha ido planteando problemas en relación a la definición misma del concepto trabajo. Simultáneamente ha puesto de relieve las limitaciones de los estudios sobre mercado laboral al estar realizados estos últimos en base a definiciones del concepto trabajo útiles para estudiar la participación de los hombres pero no de las mujeres. Los datos y estadísticas -al no considerar el trabajo doméstico ni otros trabajos precarios- no reflejan la participación real de las mujeres en la producción como tampoco la interacción entre los cambios en la estructura familiar, la situación económica general y la participación de las mujeres en la economía formal de mercado. Si no se tiene en consideración el trabajo doméstico asignado, asumido y realizado por las mujeres y las relaciones sociales que esto implica, no es posible entender en toda su magnitud la participación de las mujeres en la fuerza de trabajo. Más aún, los análisis quedan incompletos y desfiguran la realidad.

Estudios-realizados en esta línea muestran que la responsabilidad prioritaria en la reproducción asignada a la mujer determina los términos y condiciones de su integración en el mercado laboral. Además, se ha podido constatar que tanto empresarios como el Estado han ido implementando medidas que colaboran en legitimar esta situación: o bien en relación con la reorganización de la estructura laboral o bien sustituyendo producción doméstica por servicios estatales o bienes de mercado que «ayudan» a las mujeres a integrar sus responsabilidades domésticas con su participación en el mercado laboral. Todo esto queda reflejado en los análisis realizados sobre la segmentación del mercado laboral, la jornada a tiempo parcial, la integración de la mujer en el sector terciario, las nuevas formas de flexibilidad introducidas para reducir costes, la utilización por parte de los empresarios de determinadas estrategias de contratación cuando emplean a mujeres, etc. Para ejemplificar, señalamos algunos de los aspectos que han revelado estos estudios.

Las teorías sobre la segmentación del mercado laboral -aunque criticadas por sectores feministas- han realizado un intento de explicación de la estructuración del mercado de trabajo en sectores primarios y secundarios y de la concentración mayoritaria de las mujeres en este último. Tal vez la crítica más revelante es la que acusa a dichas teorías de haber considerado en el análisis sólo los factores que condicionan la demanda de fuerza de trabajo y haber olvidado los condicionamientos de la oferta. Los requerimientos del sistema económico (por ejemplo, fluctuaciones de la demanda dirigida a algún sector), por una parte, y el intento de crear jerarquías y divisiones entre las trabajadora/es de acuerdo a raza y sexo, por otra, serían las razones que conducirían a que las mujeres se concentraran en determinados sectores o determinadas industrias, generalmente más inestables y de salarios más bajos. Pero esto sería sólo una explicación parcial de la participación de la mujer en el mercado laboral. El análisis del lado de la oferta de fuerza de trabajo muestra que la principal característica que distingue a las mujeres trabajadoras de los hombres es la responsabilidad que ‘tienen las primeras en la reproducción’ social. Las mujeres, -en general, para realizar el trabajo de mercado desarrollan estrategias que tienen en consideración todos los aspectos familiares, lo cual limita su forma de participación, su tiempo, su capacitación, sus posibilidades de movilidad, etc. Por otra parte, a pesar de que los cambios en la estructura familiar ocurridos en los últimos tiempos en los países desarrollados -como la caída de la natalidad o el incremento de las familias monoparentales- pueden ser significativos, han tenido poco impacto en la forma de participación laboral de la mujer. En cambio, la crisis económica general ha tenido una fuerte repercusión en la estructura de la demanda de fuerza de trabajo femenina.

El trabajo a tiempo parcial ha sido el sector de empleo que más ha aumentado desde 1970 en la mayoría de los países europeos. Un alto porcentaje de los trabajadores del sector son mujeres, lo cual es resultado de presiones tanto del lado de la oferta como del lado de la demanda: permite a las mujeres combinar el trabajo de mercado con sus responsabilidades domésticas a la vez, al menos en algunos países, reduce costos laborales al estar las trabajadoras a tiempo parcial excluidas de determinados programas sociales. El estudio de Rubery et. al. sobre el trabajo a tiempo parcial y la desigualdad de género señala una serie de aspectos interesantes de remarcar: en primer lugar, no se puede afirmar que el trabajo a tiempo parcial sea una alternativa al trabajo a tiempo completo en todo tipo de ocupaciones, más bien aparece como altamente segregado y confinado principalmente a ocupaciones feminizadas en el sector servicios. Además, se distingue del trabajo a tiempo completo en que implica tareas y responsabilidades de características bien diferenciadas, lo cual significa que constituye algo más que simplemente una forma distinta de participación en el trabajo. En segundo lugar, la segmentación del mercado laboral en trabajo a tiempo parcial y trabajo a tiempo completo se presenta relacionada con una segmentación par el lado de la oferta de fuerza de trabajo: los trabajos a tiempo parcial son ocupados mayoritariamente por un determinado sector de la población compuesto por mujeres y/o por hombres no integrados en el sector formal y que tienen su actividad o renta principal en otras fuentes, a saber, estudiantes, pensionistas, etc. Sin embargo, si se analizan las diferencias entre las propias mujeres, se ve que su participación en trabajos a tiempo parcial y tiempo completo no está básicamente relacionada con características tales como cualificaciones o clase sino más bien tiene relación con su situación en el ciclo vital especialmente con su responsabilidad con hijos pequeños. Pero, la cuestión grave a destacar es que la entrada al trabajo a tiempo parcial en una etapa de la vida conduce a desventajas en el mercado laboral en cuanto a capacitación, responsabilidad, etc., lo cual sumado a las oportunidades más limitadas por la edad de reintegro, hace que muchas mujeres permanezcan confinadas en el trabajo a tiempo parcial no representa para ellas simplemente una fase de transición, sino a menudo una situación permanente o al menos con efectos permanentes sobre el salario y el tipo de empleo.

Otra/os autoras/es han analizado las características y los efectos la recesión sobre el trabajo de las mujeres en distintos países europeos. Los elementos comunes a todos ellos son los salarios más bajos, la segregación en los empleos de baja categoría y la concentración en sectores específicos como servicios. Sin embargo, también existen diferencias importantes. Estas están relacionadas con los distintos sistemas productivos y los distintos sistemas de Estado y familia de cada país; es decir, en cada país específico, los sistemas de producción y reproducción social se interrelacionan de una forma particular para proporcionar un sistema coherente de organización de la producción. Así, cada uno ha enfrentado la recesión desde una perspectiva diferente en términos de la posición de la mujer en la estructura social y económica. Esto significa que existe un amplio rango de formas de organización del trabajo de las mujeres que no es fruto de un determinismo económico sino resultado del ajuste -conflictivo o no- entre los requerimientos- del sistema productivo que incluye todas las formas de empleo precario que caben en lo que se ha denominado «la flexibilización de los mercados de trabajo» y la oferta del sistema reproductivo condicionado por factores institucionales como las formas impositivas, el régimen de seguridad social, las prestaciones sociales, los sistemas de guarderías, las ayudas familiares, etc.

A modo de ejemplo: el análisis de las tasas de participación femenina, mostró que en Francia ésta estaba afectada fundamentalmente por el número de hijos y no por la edad del hijo menor, que, en cambio, era el factor más importante en Gran Bretaña. La probable explicación era el sistema de guarderías mucho más extenso mantenido en Francia y el alto subsidio recibido por las familias con número elevado de hijos, lo cual permitía a las mujeres en esta situación retirarse del mercado laboral. A su vez, la elevada tasa de participación de las mujeres en Gran Bretaña era resultado del importante desarrollo de los trabajos a tiempo parcial, que han sido mucho más escasos en Francia. Por su parte, Italia tenía tasas de participación más bajas que los países anteriores. Esto ha sido consecuencia de estructuras de empleo relativamente rígidas y mayor protección de los trabajadores/as del sector formal, lo cual se ha traducido en un mayor crecimiento de la economía sumergida que ha absorbido gran parte del trabajo femenino.

Otra forma de trabajo precario tiene lugar en el campo de la economía sumergida. El mayor volumen de bibliografía publicada respecto a este tipo de trabajo me permite señalar aquí sólo algunas características interesantes de remarcar. En primer lugar, el sector sumergido funciona reduciendo costes y redistribuyendo el excedente en favor de la burguesía: está «exento» de impuestos y los salarios pueden ser bastante más bajos porque, además de no estar regidos por contrato laboral, parte importante de los trabajadores del sector tienen alguna otra forma de subsistencias o ayuda social. En segundo lugar, nunca funciona como campo de aprendizaje ni capacitación, lo cual significa que la expulsión del sector primario de la economía hacia la economía sumergida puede ser muy probablemente un viaje sin retorno.

Ahora bien, aunque parece ser que en la mayor parte de los países desarrollados la proporción de hombres y mujeres que participan en la economía sumergida es semejante, hay una diferencia importante: la gran mayoría de las mujeres incorporadas en este sector están casadas y tienen hijos pequeños y realizan trabajo a domicilio en su propio hogar, en cambio, los hombres trabajan fuera de casa, lo cual les permite mayor movilidad y libertad para negociar tipo de trabajo y remuneración.

Finalmente, un comentario en relación a los salarios de las mujeres.

Como es sabido, la media salarial de las mujeres es menor que la correspondiente de los hombres en la mayoría de los países. Para mantener esta afirmación no se puede considerar sólo el sector formal de la economía puesto que parte importante de las mujeres participa en trabajos precarios y es ahí donde se dan las diferencias salariales más importantes; de hecho, las mujeres que reciben salarios más elevados están más cercanas a la tasa salarial masculina que aquéllas de bajos salarios. En todo caso, lo que se ha podido constatar es que las diferencias salariales de las mujeres respecto de los hombres están más afectadas por tendencias generales dentro del proceso de determinación salarial que por políticas específicas relacionadas con el género. De aquí que, para entender el fenómeno es crucial considerar todo el sistema de determinación salarial y su relación con la forma social de organización del trabajo. Nuevamente la explicación del fenómeno surgirá de una combinación de factores que atañen tanto a la esfera reproductiva como a la productiva; es decir, los salarios de las mujeres están influenciados tanto por su posición respecto a la familia como por el sistema de determinación salarial y protección de empleo que prevalezca en el mercado laboral. Existe un considerable número de trabajos empíricos que avalan esta hipótesis. Por ejemplo, se ha constatado que muchos trabajos que se consideran femeninos están clasificados como trabajos no cualificados aunque requieran algún grado de capacitación, de aquí el fenómeno de la sustitución de mano de obra masculina por femenina, «la feminización» de ciertos sectores o plantas. En todo caso y a pesar de ello, se ha llegado a comprobar que las variables que guardan mayor relación con el nivel salarial, más que el grado de cualificación requerido, son las características y poder de negociación de la fuerza de trabajo utilizada, que es claramente menor en el caso de la mano de obra femenina. Además, muchas mujeres, al no considerar su salario como sustento principal familiar están dispuestas a aceptar salarios incluso por debajo el mínimo establecido al participar en trabajos no regulados que, por lo general, son los sectores más fragmentados y más desprotegidos.

De todo lo anterior se desprende la necesidad de redefinir la categoría

«trabajo de las mujeres» de modo que incorpore la dualidad de la actividad de las ‘mujeres: trabajo mercantil y trabajo doméstico. Es importante  mantener la globalidad de análisis y restaurar la integridad de los conceptos de trabajo y producción. Es necesario centrarse en la articulación de las relaciones entre producción y reproducción para poder analizar las relaciones de género, es decir, se hace obligado considerar en conjunto la situación de lados individuas/os tanto en el interior de la familia como en la producción. Es imposible explicar la base de dichas relaciones dentro de la fuerza de trabajo sólo en términos de producción mercantil ya que están totalmente mediatizadas por las relaciones de género que tienen lugar en el núcleo familiar. De hecho, las relaciones de género abarcan todos los espacios sociales y la división sexual del trabajo surge en la intersección de las distintas formas sociales que organizan la producción.

Resumiendo, si las relaciones de género impregnan todos los campos sociales y si el trabajo incluye tanto la producción de mercancías como la reproducción de los individuos, entonces hay que definir «trabajo de las mujeres» de tal manera que permita analizar en conjunto trabajo mercantil y trabajo doméstico. La igualdad entre hombres y mujeres en el mercado laboral exige así condiciones iguales en el proceso de reproducción. Sin este requisito, las políticas implementadas para la igualdad de oportunidades entre sexos tienen, en la práctica, poca significación.

ORIENTACION BIBLIOGRAFICA

El modelo teórico utilizado como marco de referencia está desarrollado en Carrasco (1988 y 1991). Algunas de las ideas ahí contenidas en cuanto al análisis del trabajo doméstico desde una óptica reproductiva se encuentran en Benería (1981), Picchio (1981), Benería y Sen (1981 y 1983), Bryceson y Vuorela (1984), Humphries y Rubery (1984). Un excelente análisis histórico del trabajo doméstico en las economías capitalistas son la serie de artículos recogidos en la obra de Smith, Wallerstein y Evers (1 984). Para algunos elementos sobre el desarrollo histórico del sistema de reproducción se puede consultar Boserup (1967 y 1984), Godelier (1977), Meillassoux (1978), Remon (1982), Evers y otros (1984).

La caracterización del trabajo doméstico es uno de los resultados de la fructífera polémica que tiene lugar en la década de los setenta y que ha venido a denominarse «El Debate sobre el Trabajo Doméstico». El desarrollo de este debate no transcurrid tranquilamente, sino que hubo fuertes discusiones que fundamentalmente tenían su origen en ladistinta identificación de lo que se considera al fuente principal de la «opresión de la mujer»: o bien la familia, que implica una teoría del patriarcado o bien la producción social, que implica una teoría de las clases sociales. La bibliografía es amplísima y se puede consultar en Carrasco (1991). Como aportaciones más relevantes se puede citar a Harrison (1975), Couson, Magas y Wainwright (1975). Gardiner (1975), Seccombe (1975), Dalla Costa (1977), Humphries (1977), Himmelweit y Mohun (1977) y Gardiner, Himmelweit y Mclntosh (1980). Molyneux (1979) realiza un excelente balance de la discusión a la vez que plantea nuevas perspectivas de investigación. También Rubio (1982) y Alonso (1982) son buenos análisis de la discusión desarrollada hasta el momento. En Carrasco (1991) se puede ver una recopilación bastante completa así como un comentario crítico general.

Las anteriores elaboraciones han llevado a plantear la cuestión del trabajo de las mujeres en términos de interacción entre producción y reproducción. A este respecto se puede consultar el ya señalado artículo de Humphries y Rubery (1984) y los trabajos de Benería (1987), Daune Richard (1988), Beechey (1988) y Picchio (1990).

Los representantes, más genuinos de las teorías de la segmentación del mercado, de trabajo son Piore y Doeringer cuyos artículos básicos se encuentran en Toharia (1983). Como aportaciones desde el campo marxista se puede citarlos artículos de Braverman, también recopilados en Toharia (1983) y la obra de Gordon, Edwards y Reich (1986). Las críticas más relevantes de un punto de vista feminista se encuentran, entre otras, en Rubery (1978), Humphries y Rubery (1984) y Beechey (1988).

Los datos sobre los trabajos precarios y la forma de participación de la mujer en el mercado laboral comentados en el texto están basados en los estudios de Kenrick (1981), Rubery y Wilkinson (1981), Ovejero (1985), Neubourg (1986), Ruesga (1988), Rubery (1900), Rubery y otros (1990) y Rubery (1991). La obra de Jenson, Hagen y Reddy (1988) es una excelente colección de artículos teóricos y empíricos que analizan la participación de las mujeres en el mercado laboral, en particular, destacamos los trabajos de Beechey y Daune-Richard sobre la necesidad de reconceptualizar el término trabajo para utilizarlo en el análisis del «trabajo de las mujeres».

REFERENCIAS BlBLlOGRAFlCAS

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Beechey, V.: «Rethinking the Definition of Work», en Jenson, Hagen y Reddy (ed.), Feminization of the Labour Force, Polity Press, 1988.

Benería, L.: «Reproducción, producción y división sexual de trabajo», Mientras tanto, n.º 6, 1981, pp. 47-84 (ed. 1979).

Benería. L.: «¿Patriarcado o sistema económico? Una discusión sobre dualismo metodólogicos» en Mujeres: ciencia y práctica política, Univ. Complutense, Madrid, 1987.

Benería. L. y Sen, G.: «Acumulation, Reproduction and Women’s Role in Econornic Development: Boserup Revisited», Sing, vol. 7, N.º 2, 1981.

Benería, L. y Sen, G. «Desigualdades de clase y de género y el rol de la mujer en el desarrollo económico: implicaciones teóricas y prácticas», Mientras Tanto, n.º 15, 1983. pp. 91 -1 13.

Bryceson, D. y Vuorela, U.: «Outside the Domestic Labor Debate: Towards a Therory of Modes of Human Reproduction», RRPE, vol. 16 (2/3), 1984, pp. 137-1 66.

Carrasco. C.: El trabajo doméstico. Un análisis económico. Tesis doctoral, colección Tesis Doctorales, Ministerio de Trabajo y Seguridad Social, Madrid, 1991.

Carrasco. C. y otros: El trabajo doméstico y la reproducción social, Instituto de la Mujer, Madrid 1990 (en prensa).

Coulson, M.; Magas, B. y Wainwright, H.: «The Housewife and her Labour under Capitalism -a critique», NLR. vol. 89, enero-febrero 1975, pp. 59-71.

Dalla Costa, M.: «Las mujeres y la subversión de la comunidad» en M. Dalla Costa y S. James (1977). pp. 22-65.

Daune-Richard, A. M.: «Gender Relatlions and Fernale Labor» en Jenson, Hagen y Reddy (ed.) op. cit.

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* Profesora de Teoría Económica de la Universidad de Barcelona.

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Una respuesta a El trabajo de las mujeres

  1. amparo dijo:

    YO SIEMPRE HE PENSADO. que la mujer ha estado muy maltratada, respecto a la fuerza de su trabajo, por ejemplo,trabajando en la economia sumergida han habido mas mujeres que hombres y con jornales mas bajos,y machacada con las labores del hogar y para complementar la economia familiar,trabajar en un segundo trabajo, y con niños pequeños a su cargo ,teniendo que acudir a los padres algunos ya de edad abanzada. EN ESPAÑA respecto a europa se ha hecho una politica muy nefasta, para la fuerza del trabajo de la mujer.
    PORQUE,incluso hemos estado mal miradas y hasta nos tienen clasificadas con nonbres , ( las mantenidas ,las marujas,) un sin fin de nombres ,todo por no tener una ley reguladora que nos tuviera incluidas, despues que somos el CAPITAN DEL BARCO de nuestro hogar. un saludo

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